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domingo, 26 de octubre de 2014

El estudio



            Durante las jornadas orientativas destinadas al curso de cuarto de Educación Secundaria Obligatoria, se informó tanto a los alumnos como a los profesores del Instituto que se llevaría a cabo una última prueba de comportamiento y actitud en el centro psicológico de la capital. Tanto unos como otros aceptaron y tomaron la decisión de formar parte de esos estudios.

            Sofía participaría como el resto de sus compañeros. Era de alta estatura, superior al resto de chicas de su clase; de complexión atlética debido a sus ejercicios diarios en la piscina municipal y de largos cabellos oscuros. En definitiva, su belleza exterior superaba sus expectativas, por lo que era muy admirada por los chicos y por sus propias amigas. Laura, su mejor amiga, por el contrario era una chica rubia, muy delgada y bajita. Siempre iban juntas a todas partes y no había secretos entre ellas. Sofía era una chica con carácter dominante, mientras que su amiga se dejaba llevar y aceptaba todas las decisiones de ésta.

           - ¿Vamos esta tarde al cine? - le preguntó Laura mientras caminaban por el pasillo hacia la salida del Instituto.

               - ¡Claro! Ya sabes a qué peli quiero ir... - le contestó Sofía.
               - Por supuesto, cualquiera de miedo te gusta... - le dijo Laura.

            Laura pasaba desapercibida con los chicos, sacaba buenas calificaciones en el Instituto y era responsable con sus tareas; Sofía por el contrario, resultaba atractiva y aparentaba dos años más de la edad que realmente tenía, dieciséis, y tenía problemas en casa. Sus padres discutían constantemente y amenazaban con divorciarse, por lo que la situación le generó un estado de estrés y depresión, convirtiéndose en rebeldía. 

            Al día siguiente, Sofía se preparó el almuerzo y su mochila con una libreta y estuche. Cogerían el autobús, puesto que el centro del estudio estaba a hora y media de trayecto, y para no variar, ella y Laura se sentarían juntas.

                - ¿Qué será lo que quieren de nosotros? - preguntó Laura a su amiga.
               - Sinceramente, pienso que nos pondrán alguna prueba para ver cómo reaccionamos y si lo hacemos de manera incorrecta, o por lo menos lo que ellos consideren incorrecto, nos darán una descarga eléctrica en el cerebro. - contestó Sofía.
               - Desde luego, menuda imaginación... - dijo Laura.
           - En serio, ¿no crees que es extraño que pidan alumnos en plena fase de adolescencia? - preguntó Sofía.
           - Es cierto, pero también es muy normal estudiar el comportamiento adolescente, puesto que somos sacos de hormonas y cambiamos de parecer drásticamente en nuestras decisiones... - le dijo Laura insinuándo que su amiga era así.
               - Pues yo no cambio de opinión drásticamente, Laura, no sé por qué dices eso como si lo fuera... - dijo Sofía mientras se ponía los auriculares.

            El profesor que se encargaría de acompañar a la clase de veinticinco alumnos de cuarto curso al centro psicológico, Don Francisco,  era su tutor y confidente. Les ayudaba a superar las dificultades que iban surgiendo para todas las asignaturas y para solventar problemas de la vida cotidiana, por lo que era muy preciado por sus alumnos.

           - ¡Chicos! - gritó Don Francisco por el micrófono del autobús: - Os agradezco vuestra participación, de verdad... nos encaminamos ante algo que desconocemos. Os admiro por vuestra valentía y decisión... - le interrumpió un aplauso estrepitoso: - Bien, pasaremos toda la mañana allí y llegaremos al pueblo a la hora de comer. Vuelvo a daros las gracias, chicos.

            Toda la clase volvió a aplaudir. Siempre seguirían a Don Francisco, era una especie de mesías para ellos. Sofía sentía que aquel hombre de mediana edad había hecho mucho más por su educación que sus propios padres, era el único adulto que la comprendía y sentía demasiado apego hacia su profesor, como si fuese su padre. Muchos días, Sofía llegaba a clase con la ropa sucia o sin almuerzo porque su madre estaba con depresión y no se acordaba de comprar o de poner una lavadora; ahí estaba Don Francisco para ofrecerle algo de comer e incluso un buen consejo para poder sobrellevar la situación.

            Sofía se había sentado al lado de la ventanilla y pronto pudo ver cómo entre un espeso bosque se erguía un edificio de ocho platas con la fachada amarillenta. El centro psicológico era algo temido por mucha gente, ya que existía la leyenda urbana de que se oían gritos de su interior y en muchas ocasiones, se había visto una figura fantasmagórica. Esto era algo excitante y a la vez terrorífico, puesto que se expondrían a un estudio que nadie tenía idea de cómo era.

           - Bien, hemos llegado. - comunicó Don Francisco por el micrófono: - Id bajando de forma ordenada y esperadme en la puerta.
               - ¿Tienes miedo? - le preguntó Sofía a su amiga, al ver la palidez de su rostro.
              - Un poco... - le contestó Laura: - Me aterra pensar en lo que la gente dice que ha visto en este lugar.
          - No te preocupes, Lau, yo estaré contigo en todo momento. - le dijo Sofía estrechándole la mano con la suya.
             - Gracias, de verdad. Ojalá y mi hermana fuera como tú, Sofía. - le dijo Laura.
            - ¡Vaya con tu hermana! - le gritó Samuel, el chico más popular de la clase.
            - ¿Qué le pasa? - le preguntó Sofía aún en el asiento del autobús.
            -  Le pedí salir el otro día y me dijo que me fuera a donde picó el pollo...

            Una carcajada descomunal de Sofía y Laura calló al chico. La hermana de la segunda era mayor, de veinte años, y no sentía ninguna atracción por los chicos más jóvenes. Ambas chicas salieron del autobús y se encontraron con el resto de sus compañeros ante la puerta del centro. Sofía reparó en que aquel edificio tenía toda la pinta de ser un hospital, con la gran puerta giratoria central que daba entrada al edificio, ventanas allá a donde mirase y llegó a oler a desinfectante.

          - Impone bastante, ¿verdad? - dijo Samuel detrás de ellas.
         - No tanto como la hermana de Laura. - le contestó Sofía después de una risa maléfica. El chico la miró con recelo.
      - ¿Y tus padres, que tal? Me han dicho que a tu padre le gusta frecuentar el club de chicas... - le dijo a Sofía.
         - Cállate la boca, ¡no sabes nada de nada, imbécil! - le contestó Sofía con ira.
        - Vaya, ¡ahora la pobre Sofi se ha quedado sin palabras y pronto sin padres! - se burló el chico.
        - ¡Vamos, chicos! - gritó Don Francisco a sus alumnos.
       - Ésta me la vas a pagar, y muy caro... - le amenazó Sofía. Laura la agarró del brazo y tiró de ella hacia el edificio.

            Todos entraron por la puerta giratoria y comenzaron a amontonarse en el vestíbulo del edificio, muy bien iluminado por los ventanales que comprendían la pared de la fachada. Las paredes interiores eran blancas y de ellas colgaban cuadros abstractos de diferentes tamaños. Sofía descubrió que en todos ellos siempre había algún trazo de color rojo, pero no le dio demasiada importancia.

         - Bienvenidos al CMAR. - anunció una voz femenina por el megáfono central del edificio.
        - ¿CMAR?- preguntó Laura.
        - Centro Médico de Alto Riesgo. - le aclaró Sofía.
     - Sigan las luces verdes parpadeantes para llegar a su sala. - dijo la voz femenina: - Muchas gracias por su participación.
       - ¡Chicos! - volvió a llamar la atención Don Francisco: - Caminad de forma ordenada por el pasillo cuyas luces son verdes, como habéis oído. ¿Vale?.
       - Vale. - respondió la gran mayoría y comenzaron a caminar a su derecha.
     - Esto es muy raro... - dijo Sofía: - Hay un pasillo con luces amarillas que va hacia arriba, otro de luces azules que se introduce en el edificio y este de color verde parece llevarnos hasta el sótano... 
    - Será para diferenciar cada estudio, Sofi. - le dijo Laura en tono tranquilizante: - Déjate llevar por una vez y no seas tan cabezota.
      - Sí, Sofi...- le dijo Samuel: - "No seas tan cabezota" - terminó su frase burlón.
     - Desgraciado... - condenó Sofía.
    - No se lo tengas en cuenta. - continuó Laura: - El pobre ha sido rechazado por todas las chicas a las que se ha atrevido a pedir salir.

            Caminaron en grupo por el pasillo adornado con tubos fluorescentes de color verde chillón titilantes. Sofía se fijó que más o menos cada diez metros una cámara de vigilancia colgaba del techo, giraba conforme los alumnos pasaban por debajo para seguir observándolos. Este hecho le daba muy mala espina, ya que nunca le gustaba que la vigilasen nunca, bajo ningún concepto. 

          Después de andar unos diez minutos descendiendo por unas rapas iluminadas de verde, llegaron ante una gran puerta blanca que tenía doble apertura. Sofía y Laura iban por la retaguardia y escucharon un pequeño chirriar, ambas se giraron y vieron cómo una compuerta de barrotes blancos se cerraba detrás de ellas a poca distancia.

            - Esto me está empezando a dar miedo... - dijo Laura mientras se aferraba más fuerte al brazo de Sofía.
         - Tranquila, Lau. - le dijo su amiga: - Las dos estaremos unidas todo el tiempo. No te separes de mí, ¿vale? - concluyó. Laura asintió con ojos lagrimosos.

            Las dos amigas entraron en la habitación, donde el resto de sus compañeros ya habían tomado asiento en los grandes sofás y sillones que estaban en disposición cuadrangular. Al fondo de la estancia había un cristal polarizado de unos tres metros de largo y tres de alto.

        - Bien. - carraspeó Don Francisco para aclararse la voz: - Yo estaré detrás de ese cristal. - todos miraron en esa dirección: - Como observaréis, no podéis ver lo que hay detrás, pero yo sí que podré veros. Junto con dos médicos especializados en conducta adolescente, tomaremos notas de vuestro comportamiento. ¿Alguna pregunta?
       - Yo tengo una. - dijo Samuel.
      - Cómo no... - suspiró Sofía. Samuel le dedicó una mirada de rencor.
      - ¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, profe?
    - El que sea necesario para los profesionales, Samuel. No puedo decir nada exacto. - le contestó Don Francisco.
     - Yo tengo otra. - dijo Laura.
     - Adelante. - incentivó Don Francisco.
     - ¿Por qué todavía no hemos visto a ningún médico?
    - ¡Buena pregunta! - le contestó el profesor: - Entrarán después de que yo salga, por lo que debería de darme prisa... Bueno, chicos, me despido de vosotros y no olvidéis que os estaré viendo.

            Dicho esto cerró la puerta tras de sí. Los chicos y chicas quedaron en silencio durante unos pocos segundos y fueron tomando asiento con sus compañeros para charlar mientras tanto. Sofía y Laura se sentaron en un sofá cercano al espejo polarizado, quedando Sofía totalmente pegada a este espejo. En medio de los sofás había una gran mesa bajita de centro, como si fuera un salón. A los pocos minutos se abrió de nuevo la puerta de la habitación y entró una mujer joven con el uniforme de color verde (camiseta, pantalones y zapatillas).

     - Bienvenidos de nuevo. - su voz era la que se había escuchado anteriormente en el vestíbulo del edificio por el megáfono. Todos quedaron en silencio expectantes: - El estudio no va dirigido a vosotros, si no a vuestros profesores. - un revuelo de cuchicheos invadió la sala: - Silencio. - ordenó la mujer, y así obedecieron los alumnos: - Hace media hora vino una clase de vuestro curso, pero de otra localidad. Las pautas a seguir por ellos son las de visionar una película en silencio y obedeciendo todo lo que su profesor les diga.
         - Pues vaya... - se quejó Samuel en voz alta.
      - Vosotros por el contrario... - siguió la mujer: - Deberéis visionar la película unos pocos minutos, pero poco a poco tendréis que pasar a otras cosas, desobedeciendo la orden primera, charlando con los demás, haciendo ruido...lo que queráis. - la mujer sacó un pequeño mando a distancia blanco de su bolsillo y presionó un botón.

          Una gran pantalla de plasma bajó del techo hasta colocarse a una distancia considerable para poder verla todos los allí presentes. La luz de la habitación se apagó y todos pudieron ver lo que había detrás del cristal polarizado, Don Francisco saludando con la mano.

      - A partir de ahora seguir las instrucciones que os he dado. Muchas gracias. - dijo la mujer y volvió a presionar un botón. Una película daba comienzo en aquella pantalla mientras ella salía de la sala cerrando la puerta tras de sí.
      - ¿En serio tenemos que hacer esto? - le preguntó Sofía a Laura entre susurros.
      - Por lo visto, sí. Ya sé que es un peñazo, pero tenemos que hacerlo. - le dijo Laura.
     - Laura y Sofía, dejad de hablar y mirad a la pantalla. - la voz de Don Francisco inundó la sala, haciendo a todos sus compañeros girarse con miradas acusantes, entre ellos Samuel.

            Aunque pareciera que se tuvieran tanto rencor, Sofía estaba completamente enamorada de Samuel desde los doce años. Siempre se había burlado de ella, pero Sofía nunca había dejado de pensar en él de la forma más cursi posible. Se había puesto una coraza de chica rebelde y fuerte, pero en su interior era la típica chica enamoradiza. Le dolía en el alma que Samuel fuese tan cruel a veces, por lo que intentaba aparentar ser todavía más fuerte.

      - Ya sabes Sofi...los que se pelean, se desean... - le dijo Laura al ver que Sofía no apartaba la vista de Samuel.
         - Si tú supieras... - le dijo Sofía.
     - ¿Crees que no me he dado cuenta? - le preguntó Laura. Sofía la miró a los ojos sorprendida: - LLevas pillada por él desde que íbamos a sexto de Primaria... y se te nota todavía.
         - ¿Tanto se me nota, en serio? - le preguntó.
        - Yo sí que te lo noto. Somos amigas inseparables desde la infancia, todas tus emociones y tus pensamientos los noto. - le dijo Laura.
       - Eres genial, Lau, de verdad. Muchas gracias por ser mi amiga. - Sofía no tenía hermanos de sangre, pero consideraba a su amiga como una verdadera hermana.

            La película comenzaba con la escena de una mujer y un hombre sentados en un banco enfrente de un río, sin hablarse, sólo mirando al frente. La escena perduraba y los alumnos comenzaron a charlar. Estaba claro que aquello era a propósito, por lo que Sofía y Laura también hablaron entre ellas. De repente, la pantalla se apagó y los chicos comenzaron a formar revuelo. Algunos se pusieron de pie, otros se lanzaban bolas de papel de aluminio de sus bocadillos, una chica sacó un kit de belleza y comenzó a maquillarse...

       - En serio, ahora esto está tomando una temática que me gusta bien poco... - dijo Sofía a su amiga.
      - Ten en cuenta que están estudiando las reacciones de Don Francisco ante la situación que tiene en frente. - dijo Laura.
      - Supongo que el profe estará desesperado. - dijo Samuel mientras se acercaba a ellas. Se sentó en la mesita y miró fijamente a Sofía: - No te cabrees conmigo, sabes que en el fondo te quiero. - y esbozó una sonrisa.

            Aquellas palabras resonaron repetidas veces en la cabeza de Sofía. ¿Realmente la quería? No entendía porqué decía eso si luego estaba al acecho de cualquier chica provocativa.

       - Sí, me va el riesgo. - concluyó Samuel y se levantó en dirección a su grupo de amigos.
       - ¿Lo ves? Te quiere, ¡te lo ha dicho! - gritó Laura.
       - No te creas, lo hace para picarme... - dijo Sofía cabizbaja.
       - Eso es lo que busca, ¿no te das cuenta? - le dijo Laura apoyando su mano en el hombro de Sofía: - Quiere que seas tú quien dé el primer paso. Teme ser rechazado por ti, ¡está clarísimo!

            La televisión se volvió a encender con otra escena de la misma película, pero esta vez un ruido atronador asustó a los alumnos. Era como si una radial estuviera cortando algo. Sofía miró de reojo al espejo polarizado y vio una silueta de pie, impasible, mirando a la sala. Pronto el ruido se intensificó y vio cómo la radial atravesaba la pared justo al lado de donde ella estaba.

       - ¡Dios! ¿Qué es eso? - preguntó Laura asustada.
       - ¡Por aquí! - la guió Sofía agarrándola del brazo.

Un rugido atronador invadió la sala y de pronto las lámparas fluorescentes se apagaron, dejando una tenue luz que incidía por las cortinas de las ventanas. Sofía pudo ver a un ser de aspecto humano, con la piel tan pálida como la nieve y cubierto por una bata de hospital del mismo color que las luces verdosas. Llevaba en su mano la radial con la que había atravesado la pared llena de sangre, lo que hizo que Sofía mirase atrás del ser, Don Francisco estaba tendido en el suelo rodeado de un enorme charco de su propia sangre.

Todos los compañeros corretearon de aquí para allá mientras el ser pálido permanecía observándolos, como si estuviera analizando a cuál de ellos atacaría en primer lugar. Sofía corrió hacia la puerta y comenzó a dar patadas cerca del pomo, sabía que tarde o temprano iba a ceder, ya que lo había hecho en múltiples ocasiones. Aún de la mano de Laura, Sofía pudo abrir la puerta y ambas salieron de la sala.

-  ¡Venga!, ¡no te separes de mí! – le gritaba Sofía mientras Laura asentía cubierta de lágrimas: - ¡Por aquí! – gritó al resto de sus compañeros.

Muchos de los alumnos atravesaron la puerta y fueron en todas direcciones por los pasillos de aquel extraño edificio.

- ¡Samuel! – gritó Sofía a su compañero. El chico estaba tan sobrecogido por la situación que se quedó plantado delante del ser pálido, ambos mirándose a los ojos, retando el uno al otro.

Aquel espécimen abrió su boca y en lugar de hacerlo como un ser humano, los labios se le separaron verticalmente y se pudo ver cómo varias filas de dientes brillaban de su interior. De nuevo un rugido espantoso inundó la sala. El ser agarró la radial con fuerza y atravesó a Samuel de arriba abajo.

-       ¡No! – gritó de nuevo Sofía. Se llevó las manos a la cara. Pero pronto miró a su alrededor, Laura se había soltado y había huido dejándola allí.

Sofía corrió por un largo pasillo hasta una puerta que conducía a las escaleras de emergencia, la abrió y comenzó a bajarlas a toda prisa. Aún llorando, se daba toda la prisa que podía. Escuchó varias veces rugir a aquel monstruo desde la lejanía. Cuando se encontraba en el primer piso, la puerta de emergencia se abrió ante ella: Laura asustada había encontrado la misma salida que ella. Ambas se abrazaron y comenzaron a bajar el último piso.

-       ¡Vamos, Lau!
-  Sofía…no puedo continuar…me fallan las piernas. – le dijo Laura bajando las escaleras muy lentamente.

De nuevo el rugido se escuchó pero lo hizo muy cerca de ellas, por lo que Sofía se apresuró a agarrar a su amiga de la mano y tirar de ella, sacarla a rastras como fuera de aquel lugar. De pronto, un fuerte golpe las separó, el ser pálido había cogido a Laura por las piernas y estaba comenzando a mordérselas.

-       ¡No! ¡por favor, tú no! – le gritaba Sofía.
-       ¡Sálvate! ¡Corre! – logró decir Laura.

Puso otra vez marcha escaleras abajo y consiguió salir del edificio. Corría hasta más no poder, con la resistencia física de una atleta, pero el estado de ánimo de una desequilibrada emocionalmente. Llorando y sin poder creer lo que acababa de pasar, corría por una carretera adornada de olmos a ambos lados. Escuchó gritos detrás de ella y frenó girándose, una multitud de chicos y chicas compañeros suyos corrían en la misma dirección que ella, por lo que se apresuró a seguir el paso.

-      ¡Vamos! – gritó un chico.
-   ¡No puedo más, creo que me voy a desmayar! – gritó una compañera a punto de vomitar y con la cara amarillenta del pánico. Sofía le pasó el brazo por encima de su cuello y cargó todo el peso sobre ella.

Aquel grupo de adolescentes giró en la primera curva de la carretera asfaltada y se toparon con una cuadrilla de soldados bien armados.

-      ¡Por favor, nos tienen que ayudar! – dijo Sofía.
-      ¡Tres! – gritó el capitán.
-   ¿Pero qué hacéis? – preguntó un chico mientras el resto se iba agolpando en aquella curva.
-  ¡Dos! – continuó el capitán. El resto de soldados se arrodillaron en el suelo y apuntaron con sus armas al grupo de chicos atemorizados.
-   ¡Vamos a morir todos! – gritó Sofía mientras abrazaba a su compañera evitando mirar a los soldados.
-  ¡Uno! – gritó de nuevo el capitán. Todos los chicos se dieron la mano, entrelazándolas, formando una endeble cadena humana: - ¡Fuego!


Una veintena de disparos se escucharon en pleno bosque y luego se hizo el silencio.

 En medio de la nada, el Gobierno tenía que dar de comer a los seres extraterrestres que capturaban para poder estudiarlos, y qué mejor forma de engañar a unos pobres chicos y sus profesores para hacerlo, luego dirían que el autobús se había despeñado por el barranco y que los animales se deshicieron de los cuerpos. 

Y así el secreto estaría bien guardado. 

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