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miércoles, 15 de octubre de 2014

Sobrenaturales


La vida en un pueblo siempre es mucho más tranquila que en una ciudad, la gente no está tan deshumanizada y no existe mucho nivel de competitividad.

A pesar de ser la mayor del grupo de amigas, aunque sólo les sacaba un año, parecíamos de edad semejante, unos veintitrés años, por lo que era mucho más fácil nuestra relación. La mayor parte del tiempo me sentía acomplejada por mi estatura, alta para ser mujer y más con mis amigas, las cuales eran un poco más bajitas. Nos gustaban las mismas cosas, ir a los mismos sitios y hablar de los mismos temas, en definitiva, teníamos la relación de amistad que todo el mundo deseaba. Era como si ya estuviésemos predestinadas a encontrarnos.

Como todos los sábados por la mañana, nos reuníamos en casa de Aneís, una chica bajita, morena y con una sonrisa siempre puesta. Hablaba dos idiomas: español y portugués, además de haber aprendido inglés durante sus años de estudios secundarios y universitarios. Le encantaban los viajes, pero también le gustaba divertirse. Tenía el pasillo y la entrada de la casa llena de plantas: helechos colgados de la pared, bambú en un jarrón, lavanda, rosas… e incluso tenía un bonsái en el salón. Era una verdadera amante de las plantas.

-          Chicas, ¿cómo ha ido la semana? – preguntó Aneís conforme desfilábamos por el pasillo.
-          ¡Pues he encontrado trabajo! – exclamé. Me hacía tanta ilusión poder trabajar en la tienda de cómics que no podía aguantarme más.
-          ¡Me alegro un montón, Rox! – me dijo Aneís mientras me abrazaba: - ¿En la tienda de cómics, no? – me preguntó mientras sonreía.
-          Así es. Además, podéis venir a verme cuando queráis. – les dije al resto.

Aneís nos dirigió hacia la cocina, donde preparaba un guiso. Abrió el grifo y dejó el agua caer. Pasado un buen rato el grifo seguía abierto mientras ella cortaba una cebolla, por lo que Andara se apresuró a cerrarlo.

-          ¿Estás loca? – le preguntó Andara: - No malgastes así el agua, ¡copón! – aún tenía la mano puesta en el grifo cuando éste comenzó a hacer ruidos extraños. Apartó la mano y los ruidos cesaron.

Andara era la deportista del grupo. Practicaba baloncesto, pero a ninguna más nos atraía, por lo que solía quedar con otras pandillas en el parque a jugar algún partido. Estaba muy preocupada por el ahorro del agua, del medio ambiente y la contaminación, pero también compartía conmigo la afición a los cómics. Era de esas chicas que prefería un día lluvioso y frío a un día de verano caluroso y seco. En una ocasión, nos hizo un truco con dos vasos transparentes, uno lleno hasta la mitad de agua y el otro vacío, y sin saber cómo, el líquido pasó de un vaso a otro convirtiéndose en cerveza, algo que nos encantó.

-          Que cosa más rara le pasa al grifo ¿no? A lo mejor tiene cal…– preguntó Pandora y se hizo el silencio durante unos pocos segundos: - Bueno chicas, tengo algo que contaros, así que vamos al salón.

Pandora era la popular del grupo, conocía a todo el mundo y enseguida sacaba tema de conversación. Durante mucho tiempo llevó el pelo largo, pero hacía relativamente poco se lo cortó en un estilo que se podía denominar garçon, y además le quedaba muy bien. Era muy fan de los zapatos, botas y botines, por lo que cada día y vistiendo conjuntadamente con sus bolsos, se ponía unos u otros, siempre muy adecuada para la ocasión.

-          Bueno, di. Me estoy impacientando…- comenzó a decir Aneís.
-          No sé por dónde empezar. – dijo Pandora.
-          Pues empieza por decirnos porqué tienes esa cara. – le dije mientras nos sentábamos en el sofá.
-          Chicas, estoy desesperada, no sé qué me deparará el futuro… - Pandora miró al suelo.
-          Madre mía… ¡estás fatal! – le dijo Andara: - No voy a consentir que te pongas así, ¿vale?, nosotras siempre estaremos para lo que quieras.
-          Lo sé. – dijo Pandora y levantó la vista. Me miró directamente a mí: - ¿Algún consejo?

Sabía perfectamente que mi papel en el grupo era el de ser amiga de mis amigas, dar buenos consejos y sobretodo, ayudar. Me venía de serie, como si necesitara ayudar todo el tiempo a los demás, pero cuando me ofrecían ayuda casi nunca la aceptaba. Me sentía como si tuviera súper poderes en algunas ocasiones, algo que hacía mofarse al resto llamándome “friki”, pero no me molestaba cuando lo hacían porque en realidad, lo era.

-          ¿Un consejo? – pregunté con tono elevado y mirando a cada una de mis amigas: - Vámonos a la ciudad y olvidarnos de todo por unos instantes.
-          Totalmente de acuerdo con Rox. – dijo Andara.
-          Exacto. – dijo Aneís: - Pandora, vamos a pasarlo bien y mañana ya veremos. Hoy vas a dejar de preocuparte por todo. – se levantó y fue directa al bonsái, le rozó con las yemas de los dedos sus hojas y me pareció ver cómo el pequeño árbol se movía agradecido.
-          Un detalle así, sin importancia… - espetó Andara irónicamente: - ¡Es Halloween!, así que vamos a disfrazarnos y acudir a alguna fiesta, ¿qué os parece, chicas?
-          Creo que tengo algunos disfraces por el armario… - dijo Aneís mientras se dirigía hacia su habitación.
-          Vale, te ayudo a buscarlos. – se ofreció Andara levantándose bruscamente del sofá.

             Pandora y yo nos quedamos a solas en el salón.

-          Rox, ¿crees que esto me va a ayudar, sinceramente? – me preguntó.
-          No creo que te ayude en tu decisión, la verdad. – le dije: - Pero por lo menos te veré feliz hoy. Recuerda lo que siempre digo…
-          Disfruta de este día como si fuera el último. – Pandora terminó mi frase con una sonrisa.

Abracé a mi amiga y ella me respondió con otro abrazo. Pero pronto nos vimos interrumpidas por las demás.

-          ¿Qué hacéis? – preguntó Aneís.
-          ¡Nada! – grité mientras me secaba las lágrimas con la manga de mi camisa.
-          Hemos encontrado estos disfraces… - dijo Andara mientras los ponía encima de la mesa, extendiéndolos.

Cada cual más diferente al anterior y por supuesto cada una de nosotras eligió uno: Andara escogió el de mujer maravilla, Aneís el de enfermera, yo quise ser la bruja del grupo y por último Pandora el de hada, con alas incluidas.  Nos maquillamos y esperamos a la noche, y como de costumbre, me tocaba conducir a mí.

En el camino por la carretera secundaria y de doble sentido que comunicaba nuestro pueblo con la ciudad, puse la canción Higway to hell de AC/DC a todo volumen, y todas cantamos a pleno pulmón.

Llegamos a la ciudad, dejé el coche en un aparcamiento público y nos dirigimos hacia un bar famoso donde acostumbrábamos a ir algunos fines de semana. La mayoría de la gente iba disfrazada, lo que nos hizo sentir todavía mejor. Pedimos unas cervezas y sentí la necesidad de fumar. Había pasado mucho tiempo desde que lo dejé, pero siempre estaba ahí la tentación llamando a mi puerta; bastó con que un chico pelirrojo me ofreciera un cigarro para aceptarlo, lo encendió con su mechero, aunque en plena oscuridad no conseguí distinguir si era mechero o su propia mano la que desprendía fuego, pero le di las gracias. Me sonrió y se fue sin decirme nada más, como si supiera exactamente lo que deseaba.

-          ¿Puedo? – me preguntó Pandora.
-          Claro, pero ten cuidado. – le dije mientras le ofrecía el cigarrillo.

 Segundos después, Aneís caminaba con paso firme hacia mí, cogió el cigarrillo y lo tiró al suelo, después lo pisoteó para apagarlo.

-          Ya sabes que no es bueno para ti, Rox… ¡te lo he dicho miles de veces! – me gritó.
-     ¡Déjame hacer lo que quiera por unos instantes, Aneís! – le dije a duras penas por el volumen demasiado alto del local.

Después de casi seis años separadas, por nuestras carreras y cada una vivía en una ciudad,  nos habíamos acostumbrado a la vida sin las demás, pero cuando acabamos los estudios y volvimos al pueblo, nuestros lazos se hicieron todavía más fuertes. Sentía que la vida no sería la misma sin ellas a mi lado.

Aneís se fue al baño. Pandora y yo nos miramos y comenzamos a reír desmesuradamente la una de la otra.

-    En serio, ¿qué llevaba ese cigarro? – preguntó Andara mientras nos miraba atónita sujetando su botellín de cerveza. No pudo evitarlo y la risa la contagió.

Volví a coger el cigarro del suelo y lo puse en mis labios. Mis dos amigas vieron como estaba en un principio apagado, pero fue rozar mis labios y prendió automáticamente.

-          Rox, ¿qué has hecho? – preguntó Pandora.
-          ¡Contigo la industria de los mecheros se va a arruinar! – exclamó Andara entre risas.

En verdad no supe por qué se había encendido sólo. Simplemente deseé que así fuera y pasó sin más. Durante dos largas horas estuvimos disfrutando del ambiente hasta que Aneís lo interrumpió:

-          Chicas, estoy algo cansada, ¿nos vamos ya?
-    Está bien, pero advierto, no estoy muy en condiciones de conducir… - le dije con sinceridad.
-        ¿Ya? – Andara hizo la pregunta con voz chillona y abriendo mucho los ojos: - Pero, por favor… - Andara intentó convencer a Aneís.
-       En serio, no puedo aguantar mucho más, he ido al baño y me duele la barriga. – dijo Aneís.

Noté en sus ojos que algo no iba bien, por lo que enseguida accedí. El camino hasta mi coche estuvo lleno de risas y lágrimas que no comprendíamos, pero Aneís seguía diciendo que algo raro había en ese cigarro. Me senté en el sillín y Pandora en el de copiloto, mientras las otras dos lo hicieron en los asientos traseros. El coche negro que me regaló mi padre por mi cumpleaños ya contaba con unos cuantos kilómetros, pero era un placer poder llevar a mis amigas de allá para acá.

-          Rox, ¡nunca me había reído tanto! – dijo Andara.
-          ¡Ni yo! – se apresuró a decir Aneís.
-      No me encuentro muy bien. – dijo de repente Pandora. La miré y estaba tocándose el vientre. Su cara estaba pálida.
-          ¿Tú también? – le pregunté, pero me miró con cara de circunstancias: - ¿Puedes aguantar diez minutos? – le volví a preguntar, pero no hubo respuesta.
-          ¿Es contagioso? Porque yo estoy sintiendo algo… - dijo Andara.

Estaba comenzando a desesperarme, aumentando de velocidad y sobrepasando la permitida para llegar cuanto antes a casa, pero algo nos sorprendió por el camino. Dos enormes ojos brillaron delante de nosotras.

-          ¿Qué es eso? – preguntó Andara señalando al frente.

No hubo tiempo de reacción, porque el ser apareció ante nosotras a unos diez metros. Era un animal de grandes proporciones que conseguía sostenerse a dos patas. De aspecto similar a un carnero del tamaño de una persona adulta, con cuernos y pezuñas. Sus brazos eran completamente humanos, pero poseía unas garras largas como si fuera un oso. Pensé en el demonio, y eso me hizo pisar el freno a fondo. 

Todas gritaron de miedo y Pandora hizo un ademán con sus manos, de las cuales salieron unos fuertes remolinos de viento que atravesaron la luna delantera del coche y chocaron contra el suelo e hizo elevar el vehículo por encima de ese ser, dar unas cuantas vueltas de campana en el asfalto y terminar chocando contra un árbol. Quedamos en silencio y no pude escuchar mucho más hasta quedarme inconsciente.

Abrí los ojos con la única sensación de dolor en mis piernas. Me apresuré a incorporarme y me di cuenta de que estaba tendida en medio de la hierba. Aún era de noche, pero por el color del cielo, estaba amaneciendo. Eché un vistazo rápido a mi alrededor buscando a mis amigas, pero no había nadie. Comencé a hiperventilar y pensar: ¿cómo es posible que no estén ni siquiera a veinte metros de mí?, entonces grité.

-          ¡Aneís! – hice una pausa: - ¡Pandora! – volví a hacer una pausa: - ¡Andara!

Me pasé media hora gritando sus nombres al aire, corriendo entre los árboles y la espesura del bosque, todavía disfrazada de Halloween. La ansiedad se apoderó de mí por un momento y caí de rodillas al suelo, apoyando las palmas de mis manos para no perder el equilibrio. Lloré con tanta fuerza que una marabunta oscura corrió en todas direcciones: ardillas, liebres y demás alimañas se alejaron de aquel lugar. Levanté la mirada, justo en frente de mí se hallaba una figura encapuchada y del susto caí hacia atrás.

-          ¿Quién eres? – le pregunté a la figura.
-          Ven conmigo, Rox. – respondió una voz masculina. Entonces me fijé mejor en esa figura. Se trataba de un hombre con los cabellos tan largos que le llegaban a la cintura, plateados y ondulados como las crines de un caballo, pero no conseguía verle el rostro: - Tus amigas te buscan.
-    ¿Dónde están? – me apresuré a preguntarle mientras me incorporaba. Pero contestó, simplemente me indicó con el dedo la dirección en la que deberíamos ir.
-          Pero antes de nada…- el hombre me paró en seco sujetándome por el hombro: - Tenemos que cambiar tu aspecto o no podrás entrar en la dimensión.

Conjuró algo en un idioma que nunca había escuchado antes, ni siquiera era latín o griego antiguos, y levantó una nube de polvo desde mis pies e iba ascendiendo hacia mi rostro. En pocos segundos me vi envuelta en un pequeño tornado turbio de arena y ramas que cesó bruscamente cuando llegó al extremo de mi cabeza. Mi apariencia había cambiado, llevaba un vestido y túnica con capucha de color rojo. El hombre colocó la capucha sobre mi cabeza y se puso delante de mí, guiándome en el camino.

Anduvimos por el bosque hasta que llegamos a una claro donde se encontraban unos cuantos montones de piedras colocados estratégicamente. El hombre comenzó a mover los brazos en círculos y de sus manos salieron remolinos, de viento, lo que me recordó a Pandora. De pronto, una luz amarillenta salió del centro de esos remolinos y se quedaron paralizados a unos pocos metros del suelo; el aspecto ahora se asemejaba a un gran espejo de pie que emitía luz propia. Por instinto lo toqué y mi mano desapareció en su interior, sorprendida y asustada quité la mano, pero me volví a aventurar y metí todo el brazo. Algo tiró de él y me introduje entera por ese espejo. 

Mi estómago se vio resentido por el viaje a otra dimensión y sentí unas náuseas muy intensas. Me di cuenta de que había llegado al otro lado, y me encontraba agachada mirando al suelo así que levanté la vista para ver quién había tirado de mí. Ahí estaba Andara, con la misma indumentaria que la mía pero de color azul turquesa, sosteniendo mi mano sonriente.

-          Creíamos que nunca vendrías… - dijo ayudándome a levantarme.
-          ¿Dónde estamos? – le pregunté mientras me incorporaba.
-          En otro “plano” por así decirlo – me contestó y me abrazó con todas sus fuerzas, por lo que le respondí haciendo el mismo gesto.
-          ¿Qué era ese ser de la carretera? – le volví a preguntar entre susurros.
-          El Rey Brujo. – dijo el hombre. Su voz me sobresaltó y me separé del abrazo fraternal que estaba sucediendo con Andara: - Es un ser malvado, es mitad carnero y mitad humano, como bien pudisteis ver anoche…
-          ¿Quién eres? – le dije dando dos pasos hacia atrás.
-        Mi nombre es Nathael, y soy Brujo. – el hombre se quitó la capucha. De rostro parecía anciano, con su cabellera plateada que le llegaba hasta la cintura, pero su cuerpo estaba ágil. Tendría unos sesenta años a nuestros ojos.
-     ¿Qué hacemos aquí? – me apresuré a decirle. Nathael avanzaba elevándose del suelo, levitando. Atemorizada, vi cómo aterrizaba a pocos centímetros de mí.
-          Sois las elegidas para derrotar al Rey Brujo. Este Reino necesita a los cuatro elementos de la Naturaleza vivos y unidos. – Nathael nos tocó el hombro a ambas y nos guió usando un poco de fuerza para que camináramos.

Finalmente, dejamos atrás los innumerables árboles y llegamos a una fortaleza situada en lo alto de la colina. El camino pasó de estar embarrado a ser una vía muy bien empedrada. Al llegar a los pies de la fortaleza nos detuvimos y pude observarla bien: tenía una gran torre central rodeada de dos torres más pequeñas, un río que conducía a un lago obstaculizaba nuestra entrada por lo que apareció ante nosotros un puente elevadizo dejando una estela de polvo tras de sí.

-          ¿Hemos llegado ya? – le pregunté a Nathael.
-       Sí. – me contestó y seguidamente chasqueó sus dedos. Su túnica oscura cambió a un dorado intenso, lo que le daba un aspecto de majestuosidad.
-          ¿Cómo ha…? - dejé la pregunta sin terminar porque el hombre me interrumpió.
-        Soy el regente de esta fortaleza. Pronto te podrás reunir con tus amigas… - me indicó a que pasara delante de él por el puente, y así lo hice. Me giré y vi a Andara mirándome por lo que me apresuré a darle la mano y ésta me respondió con un fuerte apretón.
-          Aquí podrás aprender todo lo relacionado con la magia y los elementos de la Naturaleza. – dijo Andara mientras cruzábamos el puente elevadizo.
-       Pero, ¡no sé nada de magia!, ¡no sé qué hacemos aquí nosotras! – me apresuré a decirle. Paramos en seco. Ya estábamos ante el gran portal de la fortaleza.
-      Estáis aquí porque tenéis un don, pero todavía no habéis aprendido cómo usarlo. – dijo Nathael mientras abría un portal con una llave de grandes proporciones. Entró a la fortaleza y le seguimos.
-          ¿¡Rox!? – gritó una voz desde mis espaldas. Me giré y la vi.
-       ¡Pandora! – emocionada corrí a abrazarla. Llevaba puesta la misma vestimenta que Andara y yo, pero de un violeta intenso.
-          ¿Y Aneís? – le pregunté a mis amigas.
-          Está con la sanadora, yo acabo de salir del tratamiento y ¡estoy mucho mejor! – respondió Pandora: - Pero ella…bueno, tienes que verla, Rox.

Cada una me tomó de un brazo y me guiaron por los oscuros pasillos de la fortaleza iluminados únicamente por grandes antorchas que llegaban hasta el suelo hasta que nos encontramos ante un gran atrio con el techo descubierto y los rayos del Sol incidían de tal forma que tuve que entrecerrar los ojos.

En el centro del atrio se disponía un altar de piedra y tumbada sobre él estaba Aneís, con una indumentaria de color verde muy llamativo, reposando su espalda y con los ojos cerrados. Parecía muerta pero veía su pecho ascender y descender y eso significaba que por lo menos estaba respirando. De pronto, una mujer joven, de unos treinta años, salió a su encuentro por una de las puertas que rodeaba el atrio y llevaba consigo un cuenco con líquido en su interior. Se acercó a Aneís y le ungió la frente con ese líquido de color oscuro, después lo dejó en el suelo y extendió sus brazos hacia el cielo. Justo después nos miró directamente.

Me asusté por unos instantes, pero la mujer pronto desvió su cabeza hacia arriba. Pronunció algo en otro idioma, algo que parecía un hechizo. De pronto un rayo de luz tan intenso como una estrella rebotó en su cuerpo y fue a parar al de Aneís.

-        ¿Pero qué hace? ¡La va a matar! – exclamé a pleno pulmón acercándome al balcón que nos separaba de nuestra amiga.
-          Tranquila, Rox. – me dijo Andara con voz serena: - Fíjate bien, la está curando.

Entonces observé más detenidamente a mi amiga Aneís. Su mano y brazo derechos estaban cubiertos por una capa de corteza de árbol hasta la parte del antebrazo, como si fuera un tronco. Abrió los ojos y giró su rostro para encontrarse con nuestras miradas y pude ver que de igual forma, su parte derecha del rostro también estaba cubierta por esa corteza. La luz cesó y la sanadora se quedó inmóvil, mirando a nuestra amiga. Aneís pronto se incorporó y caminó por sus propios pies, pero el aspecto de árbol no se le había ido. La sanadora la siguió y las dos desaparecieron por la misma puerta que anteriormente había entrado la mujer.

-          ¿Por qué cada una llevamos un color distinto? – les pregunté a mis amigas.
-          Ven, ¡te lo enseñaremos! – dijo Pandora mientras me agarraba de un brazo.

Andara me agarró del otro brazo y ambas me encaminaron por el vestíbulo de la fortaleza hacia unas escaleras de caracol, tenía la sensación de estar subiendo una altura de siete pisos. Una vez arriba, un gran salón se abría ante nosotras. Entramos y me llamó la atención un cuadro colgado de la pared. Nathael tenía un aspecto mucho más joven y junto a él se disponían una mujer que parecía ser su esposa, dos niños pequeños gemelos y una niña adolescente. La niña me recordó a la sanadora, por lo que ahora todo encajaba. Aquella fortaleza pertenecía a esa familia, pero ¿qué había pasado realmente?

-          ¿Tenemos poderes, de verdad? – pregunté excitada.
-          ¿No es increíble? – dijo Andara.
-          No. – contesté cortante: - Esto no me cuadra para nada.

               Nathael apareció delante de nosotras tras una nube de humo.

-       Bienvenida, Rox. Como bien te has dado cuenta, esta fortaleza pertenece a mi familia desde hace siglos, somos de sangre noble por así decirlo. Pero hace veinte años el Rey Brujo se llevó a uno de mis hijos pequeños… – comenzó a explicar Nathael: - Ya has conocido a mi hija, Lis, la sanadora.

Lis, la sanadora, entró en el salón. Nos giramos y pude verla con mejor claridad. Llevaba una túnica dorada, igual que Nathael. Su aspecto apenas había cambiado del que tenía en el cuadro de la familia: sus largos cabellos oscuros recogidos en un peinado trenzado por delante y suelto por detrás, sus ojos azules como el cielo…

Aneís caminaba detrás de ella. Mi amiga tenía peor aspecto, desde luego; tanto su brazo como la mitad de su rostro tenían aspecto de tronco de árbol, pero me sonrió y se acercó a mí. Me abrazó y pude notar la rugosidad de su nueva piel.

-          ¿Qué te ha pasado, Aneís? – le susurré.
-        Ahora te lo cuento. – me contestó y se separó de mí. Las cuatro nos pusimos frente a frente con Natahel y Lis.
-         Cada color significa un elemento: verde para la tierra, - Lis señaló a Aneís: - Azul para el agua, - señaló a Andara: - Violeta para el viento, - lo mismo hizo con Pandora: - Y rojo… - explicó, pero la interrumpí.
-          Para el fuego. – dije. Nathael asintió.
-         Necesitamos a cuatro miembros tan unidos que sean capaces de destruir al Rey Brujo que está sumiendo nuestro mundo en la oscuridad. – explicó Natahel.
-          Un miembro de cada elemento. – dijo Pandora mientras me miraba.
-          Exacto. – incidió Aneís.
-         Vosotras tenéis una conexión que jamás se había dado hasta ahora…- explicó Nathael: - El Rey Brujo es un ser oscuro, vino aquí arrasando la aldea que yo y mi familia siempre ha gobernado… Se llevó al mayor de los gemelos, el que primero nació y por tanto mi heredero. – Notaba cierta tensión en sus palabras: - Mi otro hijo desarrolló los poderes de los cuatro elementos y yo le enseñé a utilizarlos para el bien, pero un solo brujo no es capaz de resistir tal poder sin sentir arrogancia y querer más y más, por lo que se necesita a una persona para soportar un elemento… es la única forma de derrotarle y rescatar a mi hijo…
-          ¿Qué pasó con el segundo varón, el que había desarrollado los poderes?, porque no lo veo por aquí. – le dije a Nathael.
-          Mi hermano más pequeño se aventuró a ir en busca del Rey Brujo y dar venganza, pero hace cinco años que partió y nunca regresó. – explicó Lis y bajó la vista dichas estas palabras.
-          Ahora aprenderéis a contener vuestra magia, a dosificarla y a dominar el elemento que la Naturaleza os ha asignado. – dijo Nathael: - De esta forma, podéis ir a vuestros respectivos aposentos. – el hombre extendió su brazo señalando a la puerta, haciendo que todas nos girásemos sin apenas notar el movimiento y comenzamos a caminar hacia la salida.

Supuse que tendría que aceptar que nuestras vidas habían cambiado, nuestra unión como amigas se había fortalecido con los años, pero ahora tendría que fortalecerse aún más. Comprendí que llegamos a aquel lugar por arte de magia, porque nos necesitaban, porque nosotras éramos especiales.

 Mientras andábamos por aquella fortaleza, mis amigas me explicaron los lugares más destacados: la torre del viento, la más alta de las torres pequeñas, ahí viviría y recibiría las clases de magia Pandora. Después de bajar de la torre, subimos a la siguiente, la de la Biblioteca, la torre de menor tamaño. Salimos por un pasadizo secreto situado en una de las estanterías y aparecimos en el gran caserón del agua situado a orillas del lago, donde obviamente Andara residiría. Pasada media hora volvimos caminando de nuevo al interior de la fortaleza y bajamos al atrio central, compuesto por grandes árboles, plantas y puertas que lo rodeaban en forma cuadrangular donde residía el miembro del elemento tierra, Aneís, y donde había visto anteriormente a Lis sanando sus heridas; y finalmente bajamos unos tres pisos por una escalera de caracol situada cerca del gran salón hasta llegar a  la cueva del dragón, túneles y cuevas de piedra resistente al fuego…ahí sería donde viviría a partir de ahora.

Todas se despidieron de mí y cada una se fue en una dirección diferente.

Al llegar al final del túnel, un gran portal de piedra me obstaculizaba la entrada. No sabía qué hacer, miré hacia atrás y no había nadie, volví la mirada a la puerta y allí había un chico pelirrojo, muy parecido al que vi en el bar la noche anterior, más o menos de mi edad y vestía el mismo color que yo.

-          Bienvenida, Rox, hermana del fuego. Me llamo Nicodemus, y soy tu ayudante. – el chico se giró y expulsó una llamarada de sus manos hacia el cerrojo de la puerta. Se abrió al recibir el contacto directo con el fuego y pude ver su interior. Una habitación de dimensiones amplias, con una gran cama a un lado. Sin ventanas, adornando las paredes había estanterías repletas de libros y un escritorio al fondo. La luz que alumbraba la estancia se debía a las numerosas antorchas que colgaban de las paredes.
-       Tendrás que canalizar el fuego. Todas las mañanas te reunirás conmigo en el pasillo. Desde este lugar partiremos hacia el interior de la colina, donde disponemos de cuevas seguras para poner en práctica tus poderes.
-         Me encuentro un poco mal… - le comenté entre susurros.
-        Yo tengo veinticinco años, y no he podido ayudar a Nathael, si te sirve de consuelo. – me dijo: - Nosotros éramos un grupo de cuatro amigos con un lazo de amistad grandísimo, por lo que también nos transportaron hace cinco años a esta dimensión. Vivíamos en una gran ciudad, créeme. – me miró con tristeza: - Se nos convocó y aquí estamos, pero no somos demasiado fuertes como para derrotar al Rey Brujo, así que pedimos ayuda y aquí estáis vosotras… - dicho esto caminó hacia una estantería y sacó un libro grueso.
-          ¿Eráis amigos como nosotras? – le pregunté.
-       Sí, pero ahora somos más que eso, somos hermanos. – me contestó mientras pasaba las páginas.
-       Todos chicos, ¿no? – le pregunté con curiosidad y noté cómo me avergonzaban mis propias palabras.
-          Sí, ¿por? – dijo Nicodemus y levantó la vista mirándome.
-         No, nada… - le contesté mirando para otro lado. 

¿Cómo era tan estúpida de preguntar eso? ¿Acaso no soy suficientemente mayor como para andar con estas tonterías?

La cama tenía un aspecto comodísimo y me estaban entrando unas ganas tremendas de tumbarme y despertar en mi casa, deseando que aquello fuera un simple sueño, pero Nicodemus irrumpió en mis pensamientos.

-          Bien, Rox. Lee de las páginas cincuenta a setenta esta noche y mañana comenzaremos las clases para aprender a usar tu poder.
-          De acuerdo. – le dije. Me pasó el libro para que le echara un vistazo rápido y ¡sorpresa!, la letra era minúscula, casi imposible de leer: - ¡Mierda!, no tengo las gafas… - susurré entrecerrando los ojos.
-          ¿Has dicho algo? – preguntó Nicodemus desde la puerta.
-      ¡No!, no te preocupes. – le dije. ¡Maldita miopía!…: - Mañana nos vemos. – concluí y Nicodemus cerró la puerta tras de sí.


Estaba deseando ver a mis amigas para comprobar si estaban bien, si habían descansado e incluso si se sentían tan mal como yo. No comprendía el porqué de mi malestar, pero tendría que acostumbrarme a esa sensación de estar a punto de vomitar todo el tiempo, por lo menos hasta que aprenda a utilizar el poder del fuego. 

1 comentario:

  1. Esperando el libro me ha dejado el relato, deseando conocer como avanza la relación de las cuatro amigas y si serán suficientemente fuertes. Gracias!!

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