Los estudiantes de la
universidad acudían diariamente a la biblioteca para estudiar, repasar apuntes,
leer y comparar entre ellos. Mantenía un horario abierto las veinticuatro horas
del día. En ocasiones, se podía palpar el estrés que estos alumnos padecían, ya
que algunos resoplaban, otros pasaban las páginas de forma impulsiva y a
desgana e incluso otros hablaban de los minutos que quedaban para el próximo
examen.
Hugo, de veintiún años, era
un estudiante aplicado y entregado totalmente a su carrera y siempre acudía a
clases con barba de cuatro días y la ropa sin planchar. De pequeño había
sufrido abuso escolar de sus compañeros del colegio y el maltrato de su padre
tanto a él mismo como a su madre, por lo que padeció un pequeño trauma
adolescente, ya que toda esa rabia contenida se acentuaba más y más, causando
una bajísima autoestima e incluso acentuando los impulsos suicidas. Pero
encontró refugio en los libros de ciencia-ficción, cómics y películas.
Todo eso ya estaba
superado ahora, y cuando Hugo se planteó qué haría en su futuro, pensó en
estudiar Química o Matemáticas, puesto que contaba con unas altas
calificaciones y era capaz de eso y mucho más, así que se decantó por la
Química. Había visto muchas películas y series relacionadas con esa rama de la
ciencia y no deseaba otra cosa que estudiarla.
Aquel día se levantó temprano
por la mañana, fue al baño para asearse, se peinó su cabello negro con gomina,
cosa extraña en él, pero ese día sentía que iba a pasar algo especial; luego cogió
del armario unos pantalones oscuros y una camisa de color rojo intenso a
cuadros con líneas negras. Ya estaba preparado para ir a clase:
-
¡Alicia!,
¡ven a desayunar! – le dijo a su compañera de piso.
-
¡Voy!
– le contestó Alicia.
Cuando llegó a la cocina,
vio que su compañera de piso ya había preparado un desayuno espectacular: tostadas
con mantequilla y mermelada, fruta, café y zumo de naranja.
Alicia era una chica
bajita, morena y delgada de su misma edad, muy detallista que además trataba a
Hugo como a un hermano, aunque a veces era algo cargante, discutiéndole como si
fuera tal, algo que él no toleraba demasiado, puesto que en realidad estaba
colado por ella:
-
¡Eres
espectacular, Alicia! – dijo Hugo mientras admiraba la mesa de la cocina: -
Muchísimas gracias.
-
No
hay que darlas. Ya sabes que a mí me gusta cocinar, y esto en realidad no me
supone esfuerzo. – le dijo Alicia sinceramente.
-
Ya
lo sé. – le contestó Hugo.
Ambos chicos desayunaron
y pronto se fueron por caminos separados. Hugo sentía mucho más que amistad por
ella, a pesar de que Alicia siempre lo trataba distante y en cuanto se veía
inmersa en una situación comprometida con él, se alejaba. Ella era una chica
poco corriente a la que no le gustaba salir, estudiaba todo el día: por las
mañanas asistía a clase en la facultad de Biología y pasaba las tardes absorta
en sus apuntes en la biblioteca. Hugo siempre la observaba distante desde otra
mesa, ya que semanas atrás le dejó bien claro que su presencia la molestaba y
no le dejaba concentrarse:
-
Alicia,
¿cuándo te vas a relajar y salir un poco? – le preguntó Hugo.
-
Uff,
¡menudo susto! – decía Alicia mientras recuperaba la respiración.
-
Pero,
¡Alicia! – le dijo Hugo mientras daba un repaso a los apuntes de la chica: -
Eres joven, tienes que salir, disfrutar de la vida y pasártelo bien. Aún
tendrás tiempo para ser una menopáusica.
-
Saldré
cuando me dé la gana. Y ahora por favor, déjame estudiar… - le espetó Alicia, y
así lo hizo.
Pasaron las horas y la
biblioteca se fue vaciando, quedando únicamente Alicia y Hugo, incluso el
propio bibliotecario se había ido:
-
Bueno,
Ali… - comenzó a decir Hugo mientras recogía sus cosas: - Yo ya me voy. –
anunció mientras miraba desde atrás a su compañera.
-
Sí,
sí. – le contestó Alicia levantando la mano en señal de aprobación, pero sin
mirarlo.
Hugo salió de la
biblioteca con paso sereno, pensando en Alicia y de qué forma podría llamar su
atención, decirle que la quería… y deseaba con todas sus fuerzas pasar el resto
de su vida junto a ella. Los recuerdos se agolparon en su mente: Alicia siempre
había sido su mejor amiga, en el colegio, instituto y finalmente en la
universidad e incluso se había replanteado varias veces decidirse entre Química
o Biología, todo por estar las veinticuatro horas a su lado. Había desarrollado
una dependencia total hacia ella, y eso no tendría que ser así. Un hombre ya adulto no tendría que depender de
nadie… entonces sus recuerdos se vieron perturbados.
Una chica morena, alta,
esbelta y de ojos oscuros se acercó a Hugo con paso firme y sonriendo:
-
Hola,
¿cómo te llamas? – le preguntó.
-
Hugo,
encantado. – se presentó: - ¿Y tú?
-
Alexia.
– le dijo y después esbozó una sonrisa: - ¿Qué estas estudiando? – le preguntó
al ver su carpeta y su portátil.
-
Química…
¿no te había visto antes?– le preguntó con curiosidad.
-
Está
guay, ¿no? – Alexia hizo una pausa y miró a Hugo de arriba abajo: - Sí, claro
que me habías visto antes, soy compañera de carrera de Alicia. Hemos hecho
varios trabajos juntas, e incluso estuve en un par de ocasiones en tu piso.- le
dijo Alexia: - ¿Te apetece tomar algo en el bar de la esquina?
Hugo aceptó, y así se olvidaría de
Alicia, que tanto daño le hacía, por unos instantes.
Mientras bebían unas
pintas, Hugo se fijó todavía más en los ojos de la chica, tenían un brillo
especial que parecía destellar cada vez que se quedaba ensimismado en ellos, y
cada vez que ocurría eso, le recorría un escalofrío por la espalda que le
agradaba mucho:
-
¿Tienes
novio? – le preguntó Hugo.
-
No…
– le insinuó Alexia.
Las semanas pasaron,
Alicia no dejó de estudiar hasta altas horas de la madrugada en la biblioteca
levantando en muy pocas ocasiones la vista, y únicamente lo hacía para
descansar la vista. Hugo seguía observándola durante largas horas, mientras
escribía en su bloc de notas los pros y las contras de tener novia y de tener
una compañera de piso de la cual había estado enamorado tanto tiempo… ganaban
más las contras por descartado. Dio un puñetazo en la mesa: aún seguía
enamorado de Alicia, pero no podía engañar a Alexia. Entonces una caricia suave
sobre su espalda hizo que cerrara a toda prisa el bloc de notas, era su novia
reclamando su atención:
-
¿Qué
haces, mi amor? – le preguntó Alexia y después le dio un beso en los labios.
-
Estaba
repasando…- decía mientras colocaba varios papeles encima del bloc. Se percató
de que Alicia los estaba mirando, y su novia la miraba como si le estuviera
maldiciendo. Entonces Alicia volvió a lo que fuera que estuviera estudiando.
Hugo y Alexia continuaron la relación hasta
que finalmente se formalizó del todo. Alexia visitaba muy a menudo a Hugo en su
casa, hasta llegar a convencerle de irse a vivir allí. Pero Alicia seguía allí,
algo que la volvía loca de celos. Alicia siempre preparaba el desayuno para
ella misma y para Hugo, le planchaba la ropa e incluso le escribía post-it en
la nevera deseándole los buenos días, para no perder las buenas costumbres.
Ella también era dependiente de él aunque no lo expresara verbalmente.
Siempre se veían en la biblioteca,
ya que en casa, su novia a duras penas lo dejaba solo. Hugo sentía cada vez más
que Alexia se estaba apoderando de él, e intentaba en ocasiones escabullirse
para ir a estudiar, alegando que tenía un trabajo importante. Ella siempre había
sospechado que algo había de trasfondo, por lo que le acompañaba y se sentaba
junto a él, pero a pesar de que intentaba disimular, Hugo sentía los ojos de su
chica clavados minuto tras minuto, hasta tal punto de agobiarle e ir
rápidamente al baño a lavarse la cara.
Alexia presentía que Hugo
y Alicia tenían una relación mucho más estrecha de lo que se pensaba que iban a
tener una vez estuviera ella revoloteando por sus asuntos personales:
-
Oye,
¿Alicia va a estar esta noche en casa? – le preguntó a Hugo mientras cenaban en
la cocina.
-
Sí,
siempre está. – le dijo Hugo: - ¿Por qué me lo preguntas?
-
No…
nada… - dijo y acto seguido enmudeció. Miró a los ojos a Hugo mientras éste se
bebía su café.
-
Alicia
no se va a ir de aquí mientras no lo quiera ella expresamente. – declaró Hugo
mientras clavaba sus ojos en los de Alexia.
A la mañana siguiente,
Hugo despertó con un fuerte dolor de cabeza. En su cama todavía olía al perfume
de Alexia, pero ella no se encontraba allí, así que decidió salir de la
habitación e ir al salón. Allí no había nadie:
-
¿Hay
alguien en casa? – preguntó al aire, pero hubo respuesta.
Recordó entonces cómo
Alexia le había preguntado sospechosamente si su amiga Alicia iba a estar esa
noche en casa… y se encaminó a la habitación de su compañera de piso. Abrió la
puerta lentamente y se fijó en que todo estaba ordenado: el acuario con un
puñado de peces de colores seguía intacto; la cama estaba hecha sin arrugas y
los cojines muy bien colocados; el escritorio con los clasificadores… Aquello
no podía ser verdad, Alicia siempre tenía la habitación hecha unos zorros: la
cama revuelta y en el acuario siempre había huellas de sus dedos, puesto que le
encantaba observar a sus peces muy atentamente. Hugo recordó también que Alicia
tenía una foto de ellos dos cuando eran niños del noveno cumpleaños de ella en
su mesita de noche, y fue a verla. Alicia estaba ahí, con su nariz llena de
nata de la tarta que le había preparado la madre de Hugo, pero alguien había
arrancado sus rostros con un arañazo:
-
¡Hombre,
Hugo! – le sorprendió Alexia.
-
¿Qué
haces aquí? – le preguntó Hugo mientras volvía a dejar el marco de fotos en la
mesita.
-
Lo
mismo iba a preguntar yo… - le contestó la chica entrecruzando sus brazos.
-
¿Dónde
está Alicia? – se apresuró a preguntar Hugo mientras se acercaba a su novia.
-
¡Y
yo qué sé! – le dijo mientras reía.
-
Lo
sabes, y muy bien. – agarró a su novia por los brazos: - ¿Dónde está? – le
gritó. Pero Alexia reía y reía sin parar, viendo cómo su novio se volvía loco.
Hasta que por fin, la chica miró al techo.
Hugo sentía un pánico terrible, pero
miró también hacia arriba.
Allí colgada, en el
techo, y con la cara hacia abajo, Alicia yacía muerta. Sus ojos se salían de
las órbitas y su cuerpo se sujetaba al techo con clavos en la ropa y la piel. Pasado
un segundo, que a Hugo le pareció una eternidad, una gota de sangre cayó del
vientre de Alicia y fue a parar en la mejilla de Alexia. Ésta rió todavía más
fuerte:
-
¿Qué
le has hecho? – preguntó Hugo: - ¿Qué clase de ser humano haría algo así? ¿Cómo
has subido su cuerpo allí? – dijo llorando a más no poder y levantando los
brazos sin control de su propio cuerpo.
-
No
soy un ser humano, Hugo. – le respondió Alexia.
-
¿Y
qué eres?, ¡Habla! – le dijo el chico dando un puñetazo al marco de la puerta,
muy cerca de la cara de Alexia. Entonces su voz comenzó a distorsionarse y a
convertirse en algo gutural y apenas comprensible.
-
No
soy de este mundo, de este planeta ni de esta galaxia. Unos parásitos se ha
apoderado de nuestro planeta y necesitamos un hogar. – comenzó a explicar
Alexia: - Hace trescientos años que vivimos en la Tierra. Adoptamos vuestro
aspecto y comenzamos a propagar la especie… - Alexia hizo una breve pausa y
miró el cuerpo de la chica una vez más, ahora una fila de gotas de sangre caía
sin parar: - Alicia estaba estudiándome porque enseguida se dio cuenta de que
no era lo que parecía… y he tenido que acabar con ella antes de que descubriera
algo más. – le confesó.
-
¿Qué
clase de hogar quieres tener, si ya has matado a mi mejor amiga y a saber cuántas
personas más? – siguió preguntando Hugo.
-
Tu
amiga no ha muerto en vano. – le explicó Alexia: - Me quedé embarazada de ti
hace unos días, y necesitaba un cuerpo para incubar mis huevos.
Hugo no daba crédito a
sus oídos. No podía estar sucediendo esto a él, y menos a su mejor amiga, con la que
había soñado tantas veces compartiendo sus vidas:
-
¿Y
qué va a pasar conmigo? – le preguntó temiendo la respuesta. Miró a Alicia por
un instante y volvió la vista hacia Alexia, quien tenía el rostro ya
completamente empapado por la sangre que caía del techo.
-
¿Tienes
miedo, verdad? – le dijo Alexia mirándole fijamente a los ojos.
Un grito desgarrador se
escuchó en todo el barrio.
La universidad estuvo de
luto durante tres días por los dos alumnos más brillantes que habían tenido
hasta ahora cuyos cuerpos no habían aparecido todavía. Al acto acudió gente del
entorno de los fallecidos, profesores, compañeros, familiares y amigos, y una
persona más, Alexia.
Vestida de negro y con
una sonrisa en la cara, la chica salió de la iglesia con paso firme, haciendo
escuchar sus tacones al ritmo de sus pulsaciones. Se colocó los auriculares en sus orejas, conectados a su reproductor de
música subiendo el volumen a más no poder con la canción “Bodies” del grupo Drowning Pool. Sentía la llamada de su progenie.
Me a encantado esta historiaaaaa!!! Me ha gustado un montón el final ; )
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