Durante las jornadas orientativas
destinadas al curso de cuarto de Educación Secundaria Obligatoria, se informó
tanto a los alumnos como a los profesores del Instituto que se llevaría a cabo
una última prueba de comportamiento y actitud en el centro psicológico de la
capital. Tanto unos como otros aceptaron y tomaron la decisión de formar parte
de esos estudios.
Sofía participaría como el resto de
sus compañeros. Era de alta estatura, superior al resto de chicas de su clase;
de complexión atlética debido a sus ejercicios diarios en la piscina municipal
y de largos cabellos oscuros. En definitiva, su belleza exterior superaba sus expectativas,
por lo que era muy admirada por los chicos y por sus propias amigas. Laura, su
mejor amiga, por el contrario era una chica rubia, muy delgada y bajita.
Siempre iban juntas a todas partes y no había secretos entre ellas. Sofía era
una chica con carácter dominante, mientras que su amiga se dejaba llevar y
aceptaba todas las decisiones de ésta.
-
¿Vamos esta tarde al cine? - le preguntó Laura mientras caminaban por el
pasillo hacia la salida del Instituto.
-
¡Claro! Ya sabes a qué peli quiero ir... - le contestó Sofía.
-
Por supuesto, cualquiera de miedo te gusta... - le dijo Laura.
Laura pasaba desapercibida con los
chicos, sacaba buenas calificaciones en el Instituto y era responsable con sus
tareas; Sofía por el contrario, resultaba atractiva y aparentaba dos años más
de la edad que realmente tenía, dieciséis, y tenía problemas en casa. Sus
padres discutían constantemente y amenazaban con divorciarse, por lo que la
situación le generó un estado de estrés y depresión, convirtiéndose en
rebeldía.
Al día siguiente, Sofía se preparó
el almuerzo y su mochila con una libreta y estuche. Cogerían el autobús, puesto
que el centro del estudio estaba a hora y media de trayecto, y para no variar,
ella y Laura se sentarían juntas.
-
¿Qué será lo que quieren de nosotros? - preguntó Laura a su amiga.
-
Sinceramente, pienso que nos pondrán alguna prueba para ver cómo reaccionamos y
si lo hacemos de manera incorrecta, o por lo menos lo que ellos consideren
incorrecto, nos darán una descarga eléctrica en el cerebro. - contestó Sofía.
-
Desde luego, menuda imaginación... - dijo Laura.
-
En serio, ¿no crees que es extraño que pidan alumnos en plena fase de
adolescencia? - preguntó Sofía.
-
Es cierto, pero también es muy normal estudiar el comportamiento adolescente,
puesto que somos sacos de hormonas y cambiamos de parecer drásticamente en
nuestras decisiones... - le dijo Laura insinuándo que su amiga era así.
-
Pues yo no cambio de opinión drásticamente, Laura, no sé por qué dices eso como
si lo fuera... - dijo Sofía mientras se ponía los auriculares.
El profesor que se encargaría de
acompañar a la clase de veinticinco alumnos de cuarto curso al centro
psicológico, Don Francisco, era su tutor
y confidente. Les ayudaba a superar las dificultades que iban surgiendo para
todas las asignaturas y para solventar problemas de la vida cotidiana, por lo
que era muy preciado por sus alumnos.
-
¡Chicos! - gritó Don Francisco por el micrófono del autobús: - Os agradezco
vuestra participación, de verdad... nos encaminamos ante algo que desconocemos.
Os admiro por vuestra valentía y decisión... - le interrumpió un aplauso
estrepitoso: - Bien, pasaremos toda la mañana allí y llegaremos al pueblo a la
hora de comer. Vuelvo a daros las gracias, chicos.
Toda la clase volvió a aplaudir.
Siempre seguirían a Don Francisco, era una especie de mesías para ellos. Sofía
sentía que aquel hombre de mediana edad había hecho mucho más por su educación
que sus propios padres, era el único adulto que la comprendía y sentía
demasiado apego hacia su profesor, como si fuese su padre. Muchos días, Sofía
llegaba a clase con la ropa sucia o sin almuerzo porque su madre estaba con
depresión y no se acordaba de comprar o de poner una lavadora; ahí estaba Don
Francisco para ofrecerle algo de comer e incluso un buen consejo para poder
sobrellevar la situación.
Sofía se había sentado al lado de la
ventanilla y pronto pudo ver cómo entre un espeso bosque se erguía un edificio
de ocho platas con la fachada amarillenta. El centro psicológico era algo
temido por mucha gente, ya que existía la leyenda urbana de que se oían gritos
de su interior y en muchas ocasiones, se había visto una figura fantasmagórica.
Esto era algo excitante y a la vez terrorífico, puesto que se expondrían a un
estudio que nadie tenía idea de cómo era.
-
Bien, hemos llegado. - comunicó Don Francisco por el micrófono: - Id bajando de
forma ordenada y esperadme en la puerta.
-
¿Tienes miedo? - le preguntó Sofía a su amiga, al ver la palidez de su rostro.
-
Un poco... - le contestó Laura: - Me aterra pensar en lo que la gente dice que
ha visto en este lugar.
-
No te preocupes, Lau, yo estaré contigo en todo momento. - le dijo Sofía
estrechándole la mano con la suya.
-
Gracias, de verdad. Ojalá y mi hermana fuera como tú, Sofía. - le dijo Laura.
-
¡Vaya con tu hermana! - le gritó Samuel, el chico más popular de la clase.
-
¿Qué le pasa? - le preguntó Sofía aún en el asiento del autobús.
- Le pedí salir el otro día y me dijo que me
fuera a donde picó el pollo...
Una carcajada descomunal de Sofía y
Laura calló al chico. La hermana de la segunda era mayor, de veinte años, y no
sentía ninguna atracción por los chicos más jóvenes. Ambas chicas salieron del
autobús y se encontraron con el resto de sus compañeros ante la puerta del
centro. Sofía reparó en que aquel edificio tenía toda la pinta de ser un
hospital, con la gran puerta giratoria central que daba entrada al edificio,
ventanas allá a donde mirase y llegó a oler a desinfectante.
-
Impone bastante, ¿verdad? - dijo Samuel detrás de ellas.
-
No tanto como la hermana de Laura. - le contestó Sofía después de una risa
maléfica. El chico la miró con recelo.
-
¿Y tus padres, que tal? Me han dicho que a tu padre le gusta frecuentar el club
de chicas... - le dijo a Sofía.
-
Cállate la boca, ¡no sabes nada de nada, imbécil! - le contestó Sofía con ira.
-
Vaya, ¡ahora la pobre Sofi se ha quedado sin palabras y pronto sin padres! - se
burló el chico.
-
¡Vamos, chicos! - gritó Don Francisco a sus alumnos.
-
Ésta me la vas a pagar, y muy caro... - le amenazó Sofía. Laura la agarró del
brazo y tiró de ella hacia el edificio.
Todos entraron por la puerta
giratoria y comenzaron a amontonarse en el vestíbulo del edificio, muy bien
iluminado por los ventanales que comprendían la pared de la fachada. Las
paredes interiores eran blancas y de ellas colgaban cuadros abstractos de diferentes
tamaños. Sofía descubrió que en todos ellos siempre había algún trazo de color
rojo, pero no le dio demasiada importancia.
-
Bienvenidos al CMAR. - anunció una voz femenina por el megáfono central del
edificio.
-
¿CMAR?- preguntó Laura.
-
Centro Médico de Alto Riesgo. - le aclaró Sofía.
-
Sigan las luces verdes parpadeantes para llegar a su sala. - dijo la voz
femenina: - Muchas gracias por su participación.
-
¡Chicos! - volvió a llamar la atención Don Francisco: - Caminad de forma
ordenada por el pasillo cuyas luces son verdes, como habéis oído. ¿Vale?.
-
Vale. - respondió la gran mayoría y comenzaron a caminar a su derecha.
-
Esto es muy raro... - dijo Sofía: - Hay un pasillo con luces amarillas que va
hacia arriba, otro de luces azules que se introduce en el edificio y este de
color verde parece llevarnos hasta el sótano...
-
Será para diferenciar cada estudio, Sofi. - le dijo Laura en tono
tranquilizante: - Déjate llevar por una vez y no seas tan cabezota.
-
Sí, Sofi...- le dijo Samuel: - "No seas tan cabezota" - terminó su
frase burlón.
-
Desgraciado... - condenó Sofía.
-
No se lo tengas en cuenta. - continuó Laura: - El pobre ha sido rechazado por
todas las chicas a las que se ha atrevido a pedir salir.
Caminaron en grupo por el pasillo adornado
con tubos fluorescentes de color verde chillón titilantes. Sofía se fijó que
más o menos cada diez metros una cámara de vigilancia colgaba del techo, giraba
conforme los alumnos pasaban por debajo para seguir observándolos. Este hecho
le daba muy mala espina, ya que nunca le gustaba que la vigilasen nunca, bajo
ningún concepto.
Después de andar unos diez minutos descendiendo por unas rapas
iluminadas de verde, llegaron ante una gran puerta blanca que tenía doble
apertura. Sofía y Laura iban por la retaguardia y escucharon un pequeño
chirriar, ambas se giraron y vieron cómo una compuerta de barrotes blancos se
cerraba detrás de ellas a poca distancia.
-
Esto me está empezando a dar miedo... - dijo Laura mientras se aferraba más
fuerte al brazo de Sofía.
-
Tranquila, Lau. - le dijo su amiga: - Las dos estaremos unidas todo el tiempo.
No te separes de mí, ¿vale? - concluyó. Laura asintió con ojos lagrimosos.
Las dos amigas entraron en la
habitación, donde el resto de sus compañeros ya habían tomado asiento en los
grandes sofás y sillones que estaban en disposición cuadrangular. Al fondo de
la estancia había un cristal polarizado de unos tres metros de largo y tres de
alto.
-
Bien. - carraspeó Don Francisco para aclararse la voz: - Yo estaré detrás de ese
cristal. - todos miraron en esa dirección: - Como observaréis, no podéis ver lo
que hay detrás, pero yo sí que podré veros. Junto con dos médicos
especializados en conducta adolescente, tomaremos notas de vuestro
comportamiento. ¿Alguna pregunta?
-
Yo tengo una. - dijo Samuel.
-
Cómo no... - suspiró Sofía. Samuel le dedicó una mirada de rencor.
-
¿Cuánto tiempo vamos a estar aquí, profe?
-
El que sea necesario para los profesionales, Samuel. No puedo decir nada
exacto. - le contestó Don Francisco.
-
Yo tengo otra. - dijo Laura.
-
Adelante. - incentivó Don Francisco.
-
¿Por qué todavía no hemos visto a ningún médico?
-
¡Buena pregunta! - le contestó el profesor: - Entrarán después de que yo salga,
por lo que debería de darme prisa... Bueno, chicos, me despido de vosotros y no
olvidéis que os estaré viendo.
Dicho esto cerró la puerta tras de
sí. Los chicos y chicas quedaron en silencio durante unos pocos segundos y
fueron tomando asiento con sus compañeros para charlar mientras tanto. Sofía y
Laura se sentaron en un sofá cercano al espejo polarizado, quedando Sofía
totalmente pegada a este espejo. En medio de los sofás había una gran mesa
bajita de centro, como si fuera un salón. A los pocos minutos se abrió de nuevo
la puerta de la habitación y entró una mujer joven con el uniforme de color
verde (camiseta, pantalones y zapatillas).
-
Bienvenidos de nuevo. - su voz era la que se había escuchado anteriormente en
el vestíbulo del edificio por el megáfono. Todos quedaron en silencio expectantes:
- El estudio no va dirigido a vosotros, si no a vuestros profesores. - un revuelo
de cuchicheos invadió la sala: - Silencio. - ordenó la mujer, y así obedecieron
los alumnos: - Hace media hora vino una clase de vuestro curso, pero de otra
localidad. Las pautas a seguir por ellos son las de visionar una película en
silencio y obedeciendo todo lo que su profesor les diga.
-
Pues vaya... - se quejó Samuel en voz alta.
-
Vosotros por el contrario... - siguió la mujer: - Deberéis visionar la película
unos pocos minutos, pero poco a poco tendréis que pasar a otras cosas,
desobedeciendo la orden primera, charlando con los demás, haciendo ruido...lo
que queráis. - la mujer sacó un pequeño mando a distancia blanco de su bolsillo
y presionó un botón.
Una gran pantalla de plasma bajó del
techo hasta colocarse a una distancia considerable para poder verla todos los
allí presentes. La luz de la habitación se apagó y todos pudieron ver lo que
había detrás del cristal polarizado, Don Francisco saludando con la mano.
-
A partir de ahora seguir las instrucciones que os he dado. Muchas gracias. -
dijo la mujer y volvió a presionar un botón. Una película daba comienzo en
aquella pantalla mientras ella salía de la sala cerrando la puerta tras de sí.
-
¿En serio tenemos que hacer esto? - le preguntó Sofía a Laura entre susurros.
-
Por lo visto, sí. Ya sé que es un peñazo, pero tenemos que hacerlo. - le dijo
Laura.
-
Laura y Sofía, dejad de hablar y mirad a la pantalla. - la voz de Don Francisco
inundó la sala, haciendo a todos sus compañeros girarse con miradas acusantes,
entre ellos Samuel.
Aunque pareciera que se tuvieran
tanto rencor, Sofía estaba completamente enamorada de Samuel desde los doce
años. Siempre se había burlado de ella, pero Sofía nunca había dejado de pensar
en él de la forma más cursi posible. Se había puesto una coraza de chica
rebelde y fuerte, pero en su interior era la típica chica enamoradiza. Le dolía
en el alma que Samuel fuese tan cruel a veces, por lo que intentaba aparentar
ser todavía más fuerte.
-
Ya sabes Sofi...los que se pelean, se desean... - le dijo Laura al ver que
Sofía no apartaba la vista de Samuel.
-
Si tú supieras... - le dijo Sofía.
-
¿Crees que no me he dado cuenta? - le preguntó Laura. Sofía la miró a los ojos
sorprendida: - LLevas pillada por él desde que íbamos a sexto de Primaria... y
se te nota todavía.
-
¿Tanto se me nota, en serio? - le preguntó.
-
Yo sí que te lo noto. Somos amigas inseparables desde la infancia, todas tus
emociones y tus pensamientos los noto. - le dijo Laura.
-
Eres genial, Lau, de verdad. Muchas gracias por ser mi amiga. - Sofía no tenía
hermanos de sangre, pero consideraba a su amiga como una verdadera hermana.
La película comenzaba con la escena
de una mujer y un hombre sentados en un banco enfrente de un río, sin hablarse,
sólo mirando al frente. La escena perduraba y los alumnos comenzaron a charlar.
Estaba claro que aquello era a propósito, por lo que Sofía y Laura también
hablaron entre ellas. De repente, la pantalla se apagó y los chicos comenzaron
a formar revuelo. Algunos se pusieron de pie, otros se lanzaban bolas de papel
de aluminio de sus bocadillos, una chica sacó un kit de belleza y comenzó a
maquillarse...
-
En serio, ahora esto está tomando una temática que me gusta bien poco... - dijo
Sofía a su amiga.
-
Ten en cuenta que están estudiando las reacciones de Don Francisco ante la
situación que tiene en frente. - dijo Laura.
-
Supongo que el profe estará desesperado. - dijo Samuel mientras se acercaba a
ellas. Se sentó en la mesita y miró fijamente a Sofía: - No te cabrees conmigo,
sabes que en el fondo te quiero. - y esbozó una sonrisa.
Aquellas palabras resonaron
repetidas veces en la cabeza de Sofía. ¿Realmente la quería? No entendía porqué
decía eso si luego estaba al acecho de cualquier chica provocativa.
-
Sí, me va el riesgo. - concluyó Samuel y se levantó en dirección a su grupo de
amigos.
-
¿Lo ves? Te quiere, ¡te lo ha dicho! - gritó Laura.
-
No te creas, lo hace para picarme... - dijo Sofía cabizbaja.
-
Eso es lo que busca, ¿no te das cuenta? - le dijo Laura apoyando su mano en el
hombro de Sofía: - Quiere que seas tú quien dé el primer paso. Teme ser
rechazado por ti, ¡está clarísimo!
La televisión se volvió a encender
con otra escena de la misma película, pero esta vez un ruido atronador asustó a
los alumnos. Era como si una radial estuviera cortando algo. Sofía miró de
reojo al espejo polarizado y vio una silueta de pie, impasible, mirando a la
sala. Pronto el ruido se intensificó y vio cómo la radial atravesaba la pared
justo al lado de donde ella estaba.
-
¡Dios! ¿Qué es eso? - preguntó Laura asustada.
-
¡Por aquí! - la guió Sofía agarrándola del brazo.
Un rugido atronador invadió la sala y de pronto las lámparas
fluorescentes se apagaron, dejando una tenue luz que incidía por las cortinas
de las ventanas. Sofía pudo ver a un ser de aspecto humano, con la piel tan
pálida como la nieve y cubierto por una bata de hospital del mismo color que
las luces verdosas. Llevaba en su mano la radial con la que había atravesado la
pared llena de sangre, lo que hizo que Sofía mirase atrás del ser, Don Francisco
estaba tendido en el suelo rodeado de un enorme charco de su propia sangre.
Todos los compañeros corretearon de aquí para allá mientras el ser
pálido permanecía observándolos, como si estuviera analizando a cuál de ellos
atacaría en primer lugar. Sofía corrió hacia la puerta y comenzó a dar patadas
cerca del pomo, sabía que tarde o temprano iba a ceder, ya que lo había hecho
en múltiples ocasiones. Aún de la mano de Laura, Sofía pudo abrir la puerta y
ambas salieron de la sala.
- ¡Venga!, ¡no te separes de
mí! – le gritaba Sofía mientras Laura asentía cubierta de lágrimas: - ¡Por aquí!
– gritó al resto de sus compañeros.
Muchos de los alumnos atravesaron la puerta y fueron en todas
direcciones por los pasillos de aquel extraño edificio.
- ¡Samuel! – gritó Sofía a su
compañero. El chico estaba tan sobrecogido por la situación que se quedó
plantado delante del ser pálido, ambos mirándose a los ojos, retando el uno al
otro.
Aquel espécimen abrió su boca y en lugar de hacerlo como un ser humano,
los labios se le separaron verticalmente y se pudo ver cómo varias filas de
dientes brillaban de su interior. De nuevo un rugido espantoso inundó la sala. El
ser agarró la radial con fuerza y atravesó a Samuel de arriba abajo.
- ¡No! – gritó de nuevo
Sofía. Se llevó las manos a la cara. Pero pronto miró a su alrededor, Laura se
había soltado y había huido dejándola allí.
Sofía corrió por un largo pasillo hasta una puerta que conducía a las
escaleras de emergencia, la abrió y comenzó a bajarlas a toda prisa. Aún llorando,
se daba toda la prisa que podía. Escuchó varias veces rugir a aquel monstruo
desde la lejanía. Cuando se encontraba en el primer piso, la puerta de
emergencia se abrió ante ella: Laura asustada había encontrado la misma salida
que ella. Ambas se abrazaron y comenzaron a bajar el último piso.
- ¡Vamos, Lau!
- Sofía…no puedo continuar…me
fallan las piernas. – le dijo Laura bajando las escaleras muy lentamente.
De nuevo el rugido se escuchó pero lo hizo muy cerca de ellas, por lo
que Sofía se apresuró a agarrar a su amiga de la mano y tirar de ella, sacarla
a rastras como fuera de aquel lugar. De pronto, un fuerte golpe las separó, el
ser pálido había cogido a Laura por las piernas y estaba comenzando a
mordérselas.
- ¡No! ¡por favor, tú no! –
le gritaba Sofía.
- ¡Sálvate! ¡Corre! – logró decir
Laura.
Puso otra vez marcha escaleras abajo y consiguió salir del edificio. Corría
hasta más no poder, con la resistencia física de una atleta, pero el estado de
ánimo de una desequilibrada emocionalmente. Llorando y sin poder creer lo que
acababa de pasar, corría por una carretera adornada de olmos a ambos lados. Escuchó
gritos detrás de ella y frenó girándose, una multitud de chicos y chicas
compañeros suyos corrían en la misma dirección que ella, por lo que se apresuró
a seguir el paso.
- ¡Vamos! – gritó un chico.
- ¡No puedo más, creo que me
voy a desmayar! – gritó una compañera a punto de vomitar y con la cara
amarillenta del pánico. Sofía le pasó el brazo por encima de su cuello y cargó
todo el peso sobre ella.
Aquel grupo de adolescentes giró en la primera curva de la carretera
asfaltada y se toparon con una cuadrilla de soldados bien armados.
- ¡Por favor, nos tienen que
ayudar! – dijo Sofía.
- ¡Tres! – gritó el capitán.
- ¿Pero qué hacéis? –
preguntó un chico mientras el resto se iba agolpando en aquella curva.
- ¡Dos! – continuó el
capitán. El resto de soldados se arrodillaron en el suelo y apuntaron con sus
armas al grupo de chicos atemorizados.
- ¡Vamos a morir todos! –
gritó Sofía mientras abrazaba a su compañera evitando mirar a los soldados.
- ¡Uno! – gritó de nuevo el
capitán. Todos los chicos se dieron la mano, entrelazándolas, formando una
endeble cadena humana: - ¡Fuego!
Una veintena de disparos se escucharon en pleno bosque y luego se hizo
el silencio.
En medio de la nada, el Gobierno tenía que dar de comer a los
seres extraterrestres que capturaban para poder estudiarlos, y qué mejor forma
de engañar a unos pobres chicos y sus profesores para hacerlo, luego dirían que
el autobús se había despeñado por el barranco y que los animales se deshicieron
de los cuerpos.
Y así el secreto estaría bien guardado.