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viernes, 27 de febrero de 2015

Despertar



Zaira, de catorce años, despertó aquella tarde.

Hiperventilando y abriendo los ojos hasta más no poder, se dio cuenta de que tenía puesta una mascarilla de oxígeno en su cara y en sus manos se clavaban un par de vías con tiritas que las sujetaban…estaba en un hospital. Intentó tranquilizarse y sintió que estaba conectada a un holter, entonces se detuvo a escuchar: silencio.

¿Pero, porqué en un hospital, había silencio absoluto?, eso no podía ser posible, o eso creía ella. Se quitó la mascarilla y se desenchufó de todos aquellos aparatos arrancándose tubos y cables de la piel. Únicamente llevaba puesta la bata de hospital, lo cual le hizo sentir pudor y reparó que en el baño de su habitación habría algo de ropa:

-          Esto me servirá.- dijo Zaira mientras cogía unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta morada del armario del baño.

Después se calzó unas zapatillas y salió decidida a encontrarse con alguien, pero antes reparó en el espejo, su aspecto, su peinado y su cara eran totalmente diferentes a como los recordaba. Ella tenía seis años la última vez que se miró en un espejo, ahora era más mayor, con el pelo negro y ondulado largo y frondoso. Sus ojos seguían siendo de color pardo, algo que le encantaba.

Cuando salió de la habitación todo estaba en calma. Anduvo en silencio y con paso ligero por el pasillo hasta llegar al mostrador de enfermería de aquella planta. Se escondió detrás del mostrador e intentó a toda prisa mirar los papeles que allí estaban desparramados, y otros tantos revoloteando a causa de corrientes de aire por las ventanas abiertas de par en par. Algunos eran informes de alta de pacientes, otros, recibos sobre los medicamentos, sueros…y de pronto, periódicos cuyos titulares eran asoladores: “Bombardean el centro de la ciudad”, “dos millones de víctimas después de dos semanas”, “atentado contra hospitales”

-          ¡No puede ser! – Zaira estaba entrando en un estado de nerviosismo que no podía contener. Sentía que le iba a estallar la cabeza, y de pronto escuchó un gemido procedente de la sala de espera de la planta.    

Miró a su alrededor, y allí encontró algunos utensilios para utilizarlos como arma: unas tijeras, un cúter y numerosas jeringuillas con un líquido dentro, morfina. Cogió todo lo que pudo y se lo guardó en los bolsillos del pantalón, salvo el cúter, que lo llevaba en posición defensiva, amenazante, mientras se acercaba a la sala de espera.

Los gemidos eran cada vez más intensos. Zaira reparó que se trataba de una mujer, debido a la sonoridad de los sollozos. Y sin más espera, entró decidida. Allí estaba, sentada de espaldas a la puerta y mirando por la ventana, una mujer joven de unos veintitantos años:

-          ¿Quién es usted? – preguntó Zaira mientras se iba acercando a la silla, pero no hubo respuesta. Los sollozos seguían por parte de aquella mujer: - He dicho, ¿quién es usted?, y por favor respóndame de una vez antes de que le clave esto en la espalda…- Zaira estaba aterrorizada. Los gemidos cesaron, y Zaira tenía el cúter en alto, preparada para atacar.

La mujer se fue girando poco a poco. Era mayor, y no parecía que quisiera hablar:

-          ¿Dónde está todo el mundo? – preguntó Zaira.

-          Mmmm…- se limitó a decir la mujer. Parecía estar en shock, pero eso no importaba ahora.

Zaira se percató que la mujer estaba señalando a un punto en concreto de la estancia: el sillón del rincón:

-          ¿Qué quiere que haga, señora? – Zaira le preguntó con miedo.

-          ¡Mmmm!...- la mujer señaló con más fuerza a ese lugar.

La chica caminó hacia el sillón, de piel rasgada y con el espumillón esparcido por el suelo. Lo observó durante unos segundos y pronto se dio cuenta de que la mujer estaba señalando debajo del sillón.

Allí había un periódico enrollado. Zaira lo cogió y lo desenrolló mientras se sentaba sobre sus rodillas en el suelo. El titular decía: “Año 2084,  se desata el caos”. Continuó una imagen de una gran ciudad sumida en escombros y grandes torres de humo salían del centro. Se fijó todavía más en la ciudad, era Madrid, pero con edificios futuristas, algo que sólo había visto en películas:

-          ¡Oh Dios mío! – exclamó.

Acto seguido la mujer comenzó a chillar y Zaira se asustó, la miró y entonces supo que alguien más estaba allí, detrás de ella. Zaira se giró y vio una silueta corpulenta y con ropajes azul marino. Un soldado equipado con máscara anti-gas portaba un arma que emitía luz propia y de color azul en su recámara, estaba apuntando directamente a Zaira a la cabeza:

-          ¡No sé qué está pasando! – gritaba Zaira mientras levantaba las manos:- ¡He estado en coma y me acabo de despertar!

El soldado bajó el arma y con la voz distorsionada dijo:

-          El antídoto… - acto seguido cogió a Zaira por un brazo, y puso tanta fuerza que la levantó de un salto y la empujó hacia la puerta.  

-          ¡Me haces daño!, ¡Suéltame! – le gritó Zaira al soldado.

-          ¡Calla y obedece, niña! – le contestó la voz distorsionada del soldado.

-          ¡Pero no es justo, no entiendo nada! – Zaira le golpeaba el brazo del soldado con tan poca fuerza que era frustrante verla.

-          ¿Quieres entender algo?, ¡mira ahora! – el soldado disparó a la señora mayor con tal precisión que dio en el centro de su cabeza, desintegrándose al segundo.

-          ¡Salvaje, inhumano! – Zaira no cesaba de golpear al soldado mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, puñetazos y patadas que retumbaban en su coraza. De repente, el soldado propinó un puñetazo en la cara de Zaira y esta se desmayó en el acto.

   Al despertar, sintió una profunda luz cegadora en sus pupilas, y sus manos, maniatadas a una silla:

-          ¿Dónde estoy? – preguntó al aire.

-          En el cuartel general. – le respondió de nuevo la voz distorsionada.

Unas manos frías desataron a Zaira, quien miró sus muñecas nada más sentir libertad, y comprobó que tenía heridas por las rozaduras de las cuerdas:

-          Si me habéis secuestrado, decídmelo y así podré soportar esta carga. – dijo Zaira, aparentando ser más mayor de lo que era.

-          No estamos autorizados a hablar con civiles. – se limitó a decir el soldado que la desató: - Ahora vendrás con nosotros a tus “aposentos”. – después de terminar esta frase todos los soldados en la sala rieron fuerte. Zaira contó hasta cinco, con máscaras y uniforme, con sus armas preparadas para cualquier altercado.

Dos de ellos cogieron a Zaira por ambos brazos, y la encaminaron hacia la puerta. El sol la cegó por unos instantes hasta que su visión fue recomponiendo los objetos de su alrededor: caminaban por un largo pasillo y a ambos lados había únicamente chicas, de la misma edad que ella o incluso más jóvenes y todas llevaban puesto un uniforme rojo oscuro, con números blancos en su espalda, al igual que ella.

La soltaron al llegar a un gran patio, donde las chicas se disponían en pequeños grupos selectos. Zaira no sabía muy bien cómo actuar y se acercó a una chica pelirroja, con pecas en las mejillas, que parecía ser la líder de su grupo.

-          Hola, me llamo Zaira. No sé muy bien qué hago aquí, ¿me podéis ayudar? – la chica estaba desesperada.

-          Hola, soy Lorena. – dijo la chica pelirroja: - Estamos todas igual que tú, no sé si te habrá pasado lo mismo que a nosotras. Nos despertamos en un hospital, y acto seguido nos cogieron esos soldados. – decía mientras los señalaba, puesto que estaban vigilándonos.

-          Entonces, ¿puedo proponeros una fuga de aquí? – dijo Zaira.:- He ideado un plan en unos pocos segundos.

-          Cuéntanos. – dijo Lorena, mientras se reía, y al hacerlo, las demás la imitaron.

Zaira explicó el resto del plan a sus nuevas compañeras, las cuales estuvieron de acuerdo.

Los días pasaban y el plan fue viento en popa. Cada vez que Zaira entraba en el comedor, todo quedaba en silencio con miradas de apoyo; también cada día en el patio, cuando contaban con una hora de descanso. La mayoría de las reclusas estarían dispuestas a dar su vida por escapar de aquel lugar y de buscar una explicación, así que nada podría salir mal.

Pasadas tres semanas y sin saber nada del exterior, Zaira jugaba al póker en su celda compartida con María, una chica bajita, rubia y de doce años. La jugadora que perdiera, ésa sería la que iniciaría el plan:

-          Escalera real.- dijo María triunfante mostrando sus cartas.

-          ¿Pero qué…? – Zaira no podía creerlo. Le había ganado una chica más pequeña y ahora tendría que hacerlo tal y como ella misma había planeado.

-          Sí, tú misma pensante en el plan y ahora vas a tener que iniciarlo. – María se burlaba de ella.

-          Eso haré, lo juro, os sacaré a todas de aquí. – dijo Zaira con rabia. Se levantó y volvió a mirar su uniforme de reclusa rojo. Era el color de la sangre, y sangre se iba a derramar pensó mientras apretaba sus puños contra los barrotes de su celda.

A la mañana siguiente, y como estaba previsto, los diferentes grupos de chicas se disponían en el patio, atentas a la acción de Zaira. Ésta sabía que si provocaba a la líder del grupo más radical de toda la prisión, comenzaría el desarrollo del plan:

-          ¡Oye, morena! – gritó Zaira a una chica afroamericana, a lo que ésta contestó con una mirada asesina.: - Sí, tú. ¿Dónde te has dejado el champú?

-          ¡Vaya!, la niña se ha levantado con ganas de pelear… me llamo Ana, y te daré un consejo: nunca empieces una guerra que no vas a poder ganar. – dijo la chica. : - ¿Tienes ganas de que te parta esa bonita cara que tienes o qué?

Zaira no esperó a responder y actuó. Comenzó aquella pelea enzarzándose con Ana, puesto que se había negado a participar y ahora estaba haciéndolo sin que ella misma lo supiera. Poco a poco todas fueron entrando en la batalla y sintieron que los guardas no acudían a separarlas. Zaira recibió tantos golpes como Ana: estirones de pelo, arañazos, patadas…pero ninguna se rendía. En unos pocos minutos todo el patio de aquella cárcel parecía un hervidero de chicas rozando la locura…hasta que se escuchó un disparo atronador de un cañón. La munición fue a parar al costado de Ana, derribándola y destruyendo su torso. Murió en el acto, ante la mirada atónita de Zaira y las demás chicas.

Un soldado con una rodilla apoyada en el suelo había disparado ese cañonazo desde un lanzagranadas. Se levantaba poco a poco hasta que se quitó la máscara: era una mujer. Tenía aproximadamente unos cincuenta años, pero su piel estaba tan estirada que aparentaba menos edad:

-          ¡Tú! – gritó señalando a Zaira : - Debes venir conmigo, ¡ahora! – Zaira se aproximaba a la mujer soldado, y cuando estuvo demasiado cerca, cambió de parecer y le arrebató el arma.

Enseguida María y Lorena acudieron en su ayuda y pronto se acercaron todas desarmando a la mujer soldado, sustrajeron sus armas y acabaron amordazándola en una celda cercana, para que nadie más pudiera saber dónde estaban:

-          ¡Nos vas a decir qué pasa aquí! – dijo Lorena apuntando directamente a la mujer con una pistola, de espaldas parecía que su pelo se mimetizaba con el uniforme de reclusa.

-          ¡Está bien!, os lo diré. – comenzó a explicar la mujer soldado : - Hace ochenta años hubo un experimento. Una vacuna que se os implantó a las niñas de dos a ocho años de edad. Para la sociedad, era una vacuna más en una revisión cotidiana, pero en realidad, llevaba consigo un virus que atrofiaba genéticamente a la portadora, haciendo así que sus ovarios no generaran óvulos, y si lo hacía, serían óvulos estériles.

-          ¡Malditos seáis!, ¡Quieren acabar con la raza humana! – gritó Zaira, y mientras terminaba de gritar al viento le propinó una patada en la cabeza a la mujer maniatada.

-          ¡Zaira, para! – le dijo María, y ella quedó inmóvil, mirando a aquella mujer y a la vez sintió lástima. : - Continúa, por favor.

-          Está bien…- la mujer tomó aire y prosiguió: - Estalló la guerra química. Mucha gente se dio cuenta de lo que estaban haciendo los grandes médicos, y comenzó a asesinarlos.

-          ¿Somos las cobayas? – preguntó Zaira.

-          Sí, si así lo percibes mejor. - contestó la mujer: - Además, todas y cada una de vosotras quedó en coma extrañamente ¿no? – preguntó a las chicas, intentando crear intriga, mirando como cada una de ellas se miraba entre sí, conociendo la respuesta enseguida : - Todo esto fue porque sois las portadoras del antídoto al virus desatado en el planeta ahora mismo. Las grandes multinacionales, al ver que asesinaban a sus médicos, desarrollaron una gran tecnología bélica y arrasaron ciudades importantes, empezando por los hospitales y centros de salud.

Ahora todo encajaba. Los padres de cada una de esas chicas habían pagado a alguna empresa para mantenerlas con vida, criogenizadas, hasta que fuera necesario. Lorena cogió el machete de la mujer soldado y comenzó a degollarla, hasta que  ésta dejó de jadear. La sangre se derramaba por toda la celda y no hubo más palabras.

Ese día hubo un motín, donde las chicas rompieron las cámaras, sorprendieron a los guardas (quienes, sospechosamente eran mujeres) y asesinaban a diestro y siniestro, con esas armas de una tecnología punta hasta entonces no conocida por las muchachas. Toda la cárcel iba quedando vacía de guardas y de carceleras, y poco a poco, una marabunta roja fue acercándose a la salida. Algunas de ellas no tuvieron paciencia y comenzaban a escalar las verjas, pero al llegar casi al final, se electrocutaron y sus cuerpos cayeron inertes al suelo con un gran golpe. Estaba claro: la única salida sería reventar la puerta con dinamita, y así lo hicieron.

 Lorena ahora estaba al mando de todas las chicas y Zaira estaba frustrada por no haber sido capaz de liderarlas, ya que había ideado todo, pero de momento sólo pensaba en la libertad y en matar a quien se opusiese. La dinamita fue efectiva y todas corrieron hacia la libertad. Atravesaron un frondoso bosque, pero pronto se dieron cuenta de que estaban andando en círculos y disminuyeron el paso, intentando controlar cada arbusto, cada árbol…:

-          ¡Estamos perdidas! – le reprochó Zaira a Lorena, quien estaba al borde de un ataque de nervios. : - Y todo por tu culpa, por hacerte cargo de algo tan brutal como un motín de cárcel sin previamente haberlo planeado.

-          ¿De verdad?, no me lo creo. – le dijo Lorena histérica.

Estaban a punto de pelearse de nuevo cuando escucharon unos gritos salvajes que venían hacia ellas:

-          ¡Rápido, preparad las armas! – gritó Zaira. : - ¡Las que tengáis armas láser poneros en dos filas!, ¡Lanzagranadas, al centro!, ¡Metralleta, a mi lado! – comenzó a ordenar y así obedecieron.

-          Se te da de lujo, ¿eh? – le espetó Lorena.

-          No es momento para bromas. – le dijo Zaira.

Los gritos se aproximaban hacia su posición:

-          ¡Preparadas! – gritó Zaira. : - A mi señal, disparad. – se prepararon para abrir fuego. : - ¡Uno!, ¡dos!...

De pronto, aparecieron de la nada, con el mismo uniforme pero esta vez de color gris, un gran número de chicos, y ninguno superaba los veinte años, como ellas. Ambos grupos quedaron petrificados al ver al otro, entonces Zaira tomó la iniciativa:

-          Somos portadoras del antídoto. – dijo al grupo masculino.

-          Nosotros no lo padecemos… portamos el virus. Rendíos y no moriréis. – dijo el líder.

Ambos grupos no supieron muy bien cómo reaccionar, pero pasados unos segundos de tensión en silencio, una flecha impactó en la cabeza de un muchacho de apenas unos once años de edad. Portadores del virus y portadoras del antídoto comenzaron una sangrienta batalla por la supervivencia. La sangre corría campo a través, algunos huyendo, pero otros enfrentándose a sus oponentes sin miedo.

Las horas pasaron y al final sólo quedaban tres supervivientes femeninas: Zaira, María y Lorena, unidas como nunca, planeando una emboscada. Los supervivientes masculinos las superaban en número, así que tendrían que apañárselas como pudieran para que el bien triunfara sobre el mal, por lo que idearon el plan perfecto.

Zaira fue por el bando derecho hacia el grupo de chicos y Lorena por el bando izquierdo, ambas armadas con arco y flechas cuya punta estallaba al introducirse en el cuerpo, para ser silenciosas a la vez que letales. Lorena disparó primero, hirió a un chico en el corazón. Cuando todos quedaron alarmados e intentaron averiguar de dónde venía esa flecha, Zaira disparó a otro chico más mayor en el cuello. Esto hizo que los chicos se agruparan en círculo, ahora sólo quedaban cuatro. De nuevo Lorena disparó y acertó en un chico de unos dieciséis años y Zaira también lo hizo al muchacho de su derecha. Ya sólo quedaban dos:

-          ¡Sólo intentamos sobrevivir! – gritaba el líder a los árboles. Entonces una nueva flecha se estrelló en su compañero.

En medio de sollozos, el líder de los chicos se vio acorralado por Zaira, Lorena y María, quien portaba una pistola apuntándole directamente a la cabeza:

-          Habéis caído en la trampa. – anunció el chico. De pronto, varias flechas salieron de la nada y en todas direcciones e impactaron en los cuerpos de las chicas.

La sangre de las chicas se derramaba por la hierba, impregnándola y obligando a los chicos a acercarse para ver su acción. Decenas de muchachos se aproximaban a la escena de entre los matorrales, detrás de los árboles y levantándose de entre las raíces de éstos. Dejaron sus cuerpos abandonados y huyeron, pero no repararon en que el antídoto que contenía su sangre, penetró en la tierra. Las plantas que crecieron en ese lugar, se fueron alimentando de los minerales y de esa propia sangre, los animales herbívoros se alimentaron de esas plantas, y los carnívoros de los anteriores.  

Con el paso del tiempo, los hombres se dieron cuenta de que eran los únicos que podían portar el virus sin padecerlo, por consiguiente, las mujeres enfermaban y morían aun teniendo corta edad, otros tantos hombres fallecían a manos de los soldados o fueron víctimas de atentados, mientras que los animales se hacían más y más fuertes.


Durante miles de años, fuimos el primer eslabón de la cadena, y ahora nuestros edificios, nuestros coches, nuestras carreteras y todo lo manipulado por el ser humano quedaban en ruinas. Las plantas trepaban por las paredes, los animales correteaban libres por las ciudades llenas de una frondosa vegetación, todos inmunes al cáncer que asoló a la especie dominante.

martes, 3 de febrero de 2015

La noche Macabra


RELATO INSPIRADO EN TEMÁTICA LOVECRAFTIANA, presentado al pasado II Certamen de Relatos e Ilustración "Fuenlabrada fantástica". 






Nací y crecí en la ciudad de Fuenlabrada. Había convivido con mi madre y mis dos hermanos pequeños en una casa humilde, ya que mi padre murió cuando yo era pequeño sin dejarnos apenas herencia. Los constantes abusos por parte de mis compañeros en clase trajeron secuelas en mi personalidad, siendo tímido, con una bajísima autoestima y un paranoico de lo extraterrestre y lo paranormal.

Durante mis años universitarios en la facultad de Psicología, viví solo en un piso de la capital. Me refugiaba en los libros de ciencia-ficción y fantasía creando una nueva dimensión en mi mente, haciéndome evadir de todos los problemas terrenales. Era uno de los pocos afortunados que contó con ayudas en la Universidad por mi gran capacidad intelectual. “Superdotado” me llamaban algunas veces, “loco” lo decían en otras ocasiones… pero yo sabía que era el elegido para desempeñar la tarea.

Muchas veces había soñado con una gran máquina, piezas que encajaban como las de un reloj de proporciones inmensas y humo, mucho humo, que provenía de su interior. Funcionaba. Los planos de esa máquina los repasaba una y otra vez en mi cabeza. Me decía <<va a funcionar, podré viajar al futuro o al pasado, lo que quiera podré escoger… >>. Cuando era un simple estudiante, dibujé una y otra vez los planos de la máquina, pero no contaba con los recursos necesarios.

Ahora, con treinta años, soy profesor de la misma facultad de Psicología en la que un día estudié, intento convencer a mis alumnos de que existe vida fuera de nuestro planeta. Se podrían hacer viajes a un futuro lejano o incluso volver al pasado para arreglar algo. Me han vuelto a tachar de “loco” y “paranoico”, pero lo único que me pasa es que en mi mente hay flashes, recuerdos o visiones que se me aparecen sin previo aviso. Cuando esto me ocurre, me quedo muy quieto, prestando toda la atención posible a las imágenes para no perder detalle. Exteriormente me quedo bloqueado, con la mirada perdida y hablando en una lengua que nadie entiende.

En una ocasión, un compañero también profesor de la misma facultad, me grabó con su cámara mientras me ocurría. Para las personas que se consideran “normales” les causaría miedo, terror, pánico. Pero para mi compañero y para mí, eran simples visiones que unos pocos cerebros privilegiados pueden percibir. Le comenté lo de construir una máquina del tiempo, y él aceptó. La construiríamos con los recursos que la propia Universidad facilitaba, en la sala vacía que se destinaba a los documentos antiguos pero que sin embargo, seguía vacía.

Después de tres años de exhaustivo trabajo, al fin conseguimos construirla. El tamaño era el mismo del que yo recordaba en mis visiones y todo encajaba según lo previsto. Mi compañero quería atribuirse todo el mérito por ello, pero yo no lo podía tolerar. La idea era mía y el mérito sería mío. Por tanto, yo y solo yo, sería el primero en probarla.

A los pocos días, el Rector de la Universidad vino a mi despacho. Tapé como pude los dibujos de planos y anotaciones que tenían relación con la máquina. No quería que nadie más supiese lo que había construido, y mucho menos que en aquel lugar había asesinado a mi compañero. Nadie más lo debería saber.

-          Miguel, siento molestarte – me dijo al entrar.

-          No importa, pasa.

-          Miguel, lamento ser el portador de malas noticias, pero… estás despedido.

-          ¿Por qué?

-          Todos tus alumnos han firmado para que te vayas. No les gustas. Tu comportamiento en clase no es el adecuado. Además, uno de ellos nos ha filtrado una grabación muy extraña de ti.

En esos momentos, recibí una nueva visión en mi mente. Tentáculos verdosos salían de la máquina, como si un pulpo gigante intentase tragársela.

-          ¡No! – grité a pleno pulmón - . ¡Mi máquina! – aquellos tentáculos la querían de veras.

-          Miguel, vete a casa y no vuelvas por aquí.

Un último vistazo a mi máquina me dio a entender que ésta quería ser probada. Recogí mis bártulos de mi despacho y me dirigí a la sala secreta. Allí mismo, estaba escondidos los restos de mi compañero en formol. Lo hice.

Me introduje por la trampilla inferior y tomé asiento en el interior del control de mandos. Nada ya importaba, nada salvo mi destino.

No estaba nervioso, sino más bien decidido en todo lo que hacía hasta el momento, sin flaquear ni un solo instante. Escuché un zumbido en mis oídos y se le iban uniendo susurros en otra lengua, tal vez en alguna antigua que no conocía o tal vez en una lengua nueva, futurista, una mezcla de todos los lenguajes que existen en el mundo ahora mismo.

Presioné el botón granate con mi pulgar, bajé la palanca que tenía a mi izquierda y tecleé los números que tantas veces se me habían aparecido en mis visiones. Ahora sí que ya no había vuelta atrás, sólo mirar adelante… En la pantalla justo enfrente de mi posición, antes traslúcida, ahora se convirtió en un cristal muy opaco y oscuro, hasta el punto de verme reflejado allí mismo, en el sillón rodeado de tubos y engranajes. Mi aspecto realmente había cambiado a peor. En esos tres años me había desmejorado a una velocidad vertiginosa, incluso lucía una barba crecida de semanas sin cuidar y el pelo medianamente largo y despeinado.

El cuerpo de mi compañero seguía conservado porque las voces de mi cabeza así lo querían, y así debía de ser. Si me oponía a alguna cosa que me ordenaban, yo mismo sería el que apareciese muerto y no él. Por esta razón, no debía de decírselo nunca a nadie, ni mostrárselo sin palabras ni tan siquiera insinuarle que sabía su paradero.

Mi imagen se fue tornando turbia por el movimiento veloz que la máquina estaba tomando. Las náuseas se apoderaban de mí, así que tragué saliva y retuve el vómito en el estómago. Cerré los ojos intentando que de esa forma todo pasara mucho más rápido pero sabía perfectamente que no sería así, las voces en mi cabeza no querían que cerrase los ojos, inundando mi mente con tentáculos amenazantes.

Abrí los ojos, esta vez inyectados en sangre por la presión que la máquina estaba ejerciendo sobre mi cuerpo. La imagen que se vislumbraba en la pantalla ahora había vuelto a cambiar. Millones de estrellas se cruzaban a mi paso, galaxias, nebulosas… hasta acabar dentro de un agujero de gusano. La máquina tomó mucha más velocidad y traqueteo en el viaje. Grité de angustia, deseando que el viaje acabara de una vez.

De repente, la oscuridad se apoderó de mi mente de nuevo, pero el silencio era el principal sonido en el ambiente.

-          Desde la oscuridad te hablo, Miguel. Escúchame atentamente, vulgar humano, la historia de mi raza desde antes incluso de su existencia – anunció una voz gravísima, como si su caja torácica fuera extremadamente ancha. También se notaba una dificultad a la hora de pronunciar la “r” en sus palabras.

-          ¿Hablas mi idioma? – pregunté, aún con los ojos vendados.

Sentía que mis muñecas y tobillos estaban atados, sujetos a algo. Era imposible moverse, por lo que decidí dejar de resistirme y guardar fuerzas.

-          Aprendí tu idioma leyendo antiguos letreros tallados en roca, carteles de hierro que a pesar del tiempo, aún se distinguen sus palabras – la voz de la criatura que me hablaba se iba moviendo en la estancia tan rápido que apenas era perceptible el lugar exacto en el que se encontraba - . Las ciudades en las que te ves acostumbrado a viajar con tus ruidosos y contaminantes medios de transporte, ahora son ruinas bajo nuestros pies. Nuestra sociedad no se rige por países, ya que todos quedaron sepultados, somos una civilización liderada por un único Dios.

-          ¿Dónde estoy? , ¿quién eres? – comenzaba a agobiarme, sentía que el corazón se me iba a salir del pecho.

La criatura pareció hacer caso omiso de las preguntas que le hacía.

-          Hace tres mil años, dos países que siempre habían sido rivales, iniciaron una Guerra Mundial como nunca antes había presenciado el ser humano. Debido a los grandes avances tecnológicos de la época, las armas habían evolucionado casi de forma radical, utilizando la energía que el propio planeta les daba.

Aquel ser parecía que no iba a callar hasta contarme todo lo que tenía que decir, pero seguía sin destaparme los ojos y sin liberar mis extremidades. Lo último que recordaba era subirme a la máquina del tiempo que había construido. Intenté hacer memoria sobre mi propia vida: era catedrático de Psicología en la capital; siempre volvía a mi ciudad natal, Fuenlabrada, en vacaciones de verano y de diciembre, pero aquel día, el Rector me habían comunicado que había sido despedido. Bien sabía que mis locuras algún día se verían reflejadas en mis clases de Psicología, ya que estaba ideando múltiples ecuaciones y planos constantemente.

-          ¿Esto es una pesadilla? – pregunté gritando y suplicando en mi fuero interno que así fuera - . Por favor, desátame y déjame libre.

-          No es tan fácil…tendrías miedo si lo hiciera… - dijo la criatura.

-          Por favor, prometo no gritar… pero ¡me estoy volviendo loco!

-          ¿Acaso no lo estás ya?

Primero mis tobillos, luego las muñecas y finalmente, muy despacio, la tela que vendaba mis ojos. El ambiente era igualmente oscuro, pero con ciertos destellos verdes en el cielo. Estábamos al aire libre porque me notaba una pequeña brisa rozando la piel, el suelo me calentaba los pies como si el magma de la Tierra hubiera ascendido hacia la corteza unos metros. Busqué a la criatura y allí estaba, enfrente de mí.

-          ¿Qué eres? – pregunté con curiosidad intentando acercarme todavía más. La criatura retrocedió sobre sus pasos, evitando el contacto humano.

-          Soy un descendiente. Tú eres mi ancestro.

-          ¿Cómo es eso posible?

-          La máquina que creaste, funcionó. Estas en el futuro.

<<Miguel… esto es una hazaña que jamás nadie ha conseguido…>> no podía dar crédito… ¡no estaba loco!

-          De acuerdo, sigue contándome esa historia… - estaba tan absorto en mis pensamientos que no había reparado en el aspecto de aquella criatura.

-          Estamos en lo que tú un día llamabas “Fuenlabrada”, por lo que he visto en los carteles. Ahora es una ciudad en ruinas donde habitamos, no de la misma forma que lo hacíais vosotros.

-          ¿Qué pasó en la Tierra?

-          Por lo que he descubierto, tú vienes de una época en la que faltaban diez años para “la noche macabra”.

-          ¿La noche macabra? – insistí. Aquello se estaba tornando en una temática un tanto espeluznante.

-          Sí, la noche en la que todo estalló y la cabra descendió para salvarnos. – la criatura hablaba de “la cabra” como si fuese su Dios.

-          La cabra… no entiendo, ¿conoces al animal, o es simplemente un apodo de algo?

-          La cabra es la Diosa de la fertilidad, conocida por nosotros como Shub-Niggurath. Nuestro idioma es difícil de pronunciar para un simple humano como tú, pero el vuestro es tan fácil de aprender… - la forma en la que pronunciaba la letra “r” me ponía los pelos de punta. La remarcaba a pesar de que en ocasiones no era de pronunciación fuerte.

Tenía la sensación de que aquella criatura me estaba hablando desde la total sinceridad, por lo que continuaría escuchándola, pero estaba tan cansado que pensé en sentarse en el suelo, entrelazando las piernas y sintiendo el calor que provenía del interior del planeta. De pronto, me di cuenta de que los pulmones no respiraban todo el oxígeno que necesitaban… << Aguanta Miguel, dosifícate el aire>> pensé.

Tuve el presentimiento de que el ser que en frente de mí estaba se había percatado de mis pensamientos, así que finalmente me tranquilicé. Después de todo, yo era el intrépido loco que se había aventurado a viajar en el tiempo.

Un resplandor verde iluminó el cielo como si se tratara de la aurora boreal que tantas veces había visto en la televisión. La criatura también quedó iluminada, pero sólo se podía distinguir su silueta, muy parecida a la mía.

-          Continúa, por favor – pedí entre la penumbra.

Acabadas estas palabras el resplandor en el cielo se apagó, dejándolos de nuevo casi a oscuras. Ese ser comenzó a hablar de nuevo.

-          Eres un humano adulto, por lo que entenderás todo – tocó mi mano con la suya, fría, pringosa y más grande que la mía; las imágenes se iban intercambiando de uno a otro.

Una sensación de vértigo invadió mi mente de humano, mientras que la criatura seguía impasible ante tal acción.

Decenas de aviones de combate volaban de un lado para otro, lanzando bombas allá por donde les habían dicho los altos mandos. La vista se acercó todavía más a la ciudad que bien conocía como la palma de mi mano, Fuenlabrada. La gente corría despavorida en todas direcciones, entre humo y llanto, ahí estaba una niña de tan solo diez años de edad. Me vi a mí mismo tomando a esa niña entre brazos.

-          ¿Dónde cayó la bomba? – pregunté a la criatura, absorto en los ojos de aquella niña. Tenía miedo y quería protegerla.

-          En otra región – me contestó sin apartar la vista de mí. Sentía sus ojos clavados en mi rostro, como si en verdad quisiera ver mis reacciones ante tales imágenes.

Continué mirando la escena dantesca. Edificios estallaron en llamas al mismo tiempo que mi “yo” del pasado corría a toda prisa por las calles con esa niña. Me fijé todavía más en ella… tenía mis ojos, consecuentemente, era mi hija, << ¿pero qué hay de su madre? Todavía no he conocido a ninguna mujer con la que salir, y mucho menos con la que tener un hijo tan pronto>>. El Miguel del pasado se aventuró en un callejón sin salida y dejó a la niña en el suelo, llorando.

<<Tranquila, todo va a salir bien>>, consiguió balbucear. <<Papi, no me dejes sola aquí…>>, dijo la niña entre sollozos aferrándose a la pierna de su padre, yo en el pasado, como si la vida fuera en ello. <<Tengo que buscar a tu madre, escóndete detrás de ese contenedor y no hables con nadie. Cuando anochezca, cúbrete con esto y no hagas ruido>>. Le ordené a mi hija mientras le tendía una manta y así la niña obedeció en silencio.

-          ¿Qué va a pasar? – pregunté a la criatura.

Mis palabras resonaban en eco, como si estuviese en una sala vacía. Tampoco sentía mi cuerpo, como si fuese un fantasma cuya única función sería la de observar sin más. Ahora mismo era un ser inerte, una masa de aire que podía ver y escuchar. Intentaría ayudar, seguro estaba de eso.

-          La noche macabra… - la criatura habló.

-          Mi hija… ¿va a sobrevivir?

-          Fue la elegida por Shub-Niggurath en la ciudad de Fuenlabrada – contestó la criatura.

Pocos segundos después, apareció un niño de la misma edad que mi hija, corriendo con la cara llena de lágrimas y sudor << ¡Corred! ¡Ya vienen los pulpos! >>. Fue directamente hacia ella y ambos se quedaron mirándose en silencio. Mi pequeña estaba sentada en el suelo agarrándose las rodillas con los brazos y él todavía de pie, mirándola con los ojos a punto de salir de sus órbitas. << ¿Puedo quedarme aquí, contigo? >>, preguntó el chico. <<Sí, pero no grites>> le dijo la niña entre susurros. Ambos se acurrucaron en un rincón y se taparon con la manta.

La imagen se estaba volviendo borrosa y en pocos segundos se hizo de noche. Gritos y disparos se escuchaban en las calles y de pronto, centenas de seres tan altos como un humano aparecieron persiguiendo a los habitantes de Fuenlabrada. Eran de color oscuro y su piel se caía a cada paso que daban. Me recordó a un paciente de lepra que intentaba escapar del centro psicológico en el que mi madre me mandó cuando apenas era un niño.

Su cabeza estaba dividida en dos partes: una mitad con aspecto humano y la otra de color verdoso, cabeza y tenáculos de un cefalópodo. Iban totalmente desnudos, pero su piel, escamosa y putrefacta, hacía que no se distinguiera ninguna parte de su cuerpo salvo las extremidades. Buscaban a las personas, no cabía duda, y cuando se encontraban con una, lanzaban un chorro de tinta con su boca en los rostros de esos pobres humanos. La tinta era negra, como la de un calamar, y actuaba como ácido corrosivo en la gente, matándolos en segundos.

-          ¿Qué son esos… seres? – me interesé. No quise decir “bichos” por si molestaba a la criatura.

-          Son esbirros de Cthulhu, nuestro Dios, despertados de las profundidades del océano por la radioactividad de las bombas que lanzaron los humanos en aquella época remota – la criatura empleó un tono heroico en sus palabras al describir la situación - . Mataron a todos con los que se cruzaron, excepto a una pequeña pareja…

La imagen volvió a su hija y al pequeño niño abrazados en silencio y con los ojos cerrados, apretándolos como si así todo fuese a pasar más rápido.

-          ¿Por qué? – las lágrimas se apoderaron de mí, pero no las notaba en mi cara.

-          Porque eran necesarios para salvar la especie. Después de todo, Cthulhu admiraba a los humanos. Pero sobre todo, admiraba la forma en la que luchabais unos contra otros, y en ocasiones, matar a los de vuestra propia especie sin motivo.

La crudeza con la que hablaba me recordó a mi compañero, muerto. Lo maté, sí, por codicia. No me arrepentía de nada. La idea de construir la máquina fue mía. Las visiones se me aparecieron a mí, y él era un mero trabajador para que todo esto fuera posible algún día. Así lo querían las voces de mi cabeza y así lo cumplí.

-          ¿Quién los salvó de la devastación? – no podía dejar de mirar a los seres híbridos.

-          Mira ahora, humano.

El impacto de una bomba retumbó en todas las calles de Fuenlabrada. Moví mis manos buscando de nuevo la imagen de mi hija y el chico con el que se había escondido detrás de aquel contenedor. Una neblina verdosa se interponía entre mi parte racional y mis instintos más básicos. Mi corazón latía a toda prisa y mi paciencia se estaba agotando, << ¿qué pasará ahora? >>. << ¿Enserio tendría que ver cómo la humanidad desaparece de la faz de la Tierra? >>

La respuesta vino a mí como una ola rompiendo en un acantilado. Desde una vista de pájaro, pude ver a mi ciudad cubierta de escombros, humo y cuerpos tendidos en el suelo con la cara cubierta de una capa mucosa oscura. Los esbirros de Cthulhu se sumergían en las alcantarillas de la ciudad, en silencio y con los ojos tan vacíos como su propia alma. Mi vista se agudizó todavía más. Mi hija y el niño que había pedido su auxilio se destapaban. Miraban atónitos los cadáveres de la gente que alguna vez se habían cruzado en la calle mientras paseaban, en el colegio o en el parque en el que jugaban normalmente.

De pronto, una luz cegadora me impidió seguir mirando por unos instantes, hasta que se desvaneció. Los cadáveres ya no estaban en las calles. Sólo se veía a la pareja de niños dándose la mano mientras caminaban hacia el ayuntamiento. El humo seguía presente en el ambiente, y ahora el sol se había cubierto por una espesa capa de polvo en la atmósfera.

Una figura, una silueta espantosa, bajó de los cielos a donde estaban los niños. Una masa sin contorno cubierta por miles de patas de cabra y bocas con afilados dientes sin parar de salivar se acercaba con un sonido chirriante de fondo, como si mil demonios estuviesen gritando al unísono.

-          Shub-Niggurath

-          Maldita sea… - se me ocurrió decir. La criatura no se lo tomó demasiado bien, por lo que la imagen se volvió a desvanecer - . ¡Eh!, ¿qué ha pasado?

-          No maldigas a la Diosa que nos concedió la vida…

-          ¿Cómo? – no podía estar hablando en serio, << ¿esa masa demoníaca era la salvadora de la especie? >>.

-          Verás…

La imagen volvió a cambiar ante mí después de una marabunta de motas de polvo que volaban salvajemente en todas direcciones.

Ya eran una pareja adolescente. Mi hija gozaba de una gran belleza, mientras que el muchacho…bueno, los años de pubertad no le sentaban muy bien. Según la criatura que me hablaba, una pareja de cada ciudad sobrevivió supuestamente para perpetuar la especie… El sol era apenas visible, algo que me hizo añorar el planeta que había dejado hacía apenas unas horas. La radioactividad tenía un elevadísimo nivel sobre el planeta, además, todo el mundo sabe que sin el sol, las plantas no crecerían, los animales se morirían y por consiguiente, la raza humana se extinguiría para siempre de la faz de la Tierra.

-          Shub-Niggurath les concedió el don de la fertilidad, humano.

-          ¿En qué acabará todo esto?

-          En lo que viste cuando llegaste a nuestra era – sinceramente, la criatura no sabía que yo no podía ver en la oscuridad, tal vez ella sí, pero yo no.

Comenzaba a preocuparme por mi regreso con la máquina del tiempo a la Tierra que yo conocía.

Mi hija se tocó el vientre que le sobresalía. Estaba embarazada. La ilusión por el mero hecho de que mi hija fuese la única hembra humana que sobreviviría en Fuenlabrada, me llenó de alegría pero… esto ya era otro nivel. El chico también posó su mano sobre el vientre hinchado y se quedó inmóvil, como si quisiera sentir algo en la palma de su mano.

Ambos estaban ataviados con pieles de animales encurtidas, asemejándose a los cavernícolas que siempre habían aparecido en televisión. Mi campo de visión se fue abriendo y comprobé que efectivamente, vivían en una cueva, resguardados del frío y del ambiente.

La imagen se tornó de nuevo borrosa y volvieron a aparecer las dos figuras humanas en el interior de la cueva, al calor del fuego de la hoguera que habían conseguido encender muy rudimentaria. Mi hija amamantaba a su pequeño retoño, tan humano como ellos mismos y con los cabellos claros como su madre. De pronto, pasaron ante mis ojos varias instantáneas a modo de diapositivas en movimiento, inmortalizando el momento que la criatura quería destacar.

-          ¿Van a vivir ahí para el resto de sus vidas? – le pregunté a la criatura.

-          Atiende ahora a las imágenes que van a sucederse una después de otra, asimila la información y después deducirás tú mismo lo que va a ocurrir.

-          Está bien, pero no me gusta la idea de que la raza humana va a desaparecer de esa forma… es algo cruel para todos.

-          Miguel, tú mismo has asesinado a ese hombre. Nosotros te lo dijimos y actuaste sin piedad alguna, clavándole aquel hierro al rojo vivo.

-          ¿Fuisteis vosotros?, ¿las voces en mi cabeza eran de un futuro?, así que no estoy tan loco como creía.

-          Así es.

La criatura no soltaba mi mano de la suya. Tenía el mismo tacto que un anfibio, una rana o un sapo viscoso y gigante. Volví sobre mis pensamientos a observar con recelo a mi hija y su estirpe.

El niño había crecido un par de años y ya caminaba sólo a duras penas por las rocas del suelo de la cueva, ataviado con pieles de los animales que su padre cazaba. Mi hija, por el contrario, curtía esas pieles a la luz del fuego, de nuevo con el vientre hinchado. Traería un segundo hijo a la Tierra, a ese mundo tan lleno de contaminación y radioactividad en el que se encontraba.

-          ¡Vaya!

-          El ser humano es tan primitivo… - continuó la criatura sin apartar sus ojos de mí. Un rastro de baba cayó sobre mi mano y quise apartarla para limpiarla, pero esa criatura no me soltó, al contrario, la apretó todavía más con la suya.

De nuevo, otra imagen apareció entre la bruma de mi mente. El segundo hijo, también varón correteaba junto con el primero en un huerto, pero había una diferencia clarísima entre ambos: el segundo hijo tenía la mitad de su rostro humano, pero la otra mitad la invadían numerosos tentáculos verdosos, como los esbirros de Cthulhu en “la noche macabra”.

-          ¿Por qué está deforme? – le pregunté mientras lo observaba con lástima.

-          Porque Shub-Niggurath así lo quiso. Crearía una nueva especie a partir de una ya existente, mucho más fuerte y consolidada inteligentemente.

-          ¿Les pasó lo mismo a los supervivientes de las otras ciudades del planeta?

-          Sí. El segundo hijo sería el comienzo. El primer progenitor de nuestra especie.

Seguía inquietándome la forma que tenía la criatura de pronunciar la letra “r” en sus palabras, algo muy espeluznante. La imagen cambió a otra muy diferente.

Mi hija estaba dando a luz de nuevo y su pareja le ayudaba en el parto, que parecía complicarse por momentos. Los dos hijos mayores miraban con hastío desde la puerta de la cueva, observando cómo su madre estaba de parto y perdía mucha sangre.

De su interior salió una criatura atroz, deforme y maquiavélica, de color verde con motas oscuras en su piel. Sus dientes eran largos y afilados y no dejaba de salivar por la boca. Realmente tenía un aspecto espantoso, nauseabundo y putrefacto, con tentáculos en la cabeza, como si fueran sus cabellos. El único resquicio humano que mostraba eran sus ojos, pardos y redondos. Sus brazos y piernas se semejaban a los de un sapo, pequeños y mullidos.

El padre apartó ese engendro y lo dejó en el suelo, graznando. Mi hija continuaba de parto y se le veía sufriendo. Quise hacer algo por ella, pero mi mano libre pasó por su rostro, atravesándola de lleno. Lo único que podría hacer ahora era esperar. Una segunda criatura similar a la primera salió de su interior, pero sin vida.

Mi hija perdía mucha sangre y poco a poco, fue desfalleciendo. El padre miró con rabia a aquella criatura, el odio y la angustia por perder a mi hija le hicieron tomar un hacha y dirigirse a toda prisa a su supuesta estirpe.

-          ¿Qué hace? – pregunté retóricamente - . ¡No!

El segundo hijo se me adelantó. Con el aspecto de un niño de cinco años, aquel pequeño muchacho paró los pies de su padre usando sus propios brazos. Hubo un rápido giro de los acontecimientos cuando su propio hijo tomó el hacha que sujetaba el hombre y se la incrustó en el cráneo.

-          ¡Oh Dios mío! – exclamé ante tal atrocidad cometida.

Noté la mano de la criatura que me mostraba las imágenes apretándome más y más, como si quisiera que permaneciera con los ojos bien abiertos, sin perder detalle de los hechos. Me comenzaba a impacientar. Desde que tengo uso de razón, nunca me han gustado los saludos estrechando las manos o tan siquiera los besos de mi abuela. Quería acabar cuanto antes.

La imagen continuó en movimiento. El segundo hijo tomó en brazos al nuevo retoño de la pareja y miró bruscamente al tan humano primogénito. Le lanzó el bebé deforme y éste no supo cómo cogerlo, pero aquella diminuta criatura monstruosa empezó a devorarlo vivo. Estaba atónito. Nunca había visto algo igual o parecido en mi vida.

-          Miguel, mantente alerta ante lo que va a suceder en la siguiente visión que te muestro a continuación - . Me dijo la criatura, empleando menos fuerza en mi mano.

La criatura era una hembra. No había acción tal atroz que parir a un ser extraño llegué a pensar por unos instantes, pero todo cambió cuando descubrí otro suceso aún más repulsivo: ambos hermanos tuvieron descendencia. Una docena de híbridos entre humano y monstruo correteaban de allá para acá, peleándose constantemente e incluso arrancándose la piel unos a otros en las disputas más acaloradas por el territorio.

De nuevo, la estampa se deshizo en las tinieblas y volvió a aparecer una nueva ante mis ojos. Pasaron como mil años de aquellas imágenes espantosas y repugnantes que había presenciado en mis propias carnes. Se trataba de la Tierra, pero mucho más ennegrecida y radioactiva que como yo la recordaba.

-          ¿Qué va a pasar conmigo? – le pregunté, cerrando los ojos.

-          Simplemente quiero que veas lo que pasará gracias a tu especie.

-          Pero, no me creerá nadie… no después de haber sido despedido por “loco”.

-          Miguel, admite que lo estás. De no haber sido por esa faceta tuya, no habrías recibido nuestras visiones para construir la máquina del tiempo.

-          Pero el ser humano es mucho más ambicioso… si les cuento lo de la máquina, querrán viajar al pasado o al futuro como les viniese en gana…

-          Cthulhu lo ve todo – se limitó a decir la criatura.

-          ¿Por eso envió a sus esbirros, verdad? Les conté lo de la máquina y mis visiones y querían encerrarme y usarla a su antojo.

Volví a abrir los ojos. El planeta entero estaba plagado de criaturas híbridas saltando de un lugar a otro. Otras corrían en las praderas tóxicas de algún lugar remoto. Se alimentaban de los insectos que revoloteaban a su alrededor sacando una enorme y lánguida lengua rosada. Carecían de labios en la boca y no podían cerrarla, enseñando al resto sus afilados dientes, consecuentemente, no cesaba de caer saliva al suelo.


La imagen se apagó al fin y sentí un gran alivio en mi interior. De nuevo un resplandor en el cielo de color verde inundó el paisaje de luz, dejando ver el aspecto de aquella criatura.

Tenía la misma estatura que una persona adulta normal de mi tiempo. Su piel estaba cubierta de escamas, los brazos y piernas fuertes, musculados. Su aspecto se asemejaba mucho al humano salvo por su boca, la cual mostraba grandes dientes puntiagudos y afilados, y no dejaba de salivar, cayendo de cuando en cuando algunas gotas al suelo.

Sentí verdadero pánico pero intenté disimularlo mirando para otro lado. La criatura respondió ante este gesto sentándose de la misma forma que lo había hecho yo, entrecruzando mis piernas en el suelo, dejando sus ojos a la altura de los míos. Eran tan humanos…

-          Tengo que volver….

De repente, escuché gemidos y gruñidos a mi alrededor. Decenas de criaturas me rodeaban, dejando caer su saliva ante mi presencia, así que tenía que darme prisa y subirme a la máquina. Tenía que salir de allí cuanto antes.

De nuevo, respiré hondo al aterrizar en la Tierra que yo conocía muy bien, justo en el centro de la Universidad donde habíamos construido la máquina del tiempo. Decidí tapar aquella sala muy bien con cemento armado y dejarlo estar para siempre, tanto la máquina como el cadáver de mi antiguo compañero.

Ahora ya sabía lo que le sucedería a la raza humana y no quería que ninguna otra forma de vida descubriera mi secreto. Ese era nuestro destino, y Cthulhu lo veía todo. Llevaría una vida cotidiana muy ordinaria en la ciudad que me vio nacer y crecer, Fuenlabrada, y allí también crecería mi hija.