Desde la gruta en la
montaña, sobre todo por las noches,
se escuchaban los
redobles que el tamborilero emitía,
donde observaba, veía y
elegía
a la persona que sería
su próxima víctima.
A veces más lento,
en otras ocasiones no.
Entonces sabíamos lo
que aquello significaba
y si cerca estábamos, lo
que nos pasaría.
El tamborilero atrapado
estaba
en una celda de fría
roca y tierra yerma.
Allá en lo alto de la
montaña
donde de agonía se consumían sus entrañas.
Tocaba suave y lento
cuando planeaba sus
fechorías.
Más enérgico y depravado
cuando a la presa tenía
cautiva.
Más veloces latían nuestros
corazones
incluso que los propios
redobles.
Nadie quería conocer al
tamborilero,
ni siquiera de refilón
verlo.
Esta noche me encuentro
contemplándolo cara a cara,
Está tocando su tambor como una fiera.
Hecho de piel humana arrancada
a jirones,
suena diferente a
cualquiera.
Se nota en su cara que
tiene una obsesión:
hacer sonar el tambor mirándote
a los ojos
para que tú mismo
escuches y veas
cómo suenas.