- Antonio
Vivaldi era un genio de la música y sobre todo componiendo obras para violín,
como su gran obra maestra “Las cuatro estaciones”. Su música nos hace
transportarnos a la Italia del Barroco donde vivía, transmitiendo las
sensaciones de los fenómenos naturales por los que él vivió cuando compuso cada
estación – dijo Marion al resto de su clase - . Hoy aprenderemos el primer
movimiento del “Invierno”.
-
Bajo
mi punto de vista, esta parte es la más difícil de todas… - dijo Mikel, su
alumno menos aventajado, señalado su partitura con el arco.
Marion impartía clases en
el conservatorio de la ciudad para adultos, puesto que el centro seguía la
filosofía de “nunca es tarde para aprender música”, y como la mayoría de los
alumnos trabajaban, acudían a clase a partir de las ocho de la tarde casi todos
los días. El edificio estaba casi en ruinas, por lo que tanto profesores como
alumnos habían puesto varias quejas al ayuntamiento, sin tener respuesta.
-
He
quedado con el resto de profesores en hacer una audición privada, para unos
amigos extranjeros. Vendrán dentro de dos semanas, y son unos posibles clientes
para restaurar el edificio – comenzó Marion a explicar las razones a sus
alumnos.
-
Seguro
que si en lugar de un conservatorio hubiese una sede política, ya la habrían
restaurado… la música está muy poco valorada hoy en día… - una chica joven,
simpática pero a la vez sarcástica en casi todo lo que decía, siempre hacía
comentarios políticos al tener un padre en paro y una madre que acababa de ser
despedida.
-
El
otro día, fui a alquilar un piso y el propietario me dijo que si tocaba algún
instrumento, le dije que el violín, y ¿sabéis lo que me dijo después? – Mikel hizo
una pausa dramática- . Que no estuviera todo el día tocando porque en el piso
de abajo vivían dos médicos.
-
Dejando
a un lado vuestras quejas, chicos… estos posibles compradores tienen mucho
dinero. –Marion interrumpió la disputa con voz enérgica - . Vamos a organizar
una fiesta con la temática del Barroco, y por supuesto, interpretaremos para
ellos la pieza de Vivaldi, el “Invierno”.
– dijo solemnemente.
Marion era apodada por
sus alumnos “La violinista de negro”, ya que siempre vestía con este color.
Tenía la piel muy pálida y los cabellos oscuros ondulados que le llegaban hasta
la cintura. Siempre usaba ropa que hoy en día se podrían calificar como
“góticos”, con adornos de encajes y en múltiples ocasiones alguno que otro la
había llamado “siniestra”. Eso a ella no
le importaba, puesto que creía en que la forma de vestir no importaba en el
campo profesional, y a ella le gustaba ese estilo, por lo que los demás
pensaran de ella no tenía ni un ápice de importancia para ella.
-
¿Entonces
la vamos a interpretar con el otro grupo de violinistas? – preguntó la chica
joven.
-
Sí,
seremos un total de ocho violines, contando con Pablo, el profesor, y yo.
También nos acompañarán dos chelos y dos contrabajos.
-
Entonces
sonará espectacular… - dijo en este caso el alumno más destacado de la clase,
puesto que eran tres en total.
-
Bueno,
comenzamos por ti a solfear, ¿preparado? – y Marion dio la salida marcando el
tempo con sus manos.
De apariencia joven e inocente,
Marion siempre conseguía lo que se proponía, y si para hacerlo, tenía que verse
involucrada gente a la que conocía, no dudaría en hacerlo. Bajo su rostro
simpático se escondía una mujer fría, calculadora y manipuladora, pero nadie de
su entorno era tan hábil como para averiguarlo, puesto que se guardaba muy bien
en sacar a la luz su verdadera personalidad.
Pasó la primera semana de
ensayos constantes en el conservatorio con sus tres alumnos de violín, hasta
que decidió hacerlo conjuntamente con el otro grupo.
-
El
ensayo ha salido genial, ¡os compagináis estupendamente ambos grupos! – Pablo,
el otro profesor violinista, les alentó y motivó. El resultado fue tener a unos
alumnos ilusionados por participar.
-
Gracias
por vuestra colaboración en algo tan importante como la fiesta de Bienvenida a
nuestros futuros inversores. – Marion siempre destacaba por su tono de voz
neutro, sin gritos ni voz chillona.
Cuando todos los alumnos
se habían ido, Pablo esperó a Marion a la salida del edificio, despidiendo a
cada uno que pasaba por su lado.
-
¡Pasa
un buen fin de semana! – le deseaba la única alumna de violín.
-
¡Igualmente!
– contestó Pablo. Sabía perfectamente que esta chica, a pesar de no saber su
nombre, había intentado flirtear con él, pero no consiguió nada por su parte.
Él estaba completamente enamorado de Marion pero aún no se decidía por el
momento en decírselo - . ¡Por fin!
Marion llevaba puesto su
abrigo de piel oscuro, cargaba en sus hombros el maletín del instrumento y en
una mano sujetaba las llaves para cerrar el conservatorio.
-
Acuérdate
de recordar al resto de los alumnos que vayan disfrazados para la ocasión, esta
gente es muy especial para las fiestas y quiero causarles muy buena impresión…
- Marion miró la fachada del edificio - . Es que no veo otra forma de
restaurarlo, es tan importante para mí…
-
Lo
sé. Aquí vivió tu familia desde hace varias generaciones, e incluso tú misma te
criaste aquí. – continuó Pablo- . Seguro que quedarán alucinados cuando nos
vean.
-
No
me cabe duda, Pablo. – le dijo.
-
¿Quién
será el director de esta pequeña orquesta de cámara? – preguntó irónicamente el
chico.
-
Obviamente,
lo seré yo. – espetó Marion con brusquedad, como si su compañero no lo hubiera
dado por hecho. De pronto su teléfono móvil comenzó a sonar y lo descolgó.
Marion sabía hablar
italiano, por lo que Pablo supuso que los inversores que estaban interesados en
comprar el edificio eran de allí. Se habrían interesado realmente porque ella
tenía muchos contactos con grandes universidades, puesto que era la alumna
honorífica de la suya, una gran compositora y sobre todo, buena en lo que hacía.
Se habría propuesto abrir el conservatorio por motivos que él desconocía, y más
aún, el motivo por el que fuere, dedicarlo a adultos únicamente. No preguntaba
demasiado al respecto, puesto que Marion siempre le dedicaba un gesto serio y
silencio. No se quejaba demasiado, tenía un trabajo bien remunerado desde hacía
un año gracias a ella.
-
¿Quién
era? – le preguntó al escuchar cómo se despedía.
-
Mis
contactos extranjeros… dicen que les gustaría que el concierto sea en el
conservatorio… - Marion hizo una pausa mientras buscaba algo en su bolso. Sacó
una libreta pequeña, un bolígrafo y se puso a escribir a toda prisa - . Tengo
que comprar unos cuantos artículos de decoración, ¿mañana puedes sustituirme y
dar la clase tú?
-
Claro
que sí, no te preocupes. – dijo Pablo. Comenzó el paso hacia su casa, en la
dirección opuesta a la que siempre seguía Marion, pero esta vez, la chica llamó
su atención.
-
Pablo,
¿te apetece ir a tomar un café?
-
Desde
luego. Vamos. – contestó.
-
¿Cuándo
ensayaremos con los demás? ¿Te parece bien pasado mañana?
-
Por
mí bien, ya sabes que todo lo que sea tocar en grupo con otros instrumentos, me
encanta. – le dijo Pablo.
El café resultó ser
amargo, puesto que Marion no dejaba de hablar de sus amigos italianos, de la
fiesta, de lo que llevaría puesto… Pablo estaba empezando a estar harto de que
lo ignorase hasta que saltó.
-
¿No
dices nada sobre mi propuesta?
-
Sabes
que de sobra que hace poco salí de una relación larga, Pablo. – contestó
bruscamente Marion.
-
Ya,
pero soy una persona diferente a tu anterior pareja. No me das tan siquiera una
oportunidad de demostrártelo… llevo un año detrás de ti y lo único que recibo
es desprecio e indiferencia. – se sinceró por fin.
-
Pablo,
eres un buen hombre, tenlo presente. Si no quiero salir contigo es porque
prefiero estar sola durante un tiempo, hacer lo que me dé la gana en el momento
que yo quiera, sin tener que dar explicaciones a nadie o preocuparme si puede
herir o no herir lo que diga. ¿Tan difícil es de entender? – Marion, que había
cambiado el color de sus ojos antes pardos y ahora negros en su totalidad,
lanzó la pregunta con ira hacia su compañero.
-
De
acuerdo. – Pablo se levantó - . Nuestra relación solo será laboral, siempre
cubriré todas tus bajas y todo lo que te plazca, al fin y al cabo, eres mi jefa
y yo tu pobre trabajador que te implora que no lo pongas de patitas en la
calle.
Pablo salió de la
cafetería. Aquello era humillante.
A sus treinta y cinco
años nunca había encontrado a una mujer que le hiciera tener ilusión por su vida.
Siempre había pensado que no era lo suficientemente bueno o que pecaba de ser
muy persistente, pero sentía que aquella chica, que había dejado sentada en la
mesa con su café, era la mujer de su vida. Compartían gustos musicales, pero
más allá no eran nada parecidos, por lo que se podría decir, verdaderos polos
opuestos. Él siempre vestía informal, pero siempre dentro de los márgenes que
la sociedad consideraba “normal”. La forma de vestir y de pensar de Marion era
excesivamente peculiar, algo que sin duda le había hecho retroceder en
numerosas ocasiones en el trato con ella. Demasiado solitaria.
Esa noche, Pablo tuvo una
pesadilla. Entre sudores fríos y gemidos, sus sueños se habían convertido en un
verdadero infierno. Marion aparecía tocando el violín, vestida de la época
barroca, en medio del escenario de un pequeño teatro muy recargado de
decoración. Tocaba tan rápido y ágil que el público estalló en aplausos cuando
acabó, como si estuviesen hipnotizados por la música.
De repente, él estaba
entre el público. Miró al resto de los asistentes y todos estaban ataviados con
los ropajes de la época. Un golpe seco a su derecha hizo que mirara
bruscamente. Vio cómo un hombre mordía el rostro de otro tendido en el suelo,
pataleando del dolor e intentando gritar. Luego montones de personas caían al
suelo sin previo aviso, pero el resto continuaba en su aplauso masivo.
-
¿Qué
hacéis? ¡Dejad de aplaudir! – gritaba Pablo.
Al comprobar que no
podían escucharlo, intentó tocar a una mujer que estaba a su lado, pero la mano
traspasó su cuerpo. Como si de un fantasma se tratase, Pablo intentó llegar al
escenario donde Marion seguía haciendo reverencias a su público mientras
hombres y mujeres eran devorados por otros. Llegó finalmente a la primera fila
y pudo ver a la chica mejor. De pronto, Marion clavó sus ojos en Pablo y se
quedó inmóvil.
Pablo despertó
súbitamente.
Al día siguiente, tendría
que dar la clase a todos los violinistas del centro, pero tuvo más valor del
que hubiese imaginado y decidió hablar con el resto de profesores.
-
¿Cómo
vais con el chelo? – le preguntó a su compañera mientras subían las escaleras
del conservatorio.
-
Pues
mira… mi alumno intenta hacerlo lo mejor que puede, pero ¿qué quieres que te
diga? Sólo lleva un mes aquí y Marion ya le está exigiendo un nivel muy
superior al que yo le he podido enseñar en tan poco tiempo.
-
Uff…
bueno, dile que venga a mi clase de todas formas. Acompáñalo en la
interpretación y yo le intentaré dar algunas claves sencillas.
-
Está
bien, dentro de un rato vamos. – le dijo la profesora de violonchelo.
-
¡Ey!
– gritó Pablo al pasar por la puerta de la clase.
-
Pablo,
¡estamos casi listos! – le contestó Mikel, aún sudando por el agobio.
Llegó a su clase un poco
tarde, puesto que durante todo el día había estado en el ordenador modificando
las partituras de los violinistas que acompañaban al principal, así sería más
fácil interpretarla por aquellos alumnos con dificultades.
-
Bien
chicos, el violinista principal será Mikel. – anunció mientras entraba por la
puerta.
-
¡Enhorabuena!
– animó la alumna a su compañero, y el resto le imitó.
-
Bien,
también quiero recordaros que este viernes es el concierto de nuestra directora
Marion, por lo que tenéis que acudir aquí vestidos de la época.
-
Ya
tenemos los trajes, la directora nos dio la dirección de una tienda de
disfraces especializada en trajes barrocos. – le contestó Mikel.
-
Bien,
pues entonces ensayaremos a conciencia. – indicó Pablo.
Junto con los otros
instrumentos, Pablo sentía que la perfección existía. Cada músico tocaba la
partitura que él le había asignado personalmente, conociendo la personalidad de
cada uno.
Los días pasaron
velozmente, quedando ya el viernes a la vista. Por la mañana, Marion fue al
conservatorio para decorarlo y a primera hora de la tarde, los alumnos
acudieron vestidos para la ocasión, pero Pablo no estaba. Decidió no acudir en
el último momento, avisando con un mensaje al móvil de Marion. Después de tener
esa pesadilla, Pablo no era el mismo con ella, y sabía que ella intuía algo,
por lo que se propuso no hacer más favores a alguien que parecía no darle
importancia a su labor realmente.
-
¿No
viene Pablo? – le preguntó la única alumna violinista a Marion, muy interesada.
-
No,
se encontraba indispuesto. – Marion vestía un bonito traje negro con ribetes
plateados y encajes en las mangas y cuello. Un corsé le hacía la figura más
esbelta y se había peinado dejando dos tirabuzones hacia delante y el resto del
cabello recogido en un moño - . Vamos, nuestro público nos espera.
Los alumnos seguían a Marion
por los pasillos del conservatorio. Ninguno había estado anteriormente andando
por ahí, por lo que todo les pareció muy interesante a la par que raro.
Entraron finalmente a una pequeña sala donde se disponía un escenario un poco
elevado del suelo, con sus instrumentos bien colocados en las posiciones que
Marion consideraba correctas.
El público estaba
compuesto por una veintena de hombres y mujeres que miraban con fervor a los
intérpretes. Algunos cuchicheaban entre ellos. Estaban todos sentados en frente
del púlpito y ataviados muchísimo mejor que los músicos.
-
¿Para
qué es ese bastón, Marion? – le preguntó Mikel.
-
En
el Barroco, el director de orquesta usaba un bastón en lugar de la conocida
batuta. – le explicó, señalando al bastón de madera con un gran acabado en
virutas doradas a modo de decoración y el extremo superior acabado en una
esfera negra - . Por eso está ahí.
-
¡Ah!
– suspiró Mikel. Estaba un poco nervioso, puesto que nunca le habían dado un
papel protagonista y no quería cometer ningún error en la ejecución. Se fijó
todavía más en el violín que le esperaba para ser tocado - . ¿Un Stradivarius?
-
Sí.
– le contestó Marion.
-
Pero
sólo unos pocos pueden gozar de poseer uno de éstos… - dijo Mikel mientras
tocaba con suavidad las cuerdas del violín.
-
Efectivamente.
– le dijo, y se acercó todavía más a él, hasta el punto de susurrarle en el
oído - . ¿Ves a aquel hombre de allí?
Mikel levantó la mirada y
vio cómo un hombre con la tez tan pálida como Marion y su cabeza cubierta por
una peluca blanca no dejaba de observar sus movimientos, como si el violín
fuera de su propiedad.
-
Es
Antonio Stradivari y yo fui su esposa una vez – hizo una breve pausa - . Lo vas
a tocar tú. Serás uno de los pocos privilegiados que lo haya conseguido.
-
Pero,
¡eso es imposible!, será un descendiente lejano en cualquier caso… - especuló
Mikel. Marion de vez en cuando tenía episodios extraños, contaba historias como
si fuesen verdad para que sus alumnos lo entendieran mejor, o al menos eso
pensaba Mikel. Ahora todo era muchísimo más raro.
Marion ya se encontraba
en la posición que le correspondía, evitando más preguntas o insinuaciones de
Mikel. Afinaron las cuerdas y Marion dio comienzo con un golpe de bastón contra
el suelo.
Los violonchelos dieron
la salida con ritmo lento, y les siguieron los contrabajos. Pocos segundos
después, los violinistas continuaron el ritmo y pasados treinta y seis segundos
exactos, Mikel emprendió la ardua tarea de interpretar el “Invierno”. El resto de
músicos estaban sentados excepto él mismo, quien se hallaba de pie en medio de
los demás y cara al público, con el apoyo de la partitura en el atril frente a
él. Llevaba puesto un ridículo traje cuyos pantalones iban a juego con la
chaqueta repleta de chorreras en mangas y cuello. Aquel violín era fantástico,
cualquier nota que tocaba era pura poesía, magia y sentimientos. Nunca había
experimentado un sonido tan brillante y afinado.
Notaba como los presentes
se iban emocionando a cada segundo que la canción avanzaba, eso significaba que
lo estaba haciendo genial. Y puso todavía más ímpetu en realizar correctamente
su interpretación. Seguía con la mirada de vez en cuando el bastón de Marion,
que marcaba el tiempo a seguir. La cara de la directora se tornó en un gesto
todavía más serio que el que se acostumbraba a mostrar a los demás, como si
aquella canción le fuera la vida en ello.
Llegó una pausa y a
continuación la parte lenta de la pieza. Mientras tocaba, Mikel miró por el
rabillo del ojo la puerta: dos hombres de gran estatura estaban custodiándola,
mirando fijamente al escenario.
Tuvo el certero presentimiento de que nadie
iba a salir de allí, y no pudo evitar derramar lágrimas sobre sus mejillas a la
par que empezó a emocionarse con la música que tocaba. Volvió la vista a
Marion, quien no le quitaba ojo de encima, y después de nuevo a los presentes.
Las mujeres eran de una gran belleza junto a los hombres que las acompañaban.
Miró esta vez a sus
compañeros cuando terminó el tempo lento y de nuevo hizo una breve pausa,
parecía que nadie más se había dado cuenta de lo que estaba pasando, así que
decidió enfrentarse a sus miedos después. Siguió tocando el tercer movimiento
de la pieza, que iba creciendo en intensidad y fuerza. Ahora sólo se limitaría
a mirar la partitura y no pensar en nada más que en la música que salía de su
violín al ritmo de sus pulsaciones.
Cuando ya llevaban ocho
minutos de canción, una mujer se levantó de su sitio muy lentamente, con mucha gracilidad
al ritmo de la música. Cuando Mikel tocaba más rápido, se fueron levantando el
resto del público, expectantes. Aquellos señores y señoras se iban acercando
con cautela al escenario, sin levantar sospechas sobre el resto de músicos, tan
concentrados en tocar.
A continuación, una parte
más rápida para acabar la interpretación tenía a todos únicamente preocupados
por acabarla en condiciones, pero ya tenían al público encima, con los ojos
completamente negros. Cuando Mikel acabó, miró a Marion. Ésta tenía un par de
colmillos más largos de lo usual asomándole por los labios y sus ojos eran
igual de negros que el resto de los asistentes.
Marion se abalanzó sobre
Mikel.
-
¡Tu
misión acaba aquí! – le dijo con una voz que jamás hubiera conocido que pudiese
salir de Marion, y empezó a morderle en el cuello. El chico gritaba desesperado.
Se inició una persecución por toda la sala de
parte de los espectadores. Mikel sólo podía escuchar gritos y palabras en
italiano que no entendía. Marion usaba tanta fuerza para amordazarlo que dejó
de sentir sus brazos y piernas enseguida.
Su luz se apagaba, y la
última imagen que vio fue la de un hombre mordiendo en el cuello a su compañera
violinista. Un chorro de sangre salió disparado hacia la cara de Mikel e hizo
que éste cerrase los ojos.
Nunca más los volvió a
abrir.
Pablo despertó de nuevo
empapado en sudor. Estaba en el sofá. Esta pesadilla era mucho más real que la
anterior… pero ¿cómo podía haber soñado dos veces con el mismo tema, sin antes
haberlo pensado? Demasiadas
casualidades.
Fue hacia las once de la
mañana al conservatorio. Abrió las puertas y un olor a putrefacción y a metal
le inundó la nariz.
La luz del sol que
entraba por la ventana se reflejó en un pequeño charco del suelo, sangre. Un
rastro constante indicaba que alguien había arrastrado algo que sangraba muchísimo
hacia el interior, como si ese algo intentara escapar del edificio.