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domingo, 26 de octubre de 2014

El estudio



            Durante las jornadas orientativas destinadas al curso de cuarto de Educación Secundaria Obligatoria, se informó tanto a los alumnos como a los profesores del Instituto que se llevaría a cabo una última prueba de comportamiento y actitud en el centro psicológico de la capital. Tanto unos como otros aceptaron y tomaron la decisión de formar parte de esos estudios.

            Sofía participaría como el resto de sus compañeros. Era de alta estatura, superior al resto de chicas de su clase; de complexión atlética debido a sus ejercicios diarios en la piscina municipal y de largos cabellos oscuros. En definitiva, su belleza exterior superaba sus expectativas, por lo que era muy admirada por los chicos y por sus propias amigas. Laura, su mejor amiga, por el contrario era una chica rubia, muy delgada y bajita. Siempre iban juntas a todas partes y no había secretos entre ellas. Sofía era una chica con carácter dominante, mientras que su amiga se dejaba llevar y aceptaba todas las decisiones de ésta.

           - ¿Vamos esta tarde al cine? - le preguntó Laura mientras caminaban por el pasillo hacia la salida del Instituto.

               - ¡Claro! Ya sabes a qué peli quiero ir... - le contestó Sofía.
               - Por supuesto, cualquiera de miedo te gusta... - le dijo Laura.

            Laura pasaba desapercibida con los chicos, sacaba buenas calificaciones en el Instituto y era responsable con sus tareas; Sofía por el contrario, resultaba atractiva y aparentaba dos años más de la edad que realmente tenía, dieciséis, y tenía problemas en casa. Sus padres discutían constantemente y amenazaban con divorciarse, por lo que la situación le generó un estado de estrés y depresión, convirtiéndose en rebeldía. 

            Al día siguiente, Sofía se preparó el almuerzo y su mochila con una libreta y estuche. Cogerían el autobús, puesto que el centro del estudio estaba a hora y media de trayecto, y para no variar, ella y Laura se sentarían juntas.

                - ¿Qué será lo que quieren de nosotros? - preguntó Laura a su amiga.
               - Sinceramente, pienso que nos pondrán alguna prueba para ver cómo reaccionamos y si lo hacemos de manera incorrecta, o por lo menos lo que ellos consideren incorrecto, nos darán una descarga eléctrica en el cerebro. - contestó Sofía.
               - Desde luego, menuda imaginación... - dijo Laura.
           - En serio, ¿no crees que es extraño que pidan alumnos en plena fase de adolescencia? - preguntó Sofía.
           - Es cierto, pero también es muy normal estudiar el comportamiento adolescente, puesto que somos sacos de hormonas y cambiamos de parecer drásticamente en nuestras decisiones... - le dijo Laura insinuándo que su amiga era así.
               - Pues yo no cambio de opinión drásticamente, Laura, no sé por qué dices eso como si lo fuera... - dijo Sofía mientras se ponía los auriculares.

            El profesor que se encargaría de acompañar a la clase de veinticinco alumnos de cuarto curso al centro psicológico, Don Francisco,  era su tutor y confidente. Les ayudaba a superar las dificultades que iban surgiendo para todas las asignaturas y para solventar problemas de la vida cotidiana, por lo que era muy preciado por sus alumnos.

           - ¡Chicos! - gritó Don Francisco por el micrófono del autobús: - Os agradezco vuestra participación, de verdad... nos encaminamos ante algo que desconocemos. Os admiro por vuestra valentía y decisión... - le interrumpió un aplauso estrepitoso: - Bien, pasaremos toda la mañana allí y llegaremos al pueblo a la hora de comer. Vuelvo a daros las gracias, chicos.

            Toda la clase volvió a aplaudir. Siempre seguirían a Don Francisco, era una especie de mesías para ellos. Sofía sentía que aquel hombre de mediana edad había hecho mucho más por su educación que sus propios padres, era el único adulto que la comprendía y sentía demasiado apego hacia su profesor, como si fuese su padre. Muchos días, Sofía llegaba a clase con la ropa sucia o sin almuerzo porque su madre estaba con depresión y no se acordaba de comprar o de poner una lavadora; ahí estaba Don Francisco para ofrecerle algo de comer e incluso un buen consejo para poder sobrellevar la situación.

            Sofía se había sentado al lado de la ventanilla y pronto pudo ver cómo entre un espeso bosque se erguía un edificio de ocho platas con la fachada amarillenta. El centro psicológico era algo temido por mucha gente, ya que existía la leyenda urbana de que se oían gritos de su interior y en muchas ocasiones, se había visto una figura fantasmagórica. Esto era algo excitante y a la vez terrorífico, puesto que se expondrían a un estudio que nadie tenía idea de cómo era.

           - Bien, hemos llegado. - comunicó Don Francisco por el micrófono: - Id bajando de forma ordenada y esperadme en la puerta.
               - ¿Tienes miedo? - le preguntó Sofía a su amiga, al ver la palidez de su rostro.
              - Un poco... - le contestó Laura: - Me aterra pensar en lo que la gente dice que ha visto en este lugar.
          - No te preocupes, Lau, yo estaré contigo en todo momento. - le dijo Sofía estrechándole la mano con la suya.
             - Gracias, de verdad. Ojalá y mi hermana fuera como tú, Sofía. - le dijo Laura.
            - ¡Vaya con tu hermana! - le gritó Samuel, el chico más popular de la clase.
            - ¿Qué le pasa? - le preguntó Sofía aún en el asiento del autobús.
            -  Le pedí salir el otro día y me dijo que me fuera a donde picó el pollo...

            Una carcajada descomunal de Sofía y Laura calló al chico. La hermana de la segunda era mayor, de veinte años, y no sentía ninguna atracción por los chicos más jóvenes. Ambas chicas salieron del autobús y se encontraron con el resto de sus compañeros ante la puerta del centro. Sofía reparó en que aquel edificio tenía toda la pinta de ser un hospital, con la gran puerta giratoria central que daba entrada al edificio, ventanas allá a donde mirase y llegó a oler a desinfectante.

          - Impone bastante, ¿verdad? - dijo Samuel detrás de ellas.
         - No tanto como la hermana de Laura. - le contestó Sofía después de una risa maléfica. El chico la miró con recelo.
      - ¿Y tus padres, que tal? Me han dicho que a tu padre le gusta frecuentar el club de chicas... - le dijo a Sofía.
         - Cállate la boca, ¡no sabes nada de nada, imbécil! - le contestó Sofía con ira.
        - Vaya, ¡ahora la pobre Sofi se ha quedado sin palabras y pronto sin padres! - se burló el chico.
        - ¡Vamos, chicos! - gritó Don Francisco a sus alumnos.
       - Ésta me la vas a pagar, y muy caro... - le amenazó Sofía. Laura la agarró del brazo y tiró de ella hacia el edificio.

            Todos entraron por la puerta giratoria y comenzaron a amontonarse en el vestíbulo del edificio, muy bien iluminado por los ventanales que comprendían la pared de la fachada. Las paredes interiores eran blancas y de ellas colgaban cuadros abstractos de diferentes tamaños. Sofía descubrió que en todos ellos siempre había algún trazo de color rojo, pero no le dio demasiada importancia.

         - Bienvenidos al CMAR. - anunció una voz femenina por el megáfono central del edificio.
        - ¿CMAR?- preguntó Laura.
        - Centro Médico de Alto Riesgo. - le aclaró Sofía.
     - Sigan las luces verdes parpadeantes para llegar a su sala. - dijo la voz femenina: - Muchas gracias por su participación.
       - ¡Chicos! - volvió a llamar la atención Don Francisco: - Caminad de forma ordenada por el pasillo cuyas luces son verdes, como habéis oído. ¿Vale?.
       - Vale. - respondió la gran mayoría y comenzaron a caminar a su derecha.
     - Esto es muy raro... - dijo Sofía: - Hay un pasillo con luces amarillas que va hacia arriba, otro de luces azules que se introduce en el edificio y este de color verde parece llevarnos hasta el sótano... 
    - Será para diferenciar cada estudio, Sofi. - le dijo Laura en tono tranquilizante: - Déjate llevar por una vez y no seas tan cabezota.
      - Sí, Sofi...- le dijo Samuel: - "No seas tan cabezota" - terminó su frase burlón.
     - Desgraciado... - condenó Sofía.
    - No se lo tengas en cuenta. - continuó Laura: - El pobre ha sido rechazado por todas las chicas a las que se ha atrevido a pedir salir.

            Caminaron en grupo por el pasillo adornado con tubos fluorescentes de color verde chillón titilantes. Sofía se fijó que más o menos cada diez metros una cámara de vigilancia colgaba del techo, giraba conforme los alumnos pasaban por debajo para seguir observándolos. Este hecho le daba muy mala espina, ya que nunca le gustaba que la vigilasen nunca, bajo ningún concepto. 

          Después de andar unos diez minutos descendiendo por unas rapas iluminadas de verde, llegaron ante una gran puerta blanca que tenía doble apertura. Sofía y Laura iban por la retaguardia y escucharon un pequeño chirriar, ambas se giraron y vieron cómo una compuerta de barrotes blancos se cerraba detrás de ellas a poca distancia.

            - Esto me está empezando a dar miedo... - dijo Laura mientras se aferraba más fuerte al brazo de Sofía.
         - Tranquila, Lau. - le dijo su amiga: - Las dos estaremos unidas todo el tiempo. No te separes de mí, ¿vale? - concluyó. Laura asintió con ojos lagrimosos.

            Las dos amigas entraron en la habitación, donde el resto de sus compañeros ya habían tomado asiento en los grandes sofás y sillones que estaban en disposición cuadrangular. Al fondo de la estancia había un cristal polarizado de unos tres metros de largo y tres de alto.

        - Bien. - carraspeó Don Francisco para aclararse la voz: - Yo estaré detrás de ese cristal. - todos miraron en esa dirección: - Como observaréis, no podéis ver lo que hay detrás, pero yo sí que podré veros. Junto con dos médicos especializados en conducta adolescente, tomaremos notas de vuestro comportamiento. ¿Alguna pregunta?
       - Yo tengo una. - dijo Samuel.
      - Cómo no... - suspiró Sofía. Samuel le dedicó una mirada de rencor.
      - ¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, profe?
    - El que sea necesario para los profesionales, Samuel. No puedo decir nada exacto. - le contestó Don Francisco.
     - Yo tengo otra. - dijo Laura.
     - Adelante. - incentivó Don Francisco.
     - ¿Por qué todavía no hemos visto a ningún médico?
    - ¡Buena pregunta! - le contestó el profesor: - Entrarán después de que yo salga, por lo que debería de darme prisa... Bueno, chicos, me despido de vosotros y no olvidéis que os estaré viendo.

            Dicho esto cerró la puerta tras de sí. Los chicos y chicas quedaron en silencio durante unos pocos segundos y fueron tomando asiento con sus compañeros para charlar mientras tanto. Sofía y Laura se sentaron en un sofá cercano al espejo polarizado, quedando Sofía totalmente pegada a este espejo. En medio de los sofás había una gran mesa bajita de centro, como si fuera un salón. A los pocos minutos se abrió de nuevo la puerta de la habitación y entró una mujer joven con el uniforme de color verde (camiseta, pantalones y zapatillas).

     - Bienvenidos de nuevo. - su voz era la que se había escuchado anteriormente en el vestíbulo del edificio por el megáfono. Todos quedaron en silencio expectantes: - El estudio no va dirigido a vosotros, si no a vuestros profesores. - un revuelo de cuchicheos invadió la sala: - Silencio. - ordenó la mujer, y así obedecieron los alumnos: - Hace media hora vino una clase de vuestro curso, pero de otra localidad. Las pautas a seguir por ellos son las de visionar una película en silencio y obedeciendo todo lo que su profesor les diga.
         - Pues vaya... - se quejó Samuel en voz alta.
      - Vosotros por el contrario... - siguió la mujer: - Deberéis visionar la película unos pocos minutos, pero poco a poco tendréis que pasar a otras cosas, desobedeciendo la orden primera, charlando con los demás, haciendo ruido...lo que queráis. - la mujer sacó un pequeño mando a distancia blanco de su bolsillo y presionó un botón.

          Una gran pantalla de plasma bajó del techo hasta colocarse a una distancia considerable para poder verla todos los allí presentes. La luz de la habitación se apagó y todos pudieron ver lo que había detrás del cristal polarizado, Don Francisco saludando con la mano.

      - A partir de ahora seguir las instrucciones que os he dado. Muchas gracias. - dijo la mujer y volvió a presionar un botón. Una película daba comienzo en aquella pantalla mientras ella salía de la sala cerrando la puerta tras de sí.
      - ¿En serio tenemos que hacer esto? - le preguntó Sofía a Laura entre susurros.
      - Por lo visto, sí. Ya sé que es un peñazo, pero tenemos que hacerlo. - le dijo Laura.
     - Laura y Sofía, dejad de hablar y mirad a la pantalla. - la voz de Don Francisco inundó la sala, haciendo a todos sus compañeros girarse con miradas acusantes, entre ellos Samuel.

            Aunque pareciera que se tuvieran tanto rencor, Sofía estaba completamente enamorada de Samuel desde los doce años. Siempre se había burlado de ella, pero Sofía nunca había dejado de pensar en él de la forma más cursi posible. Se había puesto una coraza de chica rebelde y fuerte, pero en su interior era la típica chica enamoradiza. Le dolía en el alma que Samuel fuese tan cruel a veces, por lo que intentaba aparentar ser todavía más fuerte.

      - Ya sabes Sofi...los que se pelean, se desean... - le dijo Laura al ver que Sofía no apartaba la vista de Samuel.
         - Si tú supieras... - le dijo Sofía.
     - ¿Crees que no me he dado cuenta? - le preguntó Laura. Sofía la miró a los ojos sorprendida: - LLevas pillada por él desde que íbamos a sexto de Primaria... y se te nota todavía.
         - ¿Tanto se me nota, en serio? - le preguntó.
        - Yo sí que te lo noto. Somos amigas inseparables desde la infancia, todas tus emociones y tus pensamientos los noto. - le dijo Laura.
       - Eres genial, Lau, de verdad. Muchas gracias por ser mi amiga. - Sofía no tenía hermanos de sangre, pero consideraba a su amiga como una verdadera hermana.

            La película comenzaba con la escena de una mujer y un hombre sentados en un banco enfrente de un río, sin hablarse, sólo mirando al frente. La escena perduraba y los alumnos comenzaron a charlar. Estaba claro que aquello era a propósito, por lo que Sofía y Laura también hablaron entre ellas. De repente, la pantalla se apagó y los chicos comenzaron a formar revuelo. Algunos se pusieron de pie, otros se lanzaban bolas de papel de aluminio de sus bocadillos, una chica sacó un kit de belleza y comenzó a maquillarse...

       - En serio, ahora esto está tomando una temática que me gusta bien poco... - dijo Sofía a su amiga.
      - Ten en cuenta que están estudiando las reacciones de Don Francisco ante la situación que tiene en frente. - dijo Laura.
      - Supongo que el profe estará desesperado. - dijo Samuel mientras se acercaba a ellas. Se sentó en la mesita y miró fijamente a Sofía: - No te cabrees conmigo, sabes que en el fondo te quiero. - y esbozó una sonrisa.

            Aquellas palabras resonaron repetidas veces en la cabeza de Sofía. ¿Realmente la quería? No entendía porqué decía eso si luego estaba al acecho de cualquier chica provocativa.

       - Sí, me va el riesgo. - concluyó Samuel y se levantó en dirección a su grupo de amigos.
       - ¿Lo ves? Te quiere, ¡te lo ha dicho! - gritó Laura.
       - No te creas, lo hace para picarme... - dijo Sofía cabizbaja.
       - Eso es lo que busca, ¿no te das cuenta? - le dijo Laura apoyando su mano en el hombro de Sofía: - Quiere que seas tú quien dé el primer paso. Teme ser rechazado por ti, ¡está clarísimo!

            La televisión se volvió a encender con otra escena de la misma película, pero esta vez un ruido atronador asustó a los alumnos. Era como si una radial estuviera cortando algo. Sofía miró de reojo al espejo polarizado y vio una silueta de pie, impasible, mirando a la sala. Pronto el ruido se intensificó y vio cómo la radial atravesaba la pared justo al lado de donde ella estaba.

       - ¡Dios! ¿Qué es eso? - preguntó Laura asustada.
       - ¡Por aquí! - la guió Sofía agarrándola del brazo.

Un rugido atronador invadió la sala y de pronto las lámparas fluorescentes se apagaron, dejando una tenue luz que incidía por las cortinas de las ventanas. Sofía pudo ver a un ser de aspecto humano, con la piel tan pálida como la nieve y cubierto por una bata de hospital del mismo color que las luces verdosas. Llevaba en su mano la radial con la que había atravesado la pared llena de sangre, lo que hizo que Sofía mirase atrás del ser, Don Francisco estaba tendido en el suelo rodeado de un enorme charco de su propia sangre.

Todos los compañeros corretearon de aquí para allá mientras el ser pálido permanecía observándolos, como si estuviera analizando a cuál de ellos atacaría en primer lugar. Sofía corrió hacia la puerta y comenzó a dar patadas cerca del pomo, sabía que tarde o temprano iba a ceder, ya que lo había hecho en múltiples ocasiones. Aún de la mano de Laura, Sofía pudo abrir la puerta y ambas salieron de la sala.

-  ¡Venga!, ¡no te separes de mí! – le gritaba Sofía mientras Laura asentía cubierta de lágrimas: - ¡Por aquí! – gritó al resto de sus compañeros.

Muchos de los alumnos atravesaron la puerta y fueron en todas direcciones por los pasillos de aquel extraño edificio.

- ¡Samuel! – gritó Sofía a su compañero. El chico estaba tan sobrecogido por la situación que se quedó plantado delante del ser pálido, ambos mirándose a los ojos, retando el uno al otro.

Aquel espécimen abrió su boca y en lugar de hacerlo como un ser humano, los labios se le separaron verticalmente y se pudo ver cómo varias filas de dientes brillaban de su interior. De nuevo un rugido espantoso inundó la sala. El ser agarró la radial con fuerza y atravesó a Samuel de arriba abajo.

-       ¡No! – gritó de nuevo Sofía. Se llevó las manos a la cara. Pero pronto miró a su alrededor, Laura se había soltado y había huido dejándola allí.

Sofía corrió por un largo pasillo hasta una puerta que conducía a las escaleras de emergencia, la abrió y comenzó a bajarlas a toda prisa. Aún llorando, se daba toda la prisa que podía. Escuchó varias veces rugir a aquel monstruo desde la lejanía. Cuando se encontraba en el primer piso, la puerta de emergencia se abrió ante ella: Laura asustada había encontrado la misma salida que ella. Ambas se abrazaron y comenzaron a bajar el último piso.

-       ¡Vamos, Lau!
-  Sofía…no puedo continuar…me fallan las piernas. – le dijo Laura bajando las escaleras muy lentamente.

De nuevo el rugido se escuchó pero lo hizo muy cerca de ellas, por lo que Sofía se apresuró a agarrar a su amiga de la mano y tirar de ella, sacarla a rastras como fuera de aquel lugar. De pronto, un fuerte golpe las separó, el ser pálido había cogido a Laura por las piernas y estaba comenzando a mordérselas.

-       ¡No! ¡por favor, tú no! – le gritaba Sofía.
-       ¡Sálvate! ¡Corre! – logró decir Laura.

Puso otra vez marcha escaleras abajo y consiguió salir del edificio. Corría hasta más no poder, con la resistencia física de una atleta, pero el estado de ánimo de una desequilibrada emocionalmente. Llorando y sin poder creer lo que acababa de pasar, corría por una carretera adornada de olmos a ambos lados. Escuchó gritos detrás de ella y frenó girándose, una multitud de chicos y chicas compañeros suyos corrían en la misma dirección que ella, por lo que se apresuró a seguir el paso.

-      ¡Vamos! – gritó un chico.
-   ¡No puedo más, creo que me voy a desmayar! – gritó una compañera a punto de vomitar y con la cara amarillenta del pánico. Sofía le pasó el brazo por encima de su cuello y cargó todo el peso sobre ella.

Aquel grupo de adolescentes giró en la primera curva de la carretera asfaltada y se toparon con una cuadrilla de soldados bien armados.

-      ¡Por favor, nos tienen que ayudar! – dijo Sofía.
-      ¡Tres! – gritó el capitán.
-   ¿Pero qué hacéis? – preguntó un chico mientras el resto se iba agolpando en aquella curva.
-  ¡Dos! – continuó el capitán. El resto de soldados se arrodillaron en el suelo y apuntaron con sus armas al grupo de chicos atemorizados.
-   ¡Vamos a morir todos! – gritó Sofía mientras abrazaba a su compañera evitando mirar a los soldados.
-  ¡Uno! – gritó de nuevo el capitán. Todos los chicos se dieron la mano, entrelazándolas, formando una endeble cadena humana: - ¡Fuego!


Una veintena de disparos se escucharon en pleno bosque y luego se hizo el silencio.

 En medio de la nada, el Gobierno tenía que dar de comer a los seres extraterrestres que capturaban para poder estudiarlos, y qué mejor forma de engañar a unos pobres chicos y sus profesores para hacerlo, luego dirían que el autobús se había despeñado por el barranco y que los animales se deshicieron de los cuerpos. 

Y así el secreto estaría bien guardado. 

miércoles, 15 de octubre de 2014

Sobrenaturales


La vida en un pueblo siempre es mucho más tranquila que en una ciudad, la gente no está tan deshumanizada y no existe mucho nivel de competitividad.

A pesar de ser la mayor del grupo de amigas, aunque sólo les sacaba un año, parecíamos de edad semejante, unos veintitrés años, por lo que era mucho más fácil nuestra relación. La mayor parte del tiempo me sentía acomplejada por mi estatura, alta para ser mujer y más con mis amigas, las cuales eran un poco más bajitas. Nos gustaban las mismas cosas, ir a los mismos sitios y hablar de los mismos temas, en definitiva, teníamos la relación de amistad que todo el mundo deseaba. Era como si ya estuviésemos predestinadas a encontrarnos.

Como todos los sábados por la mañana, nos reuníamos en casa de Aneís, una chica bajita, morena y con una sonrisa siempre puesta. Hablaba dos idiomas: español y portugués, además de haber aprendido inglés durante sus años de estudios secundarios y universitarios. Le encantaban los viajes, pero también le gustaba divertirse. Tenía el pasillo y la entrada de la casa llena de plantas: helechos colgados de la pared, bambú en un jarrón, lavanda, rosas… e incluso tenía un bonsái en el salón. Era una verdadera amante de las plantas.

-          Chicas, ¿cómo ha ido la semana? – preguntó Aneís conforme desfilábamos por el pasillo.
-          ¡Pues he encontrado trabajo! – exclamé. Me hacía tanta ilusión poder trabajar en la tienda de cómics que no podía aguantarme más.
-          ¡Me alegro un montón, Rox! – me dijo Aneís mientras me abrazaba: - ¿En la tienda de cómics, no? – me preguntó mientras sonreía.
-          Así es. Además, podéis venir a verme cuando queráis. – les dije al resto.

Aneís nos dirigió hacia la cocina, donde preparaba un guiso. Abrió el grifo y dejó el agua caer. Pasado un buen rato el grifo seguía abierto mientras ella cortaba una cebolla, por lo que Andara se apresuró a cerrarlo.

-          ¿Estás loca? – le preguntó Andara: - No malgastes así el agua, ¡copón! – aún tenía la mano puesta en el grifo cuando éste comenzó a hacer ruidos extraños. Apartó la mano y los ruidos cesaron.

Andara era la deportista del grupo. Practicaba baloncesto, pero a ninguna más nos atraía, por lo que solía quedar con otras pandillas en el parque a jugar algún partido. Estaba muy preocupada por el ahorro del agua, del medio ambiente y la contaminación, pero también compartía conmigo la afición a los cómics. Era de esas chicas que prefería un día lluvioso y frío a un día de verano caluroso y seco. En una ocasión, nos hizo un truco con dos vasos transparentes, uno lleno hasta la mitad de agua y el otro vacío, y sin saber cómo, el líquido pasó de un vaso a otro convirtiéndose en cerveza, algo que nos encantó.

-          Que cosa más rara le pasa al grifo ¿no? A lo mejor tiene cal…– preguntó Pandora y se hizo el silencio durante unos pocos segundos: - Bueno chicas, tengo algo que contaros, así que vamos al salón.

Pandora era la popular del grupo, conocía a todo el mundo y enseguida sacaba tema de conversación. Durante mucho tiempo llevó el pelo largo, pero hacía relativamente poco se lo cortó en un estilo que se podía denominar garçon, y además le quedaba muy bien. Era muy fan de los zapatos, botas y botines, por lo que cada día y vistiendo conjuntadamente con sus bolsos, se ponía unos u otros, siempre muy adecuada para la ocasión.

-          Bueno, di. Me estoy impacientando…- comenzó a decir Aneís.
-          No sé por dónde empezar. – dijo Pandora.
-          Pues empieza por decirnos porqué tienes esa cara. – le dije mientras nos sentábamos en el sofá.
-          Chicas, estoy desesperada, no sé qué me deparará el futuro… - Pandora miró al suelo.
-          Madre mía… ¡estás fatal! – le dijo Andara: - No voy a consentir que te pongas así, ¿vale?, nosotras siempre estaremos para lo que quieras.
-          Lo sé. – dijo Pandora y levantó la vista. Me miró directamente a mí: - ¿Algún consejo?

Sabía perfectamente que mi papel en el grupo era el de ser amiga de mis amigas, dar buenos consejos y sobretodo, ayudar. Me venía de serie, como si necesitara ayudar todo el tiempo a los demás, pero cuando me ofrecían ayuda casi nunca la aceptaba. Me sentía como si tuviera súper poderes en algunas ocasiones, algo que hacía mofarse al resto llamándome “friki”, pero no me molestaba cuando lo hacían porque en realidad, lo era.

-          ¿Un consejo? – pregunté con tono elevado y mirando a cada una de mis amigas: - Vámonos a la ciudad y olvidarnos de todo por unos instantes.
-          Totalmente de acuerdo con Rox. – dijo Andara.
-          Exacto. – dijo Aneís: - Pandora, vamos a pasarlo bien y mañana ya veremos. Hoy vas a dejar de preocuparte por todo. – se levantó y fue directa al bonsái, le rozó con las yemas de los dedos sus hojas y me pareció ver cómo el pequeño árbol se movía agradecido.
-          Un detalle así, sin importancia… - espetó Andara irónicamente: - ¡Es Halloween!, así que vamos a disfrazarnos y acudir a alguna fiesta, ¿qué os parece, chicas?
-          Creo que tengo algunos disfraces por el armario… - dijo Aneís mientras se dirigía hacia su habitación.
-          Vale, te ayudo a buscarlos. – se ofreció Andara levantándose bruscamente del sofá.

             Pandora y yo nos quedamos a solas en el salón.

-          Rox, ¿crees que esto me va a ayudar, sinceramente? – me preguntó.
-          No creo que te ayude en tu decisión, la verdad. – le dije: - Pero por lo menos te veré feliz hoy. Recuerda lo que siempre digo…
-          Disfruta de este día como si fuera el último. – Pandora terminó mi frase con una sonrisa.

Abracé a mi amiga y ella me respondió con otro abrazo. Pero pronto nos vimos interrumpidas por las demás.

-          ¿Qué hacéis? – preguntó Aneís.
-          ¡Nada! – grité mientras me secaba las lágrimas con la manga de mi camisa.
-          Hemos encontrado estos disfraces… - dijo Andara mientras los ponía encima de la mesa, extendiéndolos.

Cada cual más diferente al anterior y por supuesto cada una de nosotras eligió uno: Andara escogió el de mujer maravilla, Aneís el de enfermera, yo quise ser la bruja del grupo y por último Pandora el de hada, con alas incluidas.  Nos maquillamos y esperamos a la noche, y como de costumbre, me tocaba conducir a mí.

En el camino por la carretera secundaria y de doble sentido que comunicaba nuestro pueblo con la ciudad, puse la canción Higway to hell de AC/DC a todo volumen, y todas cantamos a pleno pulmón.

Llegamos a la ciudad, dejé el coche en un aparcamiento público y nos dirigimos hacia un bar famoso donde acostumbrábamos a ir algunos fines de semana. La mayoría de la gente iba disfrazada, lo que nos hizo sentir todavía mejor. Pedimos unas cervezas y sentí la necesidad de fumar. Había pasado mucho tiempo desde que lo dejé, pero siempre estaba ahí la tentación llamando a mi puerta; bastó con que un chico pelirrojo me ofreciera un cigarro para aceptarlo, lo encendió con su mechero, aunque en plena oscuridad no conseguí distinguir si era mechero o su propia mano la que desprendía fuego, pero le di las gracias. Me sonrió y se fue sin decirme nada más, como si supiera exactamente lo que deseaba.

-          ¿Puedo? – me preguntó Pandora.
-          Claro, pero ten cuidado. – le dije mientras le ofrecía el cigarrillo.

 Segundos después, Aneís caminaba con paso firme hacia mí, cogió el cigarrillo y lo tiró al suelo, después lo pisoteó para apagarlo.

-          Ya sabes que no es bueno para ti, Rox… ¡te lo he dicho miles de veces! – me gritó.
-     ¡Déjame hacer lo que quiera por unos instantes, Aneís! – le dije a duras penas por el volumen demasiado alto del local.

Después de casi seis años separadas, por nuestras carreras y cada una vivía en una ciudad,  nos habíamos acostumbrado a la vida sin las demás, pero cuando acabamos los estudios y volvimos al pueblo, nuestros lazos se hicieron todavía más fuertes. Sentía que la vida no sería la misma sin ellas a mi lado.

Aneís se fue al baño. Pandora y yo nos miramos y comenzamos a reír desmesuradamente la una de la otra.

-    En serio, ¿qué llevaba ese cigarro? – preguntó Andara mientras nos miraba atónita sujetando su botellín de cerveza. No pudo evitarlo y la risa la contagió.

Volví a coger el cigarro del suelo y lo puse en mis labios. Mis dos amigas vieron como estaba en un principio apagado, pero fue rozar mis labios y prendió automáticamente.

-          Rox, ¿qué has hecho? – preguntó Pandora.
-          ¡Contigo la industria de los mecheros se va a arruinar! – exclamó Andara entre risas.

En verdad no supe por qué se había encendido sólo. Simplemente deseé que así fuera y pasó sin más. Durante dos largas horas estuvimos disfrutando del ambiente hasta que Aneís lo interrumpió:

-          Chicas, estoy algo cansada, ¿nos vamos ya?
-    Está bien, pero advierto, no estoy muy en condiciones de conducir… - le dije con sinceridad.
-        ¿Ya? – Andara hizo la pregunta con voz chillona y abriendo mucho los ojos: - Pero, por favor… - Andara intentó convencer a Aneís.
-       En serio, no puedo aguantar mucho más, he ido al baño y me duele la barriga. – dijo Aneís.

Noté en sus ojos que algo no iba bien, por lo que enseguida accedí. El camino hasta mi coche estuvo lleno de risas y lágrimas que no comprendíamos, pero Aneís seguía diciendo que algo raro había en ese cigarro. Me senté en el sillín y Pandora en el de copiloto, mientras las otras dos lo hicieron en los asientos traseros. El coche negro que me regaló mi padre por mi cumpleaños ya contaba con unos cuantos kilómetros, pero era un placer poder llevar a mis amigas de allá para acá.

-          Rox, ¡nunca me había reído tanto! – dijo Andara.
-          ¡Ni yo! – se apresuró a decir Aneís.
-      No me encuentro muy bien. – dijo de repente Pandora. La miré y estaba tocándose el vientre. Su cara estaba pálida.
-          ¿Tú también? – le pregunté, pero me miró con cara de circunstancias: - ¿Puedes aguantar diez minutos? – le volví a preguntar, pero no hubo respuesta.
-          ¿Es contagioso? Porque yo estoy sintiendo algo… - dijo Andara.

Estaba comenzando a desesperarme, aumentando de velocidad y sobrepasando la permitida para llegar cuanto antes a casa, pero algo nos sorprendió por el camino. Dos enormes ojos brillaron delante de nosotras.

-          ¿Qué es eso? – preguntó Andara señalando al frente.

No hubo tiempo de reacción, porque el ser apareció ante nosotras a unos diez metros. Era un animal de grandes proporciones que conseguía sostenerse a dos patas. De aspecto similar a un carnero del tamaño de una persona adulta, con cuernos y pezuñas. Sus brazos eran completamente humanos, pero poseía unas garras largas como si fuera un oso. Pensé en el demonio, y eso me hizo pisar el freno a fondo. 

Todas gritaron de miedo y Pandora hizo un ademán con sus manos, de las cuales salieron unos fuertes remolinos de viento que atravesaron la luna delantera del coche y chocaron contra el suelo e hizo elevar el vehículo por encima de ese ser, dar unas cuantas vueltas de campana en el asfalto y terminar chocando contra un árbol. Quedamos en silencio y no pude escuchar mucho más hasta quedarme inconsciente.

Abrí los ojos con la única sensación de dolor en mis piernas. Me apresuré a incorporarme y me di cuenta de que estaba tendida en medio de la hierba. Aún era de noche, pero por el color del cielo, estaba amaneciendo. Eché un vistazo rápido a mi alrededor buscando a mis amigas, pero no había nadie. Comencé a hiperventilar y pensar: ¿cómo es posible que no estén ni siquiera a veinte metros de mí?, entonces grité.

-          ¡Aneís! – hice una pausa: - ¡Pandora! – volví a hacer una pausa: - ¡Andara!

Me pasé media hora gritando sus nombres al aire, corriendo entre los árboles y la espesura del bosque, todavía disfrazada de Halloween. La ansiedad se apoderó de mí por un momento y caí de rodillas al suelo, apoyando las palmas de mis manos para no perder el equilibrio. Lloré con tanta fuerza que una marabunta oscura corrió en todas direcciones: ardillas, liebres y demás alimañas se alejaron de aquel lugar. Levanté la mirada, justo en frente de mí se hallaba una figura encapuchada y del susto caí hacia atrás.

-          ¿Quién eres? – le pregunté a la figura.
-          Ven conmigo, Rox. – respondió una voz masculina. Entonces me fijé mejor en esa figura. Se trataba de un hombre con los cabellos tan largos que le llegaban a la cintura, plateados y ondulados como las crines de un caballo, pero no conseguía verle el rostro: - Tus amigas te buscan.
-    ¿Dónde están? – me apresuré a preguntarle mientras me incorporaba. Pero contestó, simplemente me indicó con el dedo la dirección en la que deberíamos ir.
-          Pero antes de nada…- el hombre me paró en seco sujetándome por el hombro: - Tenemos que cambiar tu aspecto o no podrás entrar en la dimensión.

Conjuró algo en un idioma que nunca había escuchado antes, ni siquiera era latín o griego antiguos, y levantó una nube de polvo desde mis pies e iba ascendiendo hacia mi rostro. En pocos segundos me vi envuelta en un pequeño tornado turbio de arena y ramas que cesó bruscamente cuando llegó al extremo de mi cabeza. Mi apariencia había cambiado, llevaba un vestido y túnica con capucha de color rojo. El hombre colocó la capucha sobre mi cabeza y se puso delante de mí, guiándome en el camino.

Anduvimos por el bosque hasta que llegamos a una claro donde se encontraban unos cuantos montones de piedras colocados estratégicamente. El hombre comenzó a mover los brazos en círculos y de sus manos salieron remolinos, de viento, lo que me recordó a Pandora. De pronto, una luz amarillenta salió del centro de esos remolinos y se quedaron paralizados a unos pocos metros del suelo; el aspecto ahora se asemejaba a un gran espejo de pie que emitía luz propia. Por instinto lo toqué y mi mano desapareció en su interior, sorprendida y asustada quité la mano, pero me volví a aventurar y metí todo el brazo. Algo tiró de él y me introduje entera por ese espejo. 

Mi estómago se vio resentido por el viaje a otra dimensión y sentí unas náuseas muy intensas. Me di cuenta de que había llegado al otro lado, y me encontraba agachada mirando al suelo así que levanté la vista para ver quién había tirado de mí. Ahí estaba Andara, con la misma indumentaria que la mía pero de color azul turquesa, sosteniendo mi mano sonriente.

-          Creíamos que nunca vendrías… - dijo ayudándome a levantarme.
-          ¿Dónde estamos? – le pregunté mientras me incorporaba.
-          En otro “plano” por así decirlo – me contestó y me abrazó con todas sus fuerzas, por lo que le respondí haciendo el mismo gesto.
-          ¿Qué era ese ser de la carretera? – le volví a preguntar entre susurros.
-          El Rey Brujo. – dijo el hombre. Su voz me sobresaltó y me separé del abrazo fraternal que estaba sucediendo con Andara: - Es un ser malvado, es mitad carnero y mitad humano, como bien pudisteis ver anoche…
-          ¿Quién eres? – le dije dando dos pasos hacia atrás.
-        Mi nombre es Nathael, y soy Brujo. – el hombre se quitó la capucha. De rostro parecía anciano, con su cabellera plateada que le llegaba hasta la cintura, pero su cuerpo estaba ágil. Tendría unos sesenta años a nuestros ojos.
-     ¿Qué hacemos aquí? – me apresuré a decirle. Nathael avanzaba elevándose del suelo, levitando. Atemorizada, vi cómo aterrizaba a pocos centímetros de mí.
-          Sois las elegidas para derrotar al Rey Brujo. Este Reino necesita a los cuatro elementos de la Naturaleza vivos y unidos. – Nathael nos tocó el hombro a ambas y nos guió usando un poco de fuerza para que camináramos.

Finalmente, dejamos atrás los innumerables árboles y llegamos a una fortaleza situada en lo alto de la colina. El camino pasó de estar embarrado a ser una vía muy bien empedrada. Al llegar a los pies de la fortaleza nos detuvimos y pude observarla bien: tenía una gran torre central rodeada de dos torres más pequeñas, un río que conducía a un lago obstaculizaba nuestra entrada por lo que apareció ante nosotros un puente elevadizo dejando una estela de polvo tras de sí.

-          ¿Hemos llegado ya? – le pregunté a Nathael.
-       Sí. – me contestó y seguidamente chasqueó sus dedos. Su túnica oscura cambió a un dorado intenso, lo que le daba un aspecto de majestuosidad.
-          ¿Cómo ha…? - dejé la pregunta sin terminar porque el hombre me interrumpió.
-        Soy el regente de esta fortaleza. Pronto te podrás reunir con tus amigas… - me indicó a que pasara delante de él por el puente, y así lo hice. Me giré y vi a Andara mirándome por lo que me apresuré a darle la mano y ésta me respondió con un fuerte apretón.
-          Aquí podrás aprender todo lo relacionado con la magia y los elementos de la Naturaleza. – dijo Andara mientras cruzábamos el puente elevadizo.
-       Pero, ¡no sé nada de magia!, ¡no sé qué hacemos aquí nosotras! – me apresuré a decirle. Paramos en seco. Ya estábamos ante el gran portal de la fortaleza.
-      Estáis aquí porque tenéis un don, pero todavía no habéis aprendido cómo usarlo. – dijo Nathael mientras abría un portal con una llave de grandes proporciones. Entró a la fortaleza y le seguimos.
-          ¿¡Rox!? – gritó una voz desde mis espaldas. Me giré y la vi.
-       ¡Pandora! – emocionada corrí a abrazarla. Llevaba puesta la misma vestimenta que Andara y yo, pero de un violeta intenso.
-          ¿Y Aneís? – le pregunté a mis amigas.
-          Está con la sanadora, yo acabo de salir del tratamiento y ¡estoy mucho mejor! – respondió Pandora: - Pero ella…bueno, tienes que verla, Rox.

Cada una me tomó de un brazo y me guiaron por los oscuros pasillos de la fortaleza iluminados únicamente por grandes antorchas que llegaban hasta el suelo hasta que nos encontramos ante un gran atrio con el techo descubierto y los rayos del Sol incidían de tal forma que tuve que entrecerrar los ojos.

En el centro del atrio se disponía un altar de piedra y tumbada sobre él estaba Aneís, con una indumentaria de color verde muy llamativo, reposando su espalda y con los ojos cerrados. Parecía muerta pero veía su pecho ascender y descender y eso significaba que por lo menos estaba respirando. De pronto, una mujer joven, de unos treinta años, salió a su encuentro por una de las puertas que rodeaba el atrio y llevaba consigo un cuenco con líquido en su interior. Se acercó a Aneís y le ungió la frente con ese líquido de color oscuro, después lo dejó en el suelo y extendió sus brazos hacia el cielo. Justo después nos miró directamente.

Me asusté por unos instantes, pero la mujer pronto desvió su cabeza hacia arriba. Pronunció algo en otro idioma, algo que parecía un hechizo. De pronto un rayo de luz tan intenso como una estrella rebotó en su cuerpo y fue a parar al de Aneís.

-        ¿Pero qué hace? ¡La va a matar! – exclamé a pleno pulmón acercándome al balcón que nos separaba de nuestra amiga.
-          Tranquila, Rox. – me dijo Andara con voz serena: - Fíjate bien, la está curando.

Entonces observé más detenidamente a mi amiga Aneís. Su mano y brazo derechos estaban cubiertos por una capa de corteza de árbol hasta la parte del antebrazo, como si fuera un tronco. Abrió los ojos y giró su rostro para encontrarse con nuestras miradas y pude ver que de igual forma, su parte derecha del rostro también estaba cubierta por esa corteza. La luz cesó y la sanadora se quedó inmóvil, mirando a nuestra amiga. Aneís pronto se incorporó y caminó por sus propios pies, pero el aspecto de árbol no se le había ido. La sanadora la siguió y las dos desaparecieron por la misma puerta que anteriormente había entrado la mujer.

-          ¿Por qué cada una llevamos un color distinto? – les pregunté a mis amigas.
-          Ven, ¡te lo enseñaremos! – dijo Pandora mientras me agarraba de un brazo.

Andara me agarró del otro brazo y ambas me encaminaron por el vestíbulo de la fortaleza hacia unas escaleras de caracol, tenía la sensación de estar subiendo una altura de siete pisos. Una vez arriba, un gran salón se abría ante nosotras. Entramos y me llamó la atención un cuadro colgado de la pared. Nathael tenía un aspecto mucho más joven y junto a él se disponían una mujer que parecía ser su esposa, dos niños pequeños gemelos y una niña adolescente. La niña me recordó a la sanadora, por lo que ahora todo encajaba. Aquella fortaleza pertenecía a esa familia, pero ¿qué había pasado realmente?

-          ¿Tenemos poderes, de verdad? – pregunté excitada.
-          ¿No es increíble? – dijo Andara.
-          No. – contesté cortante: - Esto no me cuadra para nada.

               Nathael apareció delante de nosotras tras una nube de humo.

-       Bienvenida, Rox. Como bien te has dado cuenta, esta fortaleza pertenece a mi familia desde hace siglos, somos de sangre noble por así decirlo. Pero hace veinte años el Rey Brujo se llevó a uno de mis hijos pequeños… – comenzó a explicar Nathael: - Ya has conocido a mi hija, Lis, la sanadora.

Lis, la sanadora, entró en el salón. Nos giramos y pude verla con mejor claridad. Llevaba una túnica dorada, igual que Nathael. Su aspecto apenas había cambiado del que tenía en el cuadro de la familia: sus largos cabellos oscuros recogidos en un peinado trenzado por delante y suelto por detrás, sus ojos azules como el cielo…

Aneís caminaba detrás de ella. Mi amiga tenía peor aspecto, desde luego; tanto su brazo como la mitad de su rostro tenían aspecto de tronco de árbol, pero me sonrió y se acercó a mí. Me abrazó y pude notar la rugosidad de su nueva piel.

-          ¿Qué te ha pasado, Aneís? – le susurré.
-        Ahora te lo cuento. – me contestó y se separó de mí. Las cuatro nos pusimos frente a frente con Natahel y Lis.
-         Cada color significa un elemento: verde para la tierra, - Lis señaló a Aneís: - Azul para el agua, - señaló a Andara: - Violeta para el viento, - lo mismo hizo con Pandora: - Y rojo… - explicó, pero la interrumpí.
-          Para el fuego. – dije. Nathael asintió.
-         Necesitamos a cuatro miembros tan unidos que sean capaces de destruir al Rey Brujo que está sumiendo nuestro mundo en la oscuridad. – explicó Natahel.
-          Un miembro de cada elemento. – dijo Pandora mientras me miraba.
-          Exacto. – incidió Aneís.
-         Vosotras tenéis una conexión que jamás se había dado hasta ahora…- explicó Nathael: - El Rey Brujo es un ser oscuro, vino aquí arrasando la aldea que yo y mi familia siempre ha gobernado… Se llevó al mayor de los gemelos, el que primero nació y por tanto mi heredero. – Notaba cierta tensión en sus palabras: - Mi otro hijo desarrolló los poderes de los cuatro elementos y yo le enseñé a utilizarlos para el bien, pero un solo brujo no es capaz de resistir tal poder sin sentir arrogancia y querer más y más, por lo que se necesita a una persona para soportar un elemento… es la única forma de derrotarle y rescatar a mi hijo…
-          ¿Qué pasó con el segundo varón, el que había desarrollado los poderes?, porque no lo veo por aquí. – le dije a Nathael.
-          Mi hermano más pequeño se aventuró a ir en busca del Rey Brujo y dar venganza, pero hace cinco años que partió y nunca regresó. – explicó Lis y bajó la vista dichas estas palabras.
-          Ahora aprenderéis a contener vuestra magia, a dosificarla y a dominar el elemento que la Naturaleza os ha asignado. – dijo Nathael: - De esta forma, podéis ir a vuestros respectivos aposentos. – el hombre extendió su brazo señalando a la puerta, haciendo que todas nos girásemos sin apenas notar el movimiento y comenzamos a caminar hacia la salida.

Supuse que tendría que aceptar que nuestras vidas habían cambiado, nuestra unión como amigas se había fortalecido con los años, pero ahora tendría que fortalecerse aún más. Comprendí que llegamos a aquel lugar por arte de magia, porque nos necesitaban, porque nosotras éramos especiales.

 Mientras andábamos por aquella fortaleza, mis amigas me explicaron los lugares más destacados: la torre del viento, la más alta de las torres pequeñas, ahí viviría y recibiría las clases de magia Pandora. Después de bajar de la torre, subimos a la siguiente, la de la Biblioteca, la torre de menor tamaño. Salimos por un pasadizo secreto situado en una de las estanterías y aparecimos en el gran caserón del agua situado a orillas del lago, donde obviamente Andara residiría. Pasada media hora volvimos caminando de nuevo al interior de la fortaleza y bajamos al atrio central, compuesto por grandes árboles, plantas y puertas que lo rodeaban en forma cuadrangular donde residía el miembro del elemento tierra, Aneís, y donde había visto anteriormente a Lis sanando sus heridas; y finalmente bajamos unos tres pisos por una escalera de caracol situada cerca del gran salón hasta llegar a  la cueva del dragón, túneles y cuevas de piedra resistente al fuego…ahí sería donde viviría a partir de ahora.

Todas se despidieron de mí y cada una se fue en una dirección diferente.

Al llegar al final del túnel, un gran portal de piedra me obstaculizaba la entrada. No sabía qué hacer, miré hacia atrás y no había nadie, volví la mirada a la puerta y allí había un chico pelirrojo, muy parecido al que vi en el bar la noche anterior, más o menos de mi edad y vestía el mismo color que yo.

-          Bienvenida, Rox, hermana del fuego. Me llamo Nicodemus, y soy tu ayudante. – el chico se giró y expulsó una llamarada de sus manos hacia el cerrojo de la puerta. Se abrió al recibir el contacto directo con el fuego y pude ver su interior. Una habitación de dimensiones amplias, con una gran cama a un lado. Sin ventanas, adornando las paredes había estanterías repletas de libros y un escritorio al fondo. La luz que alumbraba la estancia se debía a las numerosas antorchas que colgaban de las paredes.
-       Tendrás que canalizar el fuego. Todas las mañanas te reunirás conmigo en el pasillo. Desde este lugar partiremos hacia el interior de la colina, donde disponemos de cuevas seguras para poner en práctica tus poderes.
-         Me encuentro un poco mal… - le comenté entre susurros.
-        Yo tengo veinticinco años, y no he podido ayudar a Nathael, si te sirve de consuelo. – me dijo: - Nosotros éramos un grupo de cuatro amigos con un lazo de amistad grandísimo, por lo que también nos transportaron hace cinco años a esta dimensión. Vivíamos en una gran ciudad, créeme. – me miró con tristeza: - Se nos convocó y aquí estamos, pero no somos demasiado fuertes como para derrotar al Rey Brujo, así que pedimos ayuda y aquí estáis vosotras… - dicho esto caminó hacia una estantería y sacó un libro grueso.
-          ¿Eráis amigos como nosotras? – le pregunté.
-       Sí, pero ahora somos más que eso, somos hermanos. – me contestó mientras pasaba las páginas.
-       Todos chicos, ¿no? – le pregunté con curiosidad y noté cómo me avergonzaban mis propias palabras.
-          Sí, ¿por? – dijo Nicodemus y levantó la vista mirándome.
-         No, nada… - le contesté mirando para otro lado. 

¿Cómo era tan estúpida de preguntar eso? ¿Acaso no soy suficientemente mayor como para andar con estas tonterías?

La cama tenía un aspecto comodísimo y me estaban entrando unas ganas tremendas de tumbarme y despertar en mi casa, deseando que aquello fuera un simple sueño, pero Nicodemus irrumpió en mis pensamientos.

-          Bien, Rox. Lee de las páginas cincuenta a setenta esta noche y mañana comenzaremos las clases para aprender a usar tu poder.
-          De acuerdo. – le dije. Me pasó el libro para que le echara un vistazo rápido y ¡sorpresa!, la letra era minúscula, casi imposible de leer: - ¡Mierda!, no tengo las gafas… - susurré entrecerrando los ojos.
-          ¿Has dicho algo? – preguntó Nicodemus desde la puerta.
-      ¡No!, no te preocupes. – le dije. ¡Maldita miopía!…: - Mañana nos vemos. – concluí y Nicodemus cerró la puerta tras de sí.


Estaba deseando ver a mis amigas para comprobar si estaban bien, si habían descansado e incluso si se sentían tan mal como yo. No comprendía el porqué de mi malestar, pero tendría que acostumbrarme a esa sensación de estar a punto de vomitar todo el tiempo, por lo menos hasta que aprenda a utilizar el poder del fuego.