La vida en un pueblo
siempre es mucho más tranquila que en una ciudad, la gente no está tan
deshumanizada y no existe mucho nivel de competitividad.
A pesar de ser la mayor
del grupo de amigas, aunque sólo les sacaba un año, parecíamos de edad
semejante, unos veintitrés años, por lo que era mucho más fácil nuestra
relación. La mayor parte del tiempo me sentía acomplejada por mi estatura, alta
para ser mujer y más con mis amigas, las cuales eran un poco más bajitas. Nos
gustaban las mismas cosas, ir a los mismos sitios y hablar de los mismos temas,
en definitiva, teníamos la relación de amistad que todo el mundo deseaba. Era
como si ya estuviésemos predestinadas a encontrarnos.
Como todos los sábados
por la mañana, nos reuníamos en casa de Aneís, una chica bajita, morena y con
una sonrisa siempre puesta. Hablaba dos idiomas: español y portugués, además de
haber aprendido inglés durante sus años de estudios secundarios y
universitarios. Le encantaban los viajes, pero también le gustaba divertirse. Tenía
el pasillo y la entrada de la casa llena de plantas: helechos colgados de la
pared, bambú en un jarrón, lavanda, rosas… e incluso tenía un bonsái en el
salón. Era una verdadera amante de las plantas.
-
Chicas,
¿cómo ha ido la semana? – preguntó Aneís conforme desfilábamos por el pasillo.
-
¡Pues
he encontrado trabajo! – exclamé. Me hacía tanta ilusión poder trabajar en la
tienda de cómics que no podía aguantarme más.
-
¡Me
alegro un montón, Rox! – me dijo Aneís mientras me abrazaba: - ¿En la tienda de
cómics, no? – me preguntó mientras sonreía.
-
Así
es. Además, podéis venir a verme cuando queráis. – les dije al resto.
Aneís nos dirigió hacia
la cocina, donde preparaba un guiso. Abrió el grifo y dejó el agua caer. Pasado
un buen rato el grifo seguía abierto mientras ella cortaba una cebolla, por lo
que Andara se apresuró a cerrarlo.
-
¿Estás
loca? – le preguntó Andara: - No malgastes así el agua, ¡copón! – aún tenía la
mano puesta en el grifo cuando éste comenzó a hacer ruidos extraños. Apartó la
mano y los ruidos cesaron.
Andara era la deportista
del grupo. Practicaba baloncesto, pero a ninguna más nos atraía, por lo que
solía quedar con otras pandillas en el parque a jugar algún partido. Estaba muy
preocupada por el ahorro del agua, del medio ambiente y la contaminación, pero
también compartía conmigo la afición a los cómics. Era de esas chicas que
prefería un día lluvioso y frío a un día de verano caluroso y seco. En una
ocasión, nos hizo un truco con dos vasos transparentes, uno lleno hasta la
mitad de agua y el otro vacío, y sin saber cómo, el líquido pasó de un vaso a
otro convirtiéndose en cerveza, algo que nos encantó.
-
Que
cosa más rara le pasa al grifo ¿no? A lo mejor tiene cal…– preguntó Pandora y
se hizo el silencio durante unos pocos segundos: - Bueno chicas, tengo algo que
contaros, así que vamos al salón.
Pandora era la popular
del grupo, conocía a todo el mundo y enseguida sacaba tema de conversación.
Durante mucho tiempo llevó el pelo largo, pero hacía relativamente poco se lo
cortó en un estilo que se podía denominar garçon,
y además le quedaba muy bien. Era muy fan de los zapatos, botas y botines, por
lo que cada día y vistiendo conjuntadamente con sus bolsos, se ponía unos u
otros, siempre muy adecuada para la ocasión.
-
Bueno,
di. Me estoy impacientando…- comenzó a decir Aneís.
-
No
sé por dónde empezar. – dijo Pandora.
-
Pues
empieza por decirnos porqué tienes esa cara. – le dije mientras nos sentábamos
en el sofá.
-
Chicas,
estoy desesperada, no sé qué me deparará el futuro… - Pandora miró al suelo.
-
Madre
mía… ¡estás fatal! – le dijo Andara: - No voy a consentir que te pongas así,
¿vale?, nosotras siempre estaremos para lo que quieras.
-
Lo
sé. – dijo Pandora y levantó la vista. Me miró directamente a mí: - ¿Algún
consejo?
Sabía perfectamente que
mi papel en el grupo era el de ser amiga de mis amigas, dar buenos consejos y
sobretodo, ayudar. Me venía de serie, como si necesitara ayudar todo el tiempo
a los demás, pero cuando me ofrecían ayuda casi nunca la aceptaba. Me sentía
como si tuviera súper poderes en algunas ocasiones, algo que hacía mofarse al
resto llamándome “friki”, pero no me molestaba cuando lo hacían porque en
realidad, lo era.
-
¿Un
consejo? – pregunté con tono elevado y mirando a cada una de mis amigas: - Vámonos
a la ciudad y olvidarnos de todo por unos instantes.
-
Totalmente
de acuerdo con Rox. – dijo Andara.
-
Exacto.
– dijo Aneís: - Pandora, vamos a pasarlo bien y mañana ya veremos. Hoy vas a
dejar de preocuparte por todo. – se levantó y fue directa al bonsái, le rozó
con las yemas de los dedos sus hojas y me pareció ver cómo el pequeño árbol se
movía agradecido.
-
Un
detalle así, sin importancia… - espetó Andara irónicamente: - ¡Es Halloween!,
así que vamos a disfrazarnos y acudir a alguna fiesta, ¿qué os parece, chicas?
-
Creo
que tengo algunos disfraces por el armario… - dijo Aneís mientras se dirigía
hacia su habitación.
-
Vale,
te ayudo a buscarlos. – se ofreció Andara levantándose bruscamente del sofá.
Pandora y yo nos quedamos a solas en
el salón.
-
Rox,
¿crees que esto me va a ayudar, sinceramente? – me preguntó.
-
No
creo que te ayude en tu decisión, la verdad. – le dije: - Pero por lo menos te
veré feliz hoy. Recuerda lo que siempre digo…
-
Disfruta
de este día como si fuera el último. – Pandora terminó mi frase con una
sonrisa.
Abracé a mi amiga y ella
me respondió con otro abrazo. Pero pronto nos vimos interrumpidas por las
demás.
-
¿Qué
hacéis? – preguntó Aneís.
-
¡Nada!
– grité mientras me secaba las lágrimas con la manga de mi camisa.
-
Hemos
encontrado estos disfraces… - dijo Andara mientras los ponía encima de la mesa,
extendiéndolos.
Cada cual más diferente
al anterior y por supuesto cada una de nosotras eligió uno: Andara escogió el
de mujer maravilla, Aneís el de enfermera, yo quise ser la bruja del grupo y
por último Pandora el de hada, con alas incluidas. Nos maquillamos y esperamos a la noche, y
como de costumbre, me tocaba conducir a mí.
En el camino por la
carretera secundaria y de doble sentido que comunicaba nuestro pueblo con la
ciudad, puse la canción Higway to hell de AC/DC a todo volumen, y todas cantamos a pleno pulmón.
Llegamos a la ciudad, dejé el coche en un aparcamiento público y nos dirigimos hacia un bar famoso donde
acostumbrábamos a ir algunos fines de semana. La mayoría de la gente iba
disfrazada, lo que nos hizo sentir todavía mejor. Pedimos unas cervezas y sentí
la necesidad de fumar. Había pasado mucho tiempo desde que lo dejé, pero
siempre estaba ahí la tentación llamando a mi puerta; bastó con que un chico pelirrojo
me ofreciera un cigarro para aceptarlo, lo encendió con su mechero, aunque en
plena oscuridad no conseguí distinguir si era mechero o su propia mano la que
desprendía fuego, pero le di las gracias. Me sonrió y se fue sin decirme nada
más, como si supiera exactamente lo que deseaba.
-
¿Puedo?
– me preguntó Pandora.
-
Claro,
pero ten cuidado. – le dije mientras le ofrecía el cigarrillo.
Segundos después, Aneís caminaba con paso
firme hacia mí, cogió el cigarrillo y lo tiró al suelo, después lo pisoteó para
apagarlo.
-
Ya
sabes que no es bueno para ti, Rox… ¡te lo he dicho miles de veces! – me gritó.
- ¡Déjame
hacer lo que quiera por unos instantes, Aneís! – le dije a duras penas por el
volumen demasiado alto del local.
Después de casi seis años
separadas, por nuestras carreras y cada una vivía en una ciudad, nos habíamos acostumbrado a la vida sin las
demás, pero cuando acabamos los estudios y volvimos al pueblo, nuestros lazos
se hicieron todavía más fuertes. Sentía que la vida no sería la misma sin ellas
a mi lado.
Aneís se fue al baño.
Pandora y yo nos miramos y comenzamos a reír desmesuradamente la una de la
otra.
- En
serio, ¿qué llevaba ese cigarro? – preguntó Andara mientras nos miraba atónita
sujetando su botellín de cerveza. No pudo evitarlo y la risa la contagió.
Volví a coger el cigarro del
suelo y lo puse en mis labios. Mis dos amigas vieron como estaba en un
principio apagado, pero fue rozar mis labios y prendió automáticamente.
-
Rox,
¿qué has hecho? – preguntó Pandora.
-
¡Contigo
la industria de los mecheros se va a arruinar! – exclamó Andara entre risas.
En verdad no supe por qué
se había encendido sólo. Simplemente deseé que así fuera y pasó sin más.
Durante dos largas horas estuvimos disfrutando del ambiente hasta que Aneís lo
interrumpió:
-
Chicas,
estoy algo cansada, ¿nos vamos ya?
- Está
bien, pero advierto, no estoy muy en condiciones de conducir… - le dije con
sinceridad.
- ¿Ya?
– Andara hizo la pregunta con voz chillona y abriendo mucho los ojos: - Pero,
por favor… - Andara intentó convencer a Aneís.
- En
serio, no puedo aguantar mucho más, he ido al baño y me duele la barriga. –
dijo Aneís.
Noté en sus ojos que algo
no iba bien, por lo que enseguida accedí. El camino hasta mi coche estuvo lleno
de risas y lágrimas que no comprendíamos, pero Aneís seguía diciendo que algo
raro había en ese cigarro. Me senté en el sillín y Pandora en el de copiloto,
mientras las otras dos lo hicieron en los asientos traseros. El coche negro que
me regaló mi padre por mi cumpleaños ya contaba con unos cuantos kilómetros,
pero era un placer poder llevar a mis amigas de allá para acá.
-
Rox,
¡nunca me había reído tanto! – dijo Andara.
-
¡Ni
yo! – se apresuró a decir Aneís.
- No
me encuentro muy bien. – dijo de repente Pandora. La miré y estaba tocándose el
vientre. Su cara estaba pálida.
-
¿Tú
también? – le pregunté, pero me miró con cara de circunstancias: - ¿Puedes aguantar
diez minutos? – le volví a preguntar, pero no hubo respuesta.
-
¿Es
contagioso? Porque yo estoy sintiendo algo… - dijo Andara.
Estaba comenzando a
desesperarme, aumentando de velocidad y sobrepasando la permitida para llegar
cuanto antes a casa, pero algo nos sorprendió por el camino. Dos enormes ojos
brillaron delante de nosotras.
-
¿Qué
es eso? – preguntó Andara señalando al frente.
No hubo tiempo de
reacción, porque el ser apareció ante nosotras a unos diez metros. Era un
animal de grandes proporciones que conseguía sostenerse a dos patas. De aspecto
similar a un carnero del tamaño de una persona adulta, con cuernos y pezuñas.
Sus brazos eran completamente humanos, pero poseía unas garras largas como si
fuera un oso. Pensé en el demonio, y eso me hizo pisar el freno a fondo.
Todas
gritaron de miedo y Pandora hizo un ademán con sus manos, de las cuales salieron
unos fuertes remolinos de viento que atravesaron la luna delantera del coche y
chocaron contra el suelo e hizo elevar el vehículo por encima de ese ser, dar
unas cuantas vueltas de campana en el asfalto y terminar chocando contra un
árbol. Quedamos en silencio y no pude escuchar mucho más hasta quedarme
inconsciente.
Abrí los ojos con la
única sensación de dolor en mis piernas. Me apresuré a incorporarme y me di
cuenta de que estaba tendida en medio de la hierba. Aún era de noche, pero por
el color del cielo, estaba amaneciendo. Eché un vistazo rápido a mi alrededor
buscando a mis amigas, pero no había nadie. Comencé a hiperventilar y pensar:
¿cómo es posible que no estén ni siquiera a veinte metros de mí?, entonces
grité.
-
¡Aneís!
– hice una pausa: - ¡Pandora! – volví a hacer una pausa: - ¡Andara!
Me pasé media hora
gritando sus nombres al aire, corriendo entre los árboles y la espesura del bosque,
todavía disfrazada de Halloween. La ansiedad se apoderó de mí por un momento y
caí de rodillas al suelo, apoyando las palmas de mis manos para no perder el
equilibrio. Lloré con tanta fuerza que una marabunta oscura corrió en todas
direcciones: ardillas, liebres y demás alimañas se alejaron de aquel lugar.
Levanté la mirada, justo en frente de mí se hallaba una figura encapuchada y
del susto caí hacia atrás.
-
¿Quién
eres? – le pregunté a la figura.
-
Ven
conmigo, Rox. – respondió una voz masculina. Entonces me fijé mejor en esa
figura. Se trataba de un hombre con los cabellos tan largos que le llegaban a
la cintura, plateados y ondulados como las crines de un caballo, pero no
conseguía verle el rostro: - Tus amigas te buscan.
- ¿Dónde
están? – me apresuré a preguntarle mientras me incorporaba. Pero contestó,
simplemente me indicó con el dedo la dirección en la que deberíamos ir.
-
Pero
antes de nada…- el hombre me paró en seco sujetándome por el hombro: - Tenemos
que cambiar tu aspecto o no podrás entrar en la dimensión.
Conjuró algo en un idioma
que nunca había escuchado antes, ni siquiera era latín o griego antiguos, y
levantó una nube de polvo desde mis pies e iba ascendiendo hacia mi rostro. En
pocos segundos me vi envuelta en un pequeño tornado turbio de arena y ramas que
cesó bruscamente cuando llegó al extremo de mi cabeza. Mi apariencia había
cambiado, llevaba un vestido y túnica con capucha de color rojo. El hombre colocó
la capucha sobre mi cabeza y se puso delante de mí, guiándome en el camino.
Anduvimos por el bosque
hasta que llegamos a una claro donde se encontraban unos cuantos montones de
piedras colocados estratégicamente. El hombre comenzó a mover los brazos en
círculos y de sus manos salieron remolinos, de viento, lo que me recordó a
Pandora. De pronto, una luz amarillenta salió del centro de esos remolinos y se
quedaron paralizados a unos pocos metros del suelo; el aspecto ahora se
asemejaba a un gran espejo de pie que emitía luz propia. Por instinto lo toqué
y mi mano desapareció en su interior, sorprendida y asustada quité la mano,
pero me volví a aventurar y metí todo el brazo. Algo tiró de él y me introduje
entera por ese espejo.
Mi estómago se vio resentido por el viaje a otra
dimensión y sentí unas náuseas muy intensas. Me di cuenta de que había llegado
al otro lado, y me encontraba agachada mirando al suelo así que levanté la
vista para ver quién había tirado de mí. Ahí estaba Andara, con la misma
indumentaria que la mía pero de color azul turquesa, sosteniendo mi mano sonriente.
-
Creíamos
que nunca vendrías… - dijo ayudándome a levantarme.
-
¿Dónde
estamos? – le pregunté mientras me incorporaba.
-
En
otro “plano” por así decirlo – me contestó y me abrazó con todas sus fuerzas,
por lo que le respondí haciendo el mismo gesto.
-
¿Qué
era ese ser de la carretera? – le volví a preguntar entre susurros.
-
El
Rey Brujo. – dijo el hombre. Su voz me sobresaltó y me separé del abrazo
fraternal que estaba sucediendo con Andara: - Es un ser malvado, es mitad
carnero y mitad humano, como bien pudisteis ver anoche…
-
¿Quién
eres? – le dije dando dos pasos hacia atrás.
- Mi
nombre es Nathael, y soy Brujo. – el hombre se quitó la capucha. De rostro
parecía anciano, con su cabellera plateada que le llegaba hasta la cintura,
pero su cuerpo estaba ágil. Tendría unos sesenta años a nuestros ojos.
- ¿Qué
hacemos aquí? – me apresuré a decirle. Nathael avanzaba elevándose del suelo,
levitando. Atemorizada, vi cómo aterrizaba a pocos centímetros de mí.
-
Sois
las elegidas para derrotar al Rey Brujo. Este Reino necesita a los cuatro
elementos de la Naturaleza vivos y unidos. – Nathael nos tocó el hombro a ambas
y nos guió usando un poco de fuerza para que camináramos.
Finalmente, dejamos atrás
los innumerables árboles y llegamos a una fortaleza situada en lo alto de la
colina. El camino pasó de estar embarrado a ser una vía muy bien empedrada. Al
llegar a los pies de la fortaleza nos detuvimos y pude observarla bien: tenía
una gran torre central rodeada de dos torres más pequeñas, un río que conducía
a un lago obstaculizaba nuestra entrada por lo que apareció ante nosotros un
puente elevadizo dejando una estela de polvo tras de sí.
-
¿Hemos
llegado ya? – le pregunté a Nathael.
- Sí.
– me contestó y seguidamente chasqueó sus dedos. Su túnica oscura cambió a un
dorado intenso, lo que le daba un aspecto de majestuosidad.
-
¿Cómo
ha…? - dejé la pregunta sin terminar porque el hombre me interrumpió.
- Soy
el regente de esta fortaleza. Pronto te podrás reunir con tus amigas… - me
indicó a que pasara delante de él por el puente, y así lo hice. Me giré y vi a
Andara mirándome por lo que me apresuré a darle la mano y ésta me respondió con
un fuerte apretón.
-
Aquí
podrás aprender todo lo relacionado con la magia y los elementos de la
Naturaleza. – dijo Andara mientras cruzábamos el puente elevadizo.
- Pero,
¡no sé nada de magia!, ¡no sé qué hacemos aquí nosotras! – me apresuré a
decirle. Paramos en seco. Ya estábamos ante el gran portal de la fortaleza.
- Estáis
aquí porque tenéis un don, pero todavía no habéis aprendido cómo usarlo. – dijo
Nathael mientras abría un portal con una llave de grandes proporciones. Entró a
la fortaleza y le seguimos.
-
¿¡Rox!?
– gritó una voz desde mis espaldas. Me giré y la vi.
- ¡Pandora!
– emocionada corrí a abrazarla. Llevaba puesta la misma vestimenta que Andara y
yo, pero de un violeta intenso.
-
¿Y
Aneís? – le pregunté a mis amigas.
-
Está
con la sanadora, yo acabo de salir del tratamiento y ¡estoy mucho mejor! –
respondió Pandora: - Pero ella…bueno, tienes que verla, Rox.
Cada una me tomó de un
brazo y me guiaron por los oscuros pasillos de la fortaleza iluminados
únicamente por grandes antorchas que llegaban hasta el suelo hasta que nos
encontramos ante un gran atrio con el techo descubierto y los rayos del Sol
incidían de tal forma que tuve que entrecerrar los ojos.
En el centro del atrio se
disponía un altar de piedra y tumbada sobre él estaba Aneís, con una indumentaria
de color verde muy llamativo, reposando su espalda y con los ojos cerrados.
Parecía muerta pero veía su pecho ascender y descender y eso significaba que por
lo menos estaba respirando. De pronto, una mujer joven, de unos treinta años,
salió a su encuentro por una de las puertas que rodeaba el atrio y llevaba
consigo un cuenco con líquido en su interior. Se acercó a Aneís y le ungió la
frente con ese líquido de color oscuro, después lo dejó en el suelo y extendió
sus brazos hacia el cielo. Justo después nos miró directamente.
Me asusté por unos
instantes, pero la mujer pronto desvió su cabeza hacia arriba. Pronunció algo
en otro idioma, algo que parecía un hechizo. De pronto un rayo de luz tan
intenso como una estrella rebotó en su cuerpo y fue a parar al de Aneís.
- ¿Pero
qué hace? ¡La va a matar! – exclamé a pleno pulmón acercándome al balcón que
nos separaba de nuestra amiga.
-
Tranquila,
Rox. – me dijo Andara con voz serena: - Fíjate bien, la está curando.
Entonces observé más
detenidamente a mi amiga Aneís. Su mano y brazo derechos estaban cubiertos por
una capa de corteza de árbol hasta la parte del antebrazo, como si fuera un
tronco. Abrió los ojos y giró su rostro para encontrarse con nuestras miradas y
pude ver que de igual forma, su parte derecha del rostro también estaba
cubierta por esa corteza. La luz cesó y la sanadora se quedó inmóvil, mirando a
nuestra amiga. Aneís pronto se incorporó y caminó por sus propios pies, pero el
aspecto de árbol no se le había ido. La sanadora la siguió y las dos
desaparecieron por la misma puerta que anteriormente había entrado la mujer.
-
¿Por
qué cada una llevamos un color distinto? – les pregunté a mis amigas.
-
Ven,
¡te lo enseñaremos! – dijo Pandora mientras me agarraba de un brazo.
Andara me agarró del otro
brazo y ambas me encaminaron por el vestíbulo de la fortaleza hacia unas
escaleras de caracol, tenía la sensación de estar subiendo una altura de siete
pisos. Una vez arriba, un gran salón se abría ante nosotras. Entramos y me
llamó la atención un cuadro colgado de la pared. Nathael tenía un aspecto mucho
más joven y junto a él se disponían una mujer que parecía ser su esposa, dos
niños pequeños gemelos y una niña adolescente. La niña me recordó a la
sanadora, por lo que ahora todo encajaba. Aquella fortaleza pertenecía a esa
familia, pero ¿qué había pasado realmente?
-
¿Tenemos
poderes, de verdad? – pregunté excitada.
-
¿No
es increíble? – dijo Andara.
-
No.
– contesté cortante: - Esto no me cuadra para nada.
Nathael apareció delante de nosotras
tras una nube de humo.
- Bienvenida,
Rox. Como bien te has dado cuenta, esta fortaleza pertenece a mi familia desde
hace siglos, somos de sangre noble por así decirlo. Pero hace veinte años el
Rey Brujo se llevó a uno de mis hijos pequeños… – comenzó a explicar Nathael: -
Ya has conocido a mi hija, Lis, la sanadora.
Lis, la sanadora, entró
en el salón. Nos giramos y pude verla con mejor claridad. Llevaba una túnica
dorada, igual que Nathael. Su aspecto apenas había cambiado del que tenía en el
cuadro de la familia: sus largos cabellos oscuros recogidos en un peinado
trenzado por delante y suelto por detrás, sus ojos azules como el cielo…
Aneís caminaba detrás de
ella. Mi amiga tenía peor aspecto, desde luego; tanto su brazo como la mitad de
su rostro tenían aspecto de tronco de árbol, pero me sonrió y se acercó a mí.
Me abrazó y pude notar la rugosidad de su nueva piel.
-
¿Qué
te ha pasado, Aneís? – le susurré.
- Ahora
te lo cuento. – me contestó y se separó de mí. Las cuatro nos pusimos frente a
frente con Natahel y Lis.
- Cada
color significa un elemento: verde para la tierra, - Lis señaló a Aneís: - Azul
para el agua, - señaló a Andara: - Violeta para el viento, - lo mismo hizo con
Pandora: - Y rojo… - explicó, pero la interrumpí.
-
Para
el fuego. – dije. Nathael asintió.
- Necesitamos
a cuatro miembros tan unidos que sean capaces de destruir al Rey Brujo que está
sumiendo nuestro mundo en la oscuridad. – explicó Natahel.
-
Un
miembro de cada elemento. – dijo Pandora mientras me miraba.
-
Exacto.
– incidió Aneís.
- Vosotras
tenéis una conexión que jamás se había dado hasta ahora…- explicó Nathael: - El
Rey Brujo es un ser oscuro, vino aquí arrasando la aldea que yo y mi familia
siempre ha gobernado… Se llevó al mayor de los gemelos, el que primero nació y
por tanto mi heredero. – Notaba cierta tensión en sus palabras: - Mi otro hijo
desarrolló los poderes de los cuatro elementos y yo le enseñé a utilizarlos
para el bien, pero un solo brujo no es capaz de resistir tal poder sin sentir
arrogancia y querer más y más, por lo que se necesita a una persona para
soportar un elemento… es la única forma de derrotarle y rescatar a mi hijo…
-
¿Qué
pasó con el segundo varón, el que había desarrollado los poderes?, porque no lo
veo por aquí. – le dije a Nathael.
-
Mi
hermano más pequeño se aventuró a ir en busca del Rey Brujo y dar venganza,
pero hace cinco años que partió y nunca regresó. – explicó Lis y bajó la vista
dichas estas palabras.
-
Ahora
aprenderéis a contener vuestra magia, a dosificarla y a dominar el elemento que
la Naturaleza os ha asignado. – dijo Nathael: - De esta forma, podéis ir a
vuestros respectivos aposentos. – el hombre extendió su brazo señalando a la
puerta, haciendo que todas nos girásemos sin apenas notar el movimiento y
comenzamos a caminar hacia la salida.
Supuse que tendría que
aceptar que nuestras vidas habían cambiado, nuestra unión como amigas se había
fortalecido con los años, pero ahora tendría que fortalecerse aún más.
Comprendí que llegamos a aquel lugar por arte de magia, porque nos necesitaban,
porque nosotras éramos especiales.
Mientras andábamos por aquella fortaleza, mis
amigas me explicaron los lugares más destacados: la torre del viento, la más alta de las torres
pequeñas, ahí viviría y recibiría las clases de magia Pandora. Después de bajar
de la torre, subimos a la siguiente, la de la Biblioteca, la torre de menor tamaño. Salimos por un pasadizo
secreto situado en una de las estanterías y aparecimos en el gran caserón del agua situado a orillas del lago, donde
obviamente Andara residiría. Pasada media hora volvimos caminando de nuevo al
interior de la fortaleza y bajamos al atrio central, compuesto por grandes
árboles, plantas y puertas que lo rodeaban en forma cuadrangular donde residía
el miembro del elemento tierra, Aneís, y donde había visto anteriormente a
Lis sanando sus heridas; y finalmente bajamos unos tres pisos por una escalera
de caracol situada cerca del gran salón hasta llegar a la cueva del dragón, túneles y cuevas de
piedra resistente al fuego…ahí sería
donde viviría a partir de ahora.
Todas se despidieron de
mí y cada una se fue en una dirección diferente.
Al llegar al final del
túnel, un gran portal de piedra me obstaculizaba la entrada. No sabía qué hacer,
miré hacia atrás y no había nadie, volví la mirada a la puerta y allí había un
chico pelirrojo, muy parecido al que vi en el bar la noche anterior, más o
menos de mi edad y vestía el mismo color que yo.
-
Bienvenida,
Rox, hermana del fuego. Me llamo Nicodemus, y soy tu ayudante. – el chico se
giró y expulsó una llamarada de sus manos hacia el cerrojo de la puerta. Se
abrió al recibir el contacto directo con el fuego y pude ver su interior. Una
habitación de dimensiones amplias, con una gran cama a un lado. Sin ventanas,
adornando las paredes había estanterías repletas de libros y un escritorio al
fondo. La luz que alumbraba la estancia se debía a las numerosas antorchas que
colgaban de las paredes.
- Tendrás
que canalizar el fuego. Todas las mañanas te reunirás conmigo en el pasillo.
Desde este lugar partiremos hacia el interior de la colina, donde disponemos de
cuevas seguras para poner en práctica tus poderes.
- Me
encuentro un poco mal… - le comenté entre susurros.
- Yo
tengo veinticinco años, y no he podido ayudar a Nathael, si te sirve de
consuelo. – me dijo: - Nosotros éramos un grupo de cuatro amigos con un lazo de
amistad grandísimo, por lo que también nos transportaron hace cinco años a esta
dimensión. Vivíamos en una gran ciudad, créeme. – me miró con tristeza: - Se
nos convocó y aquí estamos, pero no somos demasiado fuertes como para derrotar
al Rey Brujo, así que pedimos ayuda y aquí estáis vosotras… - dicho esto caminó
hacia una estantería y sacó un libro grueso.
-
¿Eráis
amigos como nosotras? – le pregunté.
- Sí,
pero ahora somos más que eso, somos hermanos. – me contestó mientras pasaba las
páginas.
- Todos
chicos, ¿no? – le pregunté con curiosidad y noté cómo me avergonzaban mis
propias palabras.
-
Sí,
¿por? – dijo Nicodemus y levantó la vista mirándome.
- No,
nada… - le contesté mirando para otro lado.
¿Cómo era tan estúpida de preguntar
eso? ¿Acaso no soy suficientemente mayor como para andar con estas tonterías?
La cama tenía un aspecto
comodísimo y me estaban entrando unas ganas tremendas de tumbarme y despertar
en mi casa, deseando que aquello fuera un simple sueño, pero Nicodemus irrumpió
en mis pensamientos.
-
Bien,
Rox. Lee de las páginas cincuenta a setenta esta noche y mañana comenzaremos
las clases para aprender a usar tu poder.
-
De
acuerdo. – le dije. Me pasó el libro para que le echara un vistazo rápido y
¡sorpresa!, la letra era minúscula, casi imposible de leer: - ¡Mierda!, no
tengo las gafas… - susurré entrecerrando los ojos.
-
¿Has
dicho algo? – preguntó Nicodemus desde la puerta.
- ¡No!,
no te preocupes. – le dije. ¡Maldita miopía!…: - Mañana nos vemos. – concluí y Nicodemus
cerró la puerta tras de sí.
Estaba deseando ver a mis
amigas para comprobar si estaban bien, si habían descansado e incluso si se
sentían tan mal como yo. No comprendía el porqué de mi malestar, pero tendría
que acostumbrarme a esa sensación de estar a punto de vomitar todo el tiempo,
por lo menos hasta que aprenda a utilizar el poder del fuego.
Esperando el libro me ha dejado el relato, deseando conocer como avanza la relación de las cuatro amigas y si serán suficientemente fuertes. Gracias!!
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