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domingo, 12 de octubre de 2014

Topanga

La nieve caía con fuerza hasta cuajar, el viento que llegaba a la tienda era más frío conforme la noche se acercaba pero una gran hoguera en el centro de ésta ardía con clamor para mantener la temperatura de todos los allí presentes. El parto duró cuatro angustiosas horas entre gritos y sollozos, ya que dos preciosos gemelos varones venían en camino. El jefe de la tribu, Unkas, ordenó que todas las mujeres se reunieran en la tienda donde su esposa traería al mundo a sus hijos mientras él, y el resto de los hombres, cazarían para festejar el acontecimiento. La curandera ayudó en el parto y al primero de ellos lo llamó Dasan, cuyo significado sería “el líder de las aves”, y al segundo de ellos lo llamó Kato, que significaba “segundo gemelo”.

 A las faldas de la curandera observaba con atención su hija, una niña pequeña que aún se chupaba el dedo pero miraba aquello con gran expectación. La curandera, quien parecía extrañamente mayor como para tener una hija de tan corta edad, puso a ambos recién nacidos en una cuna de mimbre cubierta por pieles de lobo. Untó su dedo índice en un cuenco lleno de pintura negra y luego dibujó en la frente de cada niño. En Dasan dibujó el símbolo de la fuerza, y en Kato, el de la sabiduría. Tala, aun siendo muy pequeña, observó cómo la madre de ambos moría en lenta agonía desangrada.

Pasaron cuatro años y los hermanos jugaban en el bosque junto a Tala. Su madre los había adoptado tras su nacimiento, ya que cuando Unkas junto con los demás hombres, llegaron a la tienda y vieron lo que había ocurrido, se atormentaron durante largo tiempo. Unkas se suicidó clavándose un machete en el corazón a las pocas horas de la muerte de su esposa, no podía vivir sin ella y delegó a sus hijos a la curandera, teniendo a Tala como hermana:

-          Tala, tú que eres una chica… ¿cuáles de estos frutos son comestibles? – le preguntó Dasan.
-          Todos menos esas bayas rojas. – le dijo Tala mientras entrecerraba los ojos con mirada furtiva.
-          ¡Dasan!, ¡mira cómo corren esas liebres! – le dijo Kato.
-          ¡Vamos a cazarlas! – ordenó Dasan. Y corrieron persiguiéndolas.
-          ¡Esperad! – dijo Tala desde atrás.

Corrieron hasta la madriguera de las liebres, pero ellas fueron más rápidas y se escondieron antes de que los niños pudieran atraparlas. Tala fue la última en llegar. Los gemelos estaban paralizados, delante de ellos apareció una jauría de lobos salvajes rugiendo enseñando sus dientes a los chicos. Kato fue el primero en reaccionar, se giró sobre sus pasos y comenzó a correr, y cuando pasó por al lado de Tala, la agarró de la mano obligándola a correr también. Tala no apartó la vista de Dasan, quien era devorado salvajemente sin poder defenderse. Corrieron hasta llegar a su tienda, pararon en seco y echaron la vista atrás, no les había seguido ningún lobo.

La madre de Tala, quien poseía una cabellera blanca peinada en una larga trenza del mismo tamaño que su espalda, les curó las rozaduras, les arropó por la noche y susurró a Kato:

-          Ahora te corresponde a ti la labor de dirigir a nuestra tribu. La profecía se cumplirá solo si tu estas al mando…
-          ¿Qué profecía? – preguntó Kato.
-          Los demonios vendrán a apoderarse de nuestra tierra, nuestros amigos y familias verán su final… pero sólo podremos vivir si tú nos guías. – concluyó la mujer.

Una mañana, Tala ya convertida en una mujer, entrelazaba cordeles con plumas de cuervo y gallina para realizar un atrapa-sueños. Siempre llevaba sus cabellos oscuros suelos, mientras que el resto de las mujeres de la tribu se peinaban con trenzas, pero todas tenían algo en común, se ataban plumas de en algunos mechones de pelo enredados con cordeles de diferentes colores: las solteras utilizaban cordeles amarillentos y las casadas azules. Kato siempre había pensado que Tala era la chica más bella de todas, la más inteligente a la hora de planear estrategias de caza y muy hábil con el arco. Daría la vida por ella si fuera necesario y sentía que esos sentimientos eran correspondidos:

-          ¡Kato!, ven. – le dijo Tala sentada en el suelo: - Siéntate conmigo y ayúdame con esto.
-          ¿Otro? – le preguntó Kato mientras se sentaba: - Pero, ¿cuántos necesitas para proteger la tienda, Tala?
-          Unos cuantos… sujétame de ahí. – le señaló los cordeles, y así lo hizo.

La tienda estaba llena de atrapa-sueños que Tala había hecho con sus propias manos desde que murió Dasan. Su madre los observaba casi siempre, intentando evitar que pasaran demasiado tiempo juntos, ya que Kato debería de ocuparse de estar más con los hombres que con su hija.

 Era un chico que tenía el pelo largo hasta la mitad de su espalda, fuerte de constitución y de noble linaje, el marido perfecto para Tala:

-          Kato, sabes que tu deber es ir a cazar, traer comida y preocuparte por pensar en estrategias de ataque… - comenzó a decir la mujer.
-          Eso significa que algo has visto, ¿verdad? – preguntó Kato: - Hay algo que has visto en mi futuro.
-          Así es. – dijo mientras le pasaba rozando con plumas bañadas en pintura por el rostro: - Y ahora, ve y únete al resto, necesitan tu ayuda.

Kato fue al encuentro de los demás hombres en su tienda, cuyos rostros también estaban pintados de rojo, símbolo para la defensa. Planeaban saquear la tribu regida por el Cacique Onawa, ya que apenas les dejaban libertad para cazar en su bosque y siempre tenían que obedecer sus órdenes para bien o para mal, puesto que Onawa regía la mayoría de las tribus centrales del norte. Obligaba a cada jefe a entregarle la mitad de sus enseres e incluso en ciertas ocasiones, entregarles mujeres.

Uno de los hombres, propuso atacar de noche; otro atacar mientras estaban de caza y así decir que había sido un error… Kato sabía perfectamente que Onawa contaba con espías repartidos por todas las tribus y no se fiaba de ninguno de ellos:

-          Kato, ¡el próximo Cacique tienes que ser tú! – le dijo su mejor amigo Shasta. Tenía media cabellera rapada y la otra media lucía una espesa cabellera larga, oscura y sedosa.
-          ¡Sí! – gritaron los demás.
-          ¡Vamos a acabar con el hambre y el miedo! – Shasta se dirigió al resto de los presentes, el cual fue vitoreado al terminar la frase.
-          Amigo mío… - comenzó a decir Kato: - Es una guerra difícil de ganar. Yo soy justo con quien hay que serlo, vosotros ya lo sabéis, pero no quiero arriesgar vuestras vidas, la de vuestras mujeres e hijos y sobre todo, no quiero que nadie luche por una causa perdida…
-          Jefe, pero si tú has levantado el mejor poblado que hayamos visto jamás. – le dijo Shasta: - Contigo hemos luchado cuerpo a cuerpo para construir esto, ahora no te vengas abajo…
-          Shasta, compañero. Eres muy buen amigo de todos, y el mejor consejero que podemos tener, pero la curandera ha tenido una premonición, y debemos de quedarnos aquí, debemos resistir. – le dijo Kato.

Pasó largo rato y todos los hombres fueron saliendo de la tienda uno a uno para reunirse con sus familias y transmitirles el mensaje. Kato se quedó a solas. Aprovechó para sacar de su bolsillo una figura de madera, un juguete con forma de águila que simbolizaba a su hermano Dasan. Recordó con amargura toda su infancia sin un padre o una madre auténticos, educándolo así la madre de la mujer a la que amaba. Sentía que ella lo quería, así que decidió dar el paso. Salió de la tienda y caminó hasta el tótem de su familia, apartado del poblado a orillas del río. La figura que se posaba sobre el suelo era de un lobo, le seguía la de un oso y finalizaba un águila con grandes alas extendidas.

Kato los tenía muy asimilados: el lobo era su padre, el oso su madre y su hermano el águila. Cada uno de ellos tenían el alma de un animal, pero Kato no sabría definir el suyo. En una ocasión, Tala le dijo que su alma tenía forma de gallina, y por eso recogía todas las plumas que podía para hacerle atrapa-sueños. De una cosa sí estaba seguro, no era una gallina, ni un oso, su animal sería una lechuza y así le hizo saber al resto de su tribu si algún día padeciera en la batalla:

-          Sabía que te encontraría aquí. – sonó la voz de Tala acercándose por detrás.

Kato se giró y la miró. Tan bella como siempre, Tala traía consigo un lobezno con el pelaje plateado en los brazos:

-          ¿De dónde lo traes? – le preguntó Kato acercándose y tocándolo.
-          Del bosque, su madre lo ha abandonado… creo que algo le pasa. – dijo Tala mientras lo dejaba en el suelo. En efecto el lobezno no andaba como lo hubiera hecho uno cualquiera, cojeaba de la pata derecha: - Tiene la pata rota, lo curaré y lo amaestraré para poder cazar con él.

Sus miradas se cruzaron de nuevo. Kato no podía pensar en otra cosa que compartir su vida al lado de esa mujer. Era perfecta, y tendrían unos hijos perfectos. Sin más palabras Kato besó sus labios y Tala le correspondió. Sólo se podía escuchar el arrullo de las aguas del río, ambos se transportaron a un lugar donde reinaba la paz y la tranquilidad, donde sólo existían ellos dos.

Regresaron con sus manos entrelazadas y Tala aún tomaba con la mano libre al lobezno para evitar que su rotura empeorara:

-          Te llamaré Dasan. – le susurró Tala al animal. Luego miró a Kato.
-          Me parece correcto. – dijo Kato sin dejar de sonreír.
Entraron en la tienda y su madre los miraba desafiante:
-          ¿Estáis dispuestos a uniros eternamente? – les preguntó.
-          Ambos lo estamos. – le dijo su hija, luego volvió a mirar a Kato.
-          Está bien. Habrá que organizar las nupcias para mañana. – dijo la mujer sin mostrar un ápice de alegría en sus venas. Nada más le importaba a Kato, sólo compartir su vida junto a Tala y convertirla en su mujer: - Reuniré a todos en la tienda principal y prepararemos la ceremonia.

A la mañana siguiente, toda la tribu esperaba a la futura pareja. En el centro del poblado se irguió un majestuoso tótem, una lechuza seguida de un conejo. Sus almas ahora estarían unidas para siempre en aquella figura.  El pequeño lobezno correteaba como si nada más le importase, ya que la noche anterior Tala, mediante un embrujo, consiguió curar su pata. Ella apareció más bella que de costumbre, con el pelo recogido en una gran trenza y los cordeles que enredaban sus cabellos con plumas, de color azul. A Kato le habían pintado el torso con símbolos de fuerza, virilidad y sabiduría en tonos azulados.

La ceremonia duró todo el día, hubo un gran banquete y por la noche encendieron una hoguera. Alrededor de ella los hombres bailaban al son de los tambores. En un momento, el ritmo fue ganando velocidad, era el momento en que todos los presentes animaban a Kato a bailar la danza del fuego, y así lo hizo. Se trataba de unos pasos rápidos al ritmo del tambor rodeando la hoguera para acabar saltándola de un extremo al otro. Lo hizo con éxito a pesar de que la altura de las llamas era el doble de su estatura real.

Las llamas se apagaron, quedando las ascuas incandescentes. Kato y Tala no podían dejar de abrazarse, pero entonces sería el turno de las mujeres. Dos de ellas tomaron a Tala por los brazos. Ésta se descalzó y se apoyó en las otras dos mujeres, el rito terminaría si la novia conseguía pasar descalza por encima de las ascuas de la hoguera. A pasos pequeños, Tala fue avanzando en su camino hacia el matrimonio, sintiendo cómo las plantas de sus pies quemaban, pero ella era mucho más fuerte y cualquier dolor físico no significaba nada, por lo que consiguió pasar por encima de aquellas ascuas. Las mujeres le tiraban flores y los hombres le colocaron una gran corona de plumas a Kato, símbolo de que ya era completamente el jefe de la tribu y ningún miembro más podría llevarla puesta.

Pasaron tres años, tranquilos, sin guerra. Tala y Kato convivían en la tienda principal del poblado, contando con grandes privilegios como los de no cazar, recolectar o cualquier labor destinada a los miembros inferiores. Kato se entrenaba en combates con sus amigos, incluyendo a Shasta, quien era diez años más mayor que él y lo había tratado siempre como a su hermano pequeño, aconsejándole en las decisiones más importantes para la tribu. Se podría decir que era la única figura paterna o fraternal que había tenido Kato a lo largo de esos años.

Tala, mientras tanto, aprendía hechizos nuevos y antiguos que le mostraba su madre. Mujeres y hombres acudían a ella para que les curase de una enfermedad o le sacara los malos espíritus de su interior, otros tantos simplemente le preguntaban por su futuro, por el de su familia o por si las cosechas esa temporada darán buenos alimentos. Tala sabía muy bien que tendría que administrar sus poderes en pequeñas dosis, o acabaría perdiéndolos para siempre, (al menos eso le dijo su madre, que la miraba desde el fondo de la tienda).

En una ocasión, la mujer de Shasta, Umi, pidió que le hechizara para ser fértil, ya que había pasado una década y no conseguía concebir ningún heredero para su marido. Pensaba que sería estéril, y como venganza se cortaba a sí misma los cabellos a ras de piel, algo impensable para cualquier mujer de la tribu. Lloraba y lloraba sin consuelo, pero Tala le pasó la mano untada en sangre de cordero por el rostro, dibujando una gran línea desde su frente hasta la punta de su nariz y sus lágrimas cesaron. A los pocos días, Umi estaba en cinta, fue a comunicárselo a Tala, ésta tocó su vientre y predijo el futuro de su hija, una preciosa niña con dotes de cazadora como su padre.

Un día, Shasta y otros cuatro hombres se habían ido a cazar, pero no regresaron pasados dos días de rigor impuestos por Kato, el cual se impacientó y convocó al resto para ir a buscarlos:

-          Mi amor, no vayas… - le decía Tala mientras lo abrazaba: - Tengo un mal presentimiento, dentro de poco se cumplirá la profecía…
-          Tranquila, somos lo suficiente listos y fuertes como para luchar o para salir corriendo. – le dijo su esposo: - Shasta es mi mejor amigo y consejero desde que tengo uso de razón, así que no puedo dejarlo a su suerte. – dicho esto, Kato besó a su mujer en la frente, miró a Dasan y le acarició el lomo: - Tú cuida de Tala. Protégela con tu vida contra los demonios.
-          Kato, estoy esperando un hijo tuyo. – se apresuró a decirle Tala.
-          ¿De verdad? – le preguntó Kato sorprendido mientras le acariciaba el vientre. Tala asintió con los ojos vidriosos.
-          He tenido una premonición, mi amor. Será varón, y se parecerá a ti físicamente, pero heredará mis poderes. – le dijo Tala.
-          En ese caso, será el jefe perfecto de la tribu. – anunció Kato, y después besó en los labios a su esposa: - Se llamará Unkas, como mi padre.

Tala aceptó el nombre, ya que había visto el mismo espíritu de su suegro crecer en su interior.

Todos partieron montando a caballo incluido Kato, con las puntas de sus flechas bien provistas de veneno de serpiente por si acaso tenían que enfrentarse a algo más peligroso que los propios animales del bosque:

-          Estaremos de vuelta dentro de dos días. – comenzó a hablar Kato para el resto de mujeres presentes: - Si no hemos vuelto en dos días, coged todo y huir hacia las profundidades del bosque, montad el campamento allí y quedaros, no importa el lugar.
-          Pero, jefe, nosotras… - comenzó a decir Umi con su pequeña hija en brazos.
-          Sé de buena mano que muchas de vosotras sabéis cazar, pescar y luchar. – Kato miró a su alrededor y fijó la vista en su esposa. Tala lo observaba desde la lejanía sin parpadear: - Cuídalas. – a pesar de que lo dijo en voz baja, Kato sabía que Tala lo había escuchado.

Tala vio como aquellos padres de familia, amigos y compañeros se encaminaban hacia la oscuridad. Sabía que no podía dejar a todas aquellas mujeres y niños a su voluntad ya que Kato depositó en ella el mando. Por lo menos su tribu gozaba de buena fama tanto para hombres como para mujeres de ser unos grandes cazadores y estrategas, de mimetizarse con su entorno y poder sobrevivir días sin ser advertidos por otras tribus.

Al anochecer, Tala fue al linde del bosque con Dasan a su lado. Ella se quedó inmóvil con la mirada perdida entre la oscuridad, mientras que el lobo se sentaba a su lado mirando en la misma dirección. Umi salió de su tienda a por más leña para su hoguera, puesto que comenzaba a hacer más frío por las noches, vio a Tala y a su mascota de espaldas:

-          ¡Tala!, ¡entra ya que te vas a helar! – le gritó Umi desde unos veinte metros.
-          ¿Crees que no sé? – se limitó a contestar Tala.

Ante la sequedad de su amiga, Umi decidió dejarla en paz y volver con su hija. Sabía perfectamente que Tala era muy independiente de los demás, siempre hablaba con brusquedad y con cierto orgullo, pero con Kato era totalmente diferente.

Otros ojos observaban aquella escena desde su tienda, la madre de Tala tuvo una visión aquella noche: su hija iba a cometer la locura de adentrarse en el bosque para salvar a Kato, daría todo por él. Pero cuál fue su sorpresa cuando Tala se giró y volvió la vista al poblado. Caminaba hacia ella con la cabeza baja y mirando de reojo a Dasan. Cuando llegó, no miró directamente a su madre, se limitó a pasar y acurrucarse en la hoguera tiritando. Comenzaba a nevar y la mujer sabía perfectamente que aquellos hombres valientes no durarían mucho tiempo vivos fuera de su poblado. Sintió una enorme pena por ellos y cerró la tienda, se acercó a su hija con una manta de pieles de oso y la arropó. Tala suspiró agradecida por el calor que le otorgaba su madre:

-          Mañana tenemos que partir. – le dijo Tala entre susurros.
-          Lo sé. Tú guiarás a esas mujeres y sus hijos a la salvación, pero debes actuar con precaución o si no… - su madre intentaba advertirle pero Tala ya dormía.

Como era de esperar, al día siguiente, Tala hizo sonar el cuerno de la tribu para convocar a todos sus miembros en la tienda del jefe, y así lo hicieron. Una vez que todas las mujeres con sus hijos a cuestas entraron y tomaron asiento, Tala comenzó su discurso:

-          Como ya sabéis, ahora tengo yo el mando. Ya sé que no han pasado esos dos días que nos dijeron nuestros guerreros, pero he tenido una visión. – comenzó Tala a decir mientras lanzó al aire un puñado de granos de maíz.

Luego, tomó una antorcha y la posó encima de un montón de hojas de cardo, incienso y bayas rojas. Esa hoguera tan extraña empezó a arder, dejando un humo de color rojizo repartido por toda la estancia:
-          El Cacique no vencerá pero tenemos que huir tan lejos como podamos. – unas figuras humanas, las suyas propias aparecieron ante ellas. Las mujeres recogían a toda prisa sus bienes y seguían la senda que Tala iniciaba a pie.
-          ¡Tengo miedo! – dijo una niña.
-          No temas, mi vida, Tala sabe lo que dice. – le dijo la hija de Umi.
-          Y ahora quiero que veáis esto… - prosiguió Tala con un ademán de brazos, revolviendo así el humo. Una decena de armas de fuego se disparaban contra miembros de otras tribus. Hombres y mujeres corrían despavoridos intentando esconderse entre los árboles, pero no sobrevivieron.
-          ¿Qué clase de brujería es esa? ¿Son demonios? – preguntó Umi en voz alta.
-          Vienen a por nosotros y tenemos que irnos de aquí. – explicó Tala: - Debemos recoger todo lo que sea primordial e irnos a un lugar más seguro o de otra forma, mañana nos encontrarán, nos torturarán y seremos esclavos… - concluyó.

Todos los presentes corrieron a sus tiendas, recogiendo sus cosas a toda prisa. Tala se tocó el vientre de nuevo. Quería salvar a la tribu y crecer fuertes, sanos…:

-          Estás haciendo lo correcto. – resonó una voz masculina en su cabeza. Unkas, el padre de su esposo, le hablaba desde el otro lado. Y allí estaba él, enfrente de las dos, sabiendo que ambas podían verle y escucharle.
-          Unkas, ¿qué debo hacer ahora? – le preguntó Tala. Observó que el hombre estaba bañado en sangre y con el rostro casi en su totalidad de color negro.
-          El espíritu de mi hijo Dasan te ayudará. – dijo mientras señalaba al lobo.
-          Siempre supe que Dasan me encontró a mí y no yo a él. – le dijo Tala.
-          Yo guié a mi hijo en su deseo por volverte a ver, Tala. De no haber sido por su muerte, no serías la esposa de Kato. Lo sabes muy bien. – le explicó Unkas.
-          Sí. Siempre supe que ambos estaríamos ligados en este camino, y así será. – le dijo Tala.
-          Hija mía, yo también quiero volver. Mi espíritu renacerá en tu hijo. – anunció Unkas, y después se acercó a Tala. Ambos se miraron fijamente, sabían que esto era lo correcto si querían salvar a la tribu. Unkas atravesó el cuerpo de Tala, quedándose así en su interior.

Otras veces ya le había pasado que intentando contactar con sus antepasados, se aparecieron ante ella y la atravesaron, introduciéndose así en su cuerpo para poder decir a sus seres queridos un mensaje. Pero esta vez no se apoderó de su cuerpo, simplemente se quedó en su vientre. Su hijo sería la reencarnación de Unkas.

Tala se agachó para acariciar el lomo de Dasan mientras éste la miraba:
-          Eres un buen lobo, y como tal, guíame hacia el lugar sagrado. – le dijo, después, tomó en sus manos el rostro del animal y se lo acercó a escasos centímetros del suyo: - Confío en ti, hermano mío.
-          Hija, si no te das prisa, Onawa vendrá y hará exactamente lo mismo que esos demonios que acabamos de ver. – le decía su madre.
-          Llevaré a esta tribu hacia Topanga y luego, madre… - Tala hizo una breve pausa mientras se incorporaba de nuevo sin apartar la vista de su madre. Suspiró y dijo: - Luego iré a buscar a Kato.


La nieve cuajó, y la tribu dejó tras de sí un rastro de huellas de carretas, pisadas adultas e infantiles y huellas de animales que se perdía en el horizonte.

1 comentario:

  1. Memorable! Espero por la segunda parte de esto...o mejor, lánzate ya con un libro! Aqui tienes una fan!
    Mucho ánimo!

    Ana Gualda

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