RELATO INSPIRADO EN TEMÁTICA LOVECRAFTIANA, presentado al pasado II Certamen de Relatos e Ilustración "Fuenlabrada fantástica".
Nací y crecí en la ciudad
de Fuenlabrada. Había convivido con mi madre y mis dos hermanos pequeños en una
casa humilde, ya que mi padre murió cuando yo era pequeño sin dejarnos apenas
herencia. Los constantes abusos por parte de mis compañeros en clase trajeron
secuelas en mi personalidad, siendo tímido, con una bajísima autoestima y un
paranoico de lo extraterrestre y lo paranormal.
Durante mis años
universitarios en la facultad de Psicología, viví solo en un piso de la
capital. Me refugiaba en los libros de ciencia-ficción y fantasía creando una
nueva dimensión en mi mente, haciéndome evadir de todos los problemas
terrenales. Era uno de los pocos afortunados que contó con ayudas en la
Universidad por mi gran capacidad intelectual. “Superdotado” me llamaban
algunas veces, “loco” lo decían en otras ocasiones… pero yo sabía que era el
elegido para desempeñar la tarea.
Muchas veces había soñado
con una gran máquina, piezas que encajaban como las de un reloj de proporciones
inmensas y humo, mucho humo, que provenía de su interior. Funcionaba. Los planos
de esa máquina los repasaba una y otra vez en mi cabeza. Me decía <<va a
funcionar, podré viajar al futuro o al pasado, lo que quiera podré escoger… >>.
Cuando era un simple estudiante, dibujé una y otra vez los planos de la
máquina, pero no contaba con los recursos necesarios.
Ahora, con treinta años, soy
profesor de la misma facultad de Psicología en la que un día estudié, intento
convencer a mis alumnos de que existe vida fuera de nuestro planeta. Se podrían
hacer viajes a un futuro lejano o incluso volver al pasado para arreglar algo. Me
han vuelto a tachar de “loco” y “paranoico”, pero lo único que me pasa es que
en mi mente hay flashes, recuerdos o visiones que se me aparecen sin previo
aviso. Cuando esto me ocurre, me quedo muy quieto, prestando toda la atención
posible a las imágenes para no perder detalle. Exteriormente me quedo
bloqueado, con la mirada perdida y hablando en una lengua que nadie entiende.
En una ocasión, un
compañero también profesor de la misma facultad, me grabó con su cámara
mientras me ocurría. Para las personas que se consideran “normales” les
causaría miedo, terror, pánico. Pero para mi compañero y para mí, eran simples
visiones que unos pocos cerebros privilegiados pueden percibir. Le comenté lo
de construir una máquina del tiempo, y él aceptó. La construiríamos con los
recursos que la propia Universidad facilitaba, en la sala vacía que se
destinaba a los documentos antiguos pero que sin embargo, seguía vacía.
Después de tres años de
exhaustivo trabajo, al fin conseguimos construirla. El tamaño era el mismo del
que yo recordaba en mis visiones y todo encajaba según lo previsto. Mi
compañero quería atribuirse todo el mérito por ello, pero yo no lo podía
tolerar. La idea era mía y el mérito sería mío. Por tanto, yo y solo yo, sería
el primero en probarla.
A los pocos días, el
Rector de la Universidad vino a mi despacho. Tapé como pude los dibujos de
planos y anotaciones que tenían relación con la máquina. No quería que nadie
más supiese lo que había construido, y mucho menos que en aquel lugar había
asesinado a mi compañero. Nadie más lo debería saber.
-
Miguel,
siento molestarte – me dijo al entrar.
-
No
importa, pasa.
-
Miguel,
lamento ser el portador de malas noticias, pero… estás despedido.
-
¿Por
qué?
-
Todos
tus alumnos han firmado para que te vayas. No les gustas. Tu comportamiento en
clase no es el adecuado. Además, uno de ellos nos ha filtrado una grabación muy
extraña de ti.
En esos momentos, recibí
una nueva visión en mi mente. Tentáculos verdosos salían de la máquina, como si
un pulpo gigante intentase tragársela.
-
¡No!
– grité a pleno pulmón - . ¡Mi máquina! – aquellos tentáculos la querían de
veras.
-
Miguel,
vete a casa y no vuelvas por aquí.
Un último vistazo a mi
máquina me dio a entender que ésta quería ser probada. Recogí mis bártulos de
mi despacho y me dirigí a la sala secreta. Allí mismo, estaba escondidos los
restos de mi compañero en formol. Lo hice.
Me introduje por la
trampilla inferior y tomé asiento en el interior del control de mandos. Nada ya
importaba, nada salvo mi destino.
No estaba nervioso, sino
más bien decidido en todo lo que hacía hasta el momento, sin flaquear ni un
solo instante. Escuché un zumbido en mis oídos y se le iban uniendo susurros en
otra lengua, tal vez en alguna antigua que no conocía o tal vez en una lengua
nueva, futurista, una mezcla de todos los lenguajes que existen en el mundo
ahora mismo.
Presioné el botón granate
con mi pulgar, bajé la palanca que tenía a mi izquierda y tecleé los números
que tantas veces se me habían aparecido en mis visiones. Ahora sí que ya no
había vuelta atrás, sólo mirar adelante… En la pantalla justo enfrente de mi
posición, antes traslúcida, ahora se convirtió en un cristal muy opaco y
oscuro, hasta el punto de verme reflejado allí mismo, en el sillón rodeado de
tubos y engranajes. Mi aspecto realmente había cambiado a peor. En esos tres
años me había desmejorado a una velocidad vertiginosa, incluso lucía una barba
crecida de semanas sin cuidar y el pelo medianamente largo y despeinado.
El cuerpo de mi compañero
seguía conservado porque las voces de mi cabeza así lo querían, y así debía de
ser. Si me oponía a alguna cosa que me ordenaban, yo mismo sería el que
apareciese muerto y no él. Por esta razón, no debía de decírselo nunca a nadie,
ni mostrárselo sin palabras ni tan siquiera insinuarle que sabía su paradero.
Mi imagen se fue tornando
turbia por el movimiento veloz que la máquina estaba tomando. Las náuseas se
apoderaban de mí, así que tragué saliva y retuve el vómito en el estómago.
Cerré los ojos intentando que de esa forma todo pasara mucho más rápido pero
sabía perfectamente que no sería así, las voces en mi cabeza no querían que
cerrase los ojos, inundando mi mente con tentáculos amenazantes.
Abrí los ojos, esta vez
inyectados en sangre por la presión que la máquina estaba ejerciendo sobre mi
cuerpo. La imagen que se vislumbraba en la pantalla ahora había vuelto a
cambiar. Millones de estrellas se cruzaban a mi paso, galaxias, nebulosas…
hasta acabar dentro de un agujero de gusano. La máquina tomó mucha más
velocidad y traqueteo en el viaje. Grité de angustia, deseando que el viaje acabara
de una vez.
De repente, la oscuridad
se apoderó de mi mente de nuevo, pero el silencio era el principal sonido en el
ambiente.
-
Desde
la oscuridad te hablo, Miguel. Escúchame atentamente, vulgar humano, la
historia de mi raza desde antes incluso de su existencia – anunció una voz
gravísima, como si su caja torácica fuera extremadamente ancha. También se
notaba una dificultad a la hora de pronunciar la “r” en sus palabras.
-
¿Hablas
mi idioma? – pregunté, aún con los ojos vendados.
Sentía que mis muñecas y
tobillos estaban atados, sujetos a algo. Era imposible moverse, por lo que
decidí dejar de resistirme y guardar fuerzas.
-
Aprendí
tu idioma leyendo antiguos letreros tallados en roca, carteles de hierro que a
pesar del tiempo, aún se distinguen sus palabras – la voz de la criatura que me
hablaba se iba moviendo en la estancia tan rápido que apenas era perceptible el
lugar exacto en el que se encontraba - . Las ciudades en las que te ves
acostumbrado a viajar con tus ruidosos y contaminantes medios de transporte,
ahora son ruinas bajo nuestros pies. Nuestra sociedad no se rige por países, ya
que todos quedaron sepultados, somos una civilización liderada por un único
Dios.
-
¿Dónde
estoy? , ¿quién eres? – comenzaba a agobiarme, sentía que el corazón se me iba
a salir del pecho.
La
criatura pareció hacer caso omiso de las preguntas que le hacía.
-
Hace
tres mil años, dos países que siempre habían sido rivales, iniciaron una Guerra
Mundial como nunca antes había presenciado el ser humano. Debido a los grandes
avances tecnológicos de la época, las armas habían evolucionado casi de forma
radical, utilizando la energía que el propio planeta les daba.
Aquel ser parecía que no
iba a callar hasta contarme todo lo que tenía que decir, pero seguía sin destaparme
los ojos y sin liberar mis extremidades. Lo último que recordaba era subirme a
la máquina del tiempo que había construido. Intenté hacer memoria sobre mi
propia vida: era catedrático de Psicología en la capital; siempre volvía a mi
ciudad natal, Fuenlabrada, en vacaciones de verano y de diciembre, pero aquel
día, el Rector me habían comunicado que había sido despedido. Bien sabía que mis
locuras algún día se verían reflejadas en mis clases de Psicología, ya que
estaba ideando múltiples ecuaciones y planos constantemente.
-
¿Esto
es una pesadilla? – pregunté gritando y suplicando en mi fuero interno que así
fuera - . Por favor, desátame y déjame libre.
-
No
es tan fácil…tendrías miedo si lo hiciera… - dijo la criatura.
-
Por
favor, prometo no gritar… pero ¡me estoy volviendo loco!
-
¿Acaso
no lo estás ya?
Primero mis tobillos,
luego las muñecas y finalmente, muy despacio, la tela que vendaba mis ojos. El
ambiente era igualmente oscuro, pero con ciertos destellos verdes en el cielo.
Estábamos al aire libre porque me notaba una pequeña brisa rozando la piel, el
suelo me calentaba los pies como si el magma de la Tierra hubiera ascendido
hacia la corteza unos metros. Busqué a la criatura y allí estaba, enfrente de
mí.
-
¿Qué
eres? – pregunté con curiosidad intentando acercarme todavía más. La criatura
retrocedió sobre sus pasos, evitando el contacto humano.
-
Soy
un descendiente. Tú eres mi ancestro.
-
¿Cómo
es eso posible?
-
La
máquina que creaste, funcionó. Estas en el futuro.
<<Miguel… esto es
una hazaña que jamás nadie ha conseguido…>> no podía dar crédito… ¡no
estaba loco!
-
De
acuerdo, sigue contándome esa historia… - estaba tan absorto en mis
pensamientos que no había reparado en el aspecto de aquella criatura.
-
Estamos
en lo que tú un día llamabas “Fuenlabrada”, por lo que he visto en los
carteles. Ahora es una ciudad en ruinas donde habitamos, no de la misma forma
que lo hacíais vosotros.
-
¿Qué
pasó en la Tierra?
-
Por
lo que he descubierto, tú vienes de una época en la que faltaban diez años para
“la noche macabra”.
-
¿La
noche macabra? – insistí. Aquello se estaba tornando en una temática un tanto
espeluznante.
-
Sí,
la noche en la que todo estalló y la cabra descendió para salvarnos. – la
criatura hablaba de “la cabra” como si fuese su Dios.
-
La
cabra… no entiendo, ¿conoces al animal, o es simplemente un apodo de algo?
-
La
cabra es la Diosa de la fertilidad, conocida por nosotros como Shub-Niggurath.
Nuestro idioma es difícil de pronunciar para un simple humano como tú, pero el
vuestro es tan fácil de aprender… - la forma en la que pronunciaba la letra “r”
me ponía los pelos de punta. La remarcaba a pesar de que en ocasiones no era de
pronunciación fuerte.
Tenía la sensación de que
aquella criatura me estaba hablando desde la total sinceridad, por lo que
continuaría escuchándola, pero estaba tan cansado que pensé en sentarse en el
suelo, entrelazando las piernas y sintiendo el calor que provenía del interior
del planeta. De pronto, me di cuenta de que los pulmones no respiraban todo el
oxígeno que necesitaban… << Aguanta Miguel, dosifícate el aire>>
pensé.
Tuve el presentimiento de
que el ser que en frente de mí estaba se había percatado de mis pensamientos,
así que finalmente me tranquilicé. Después de todo, yo era el intrépido loco
que se había aventurado a viajar en el tiempo.
Un resplandor verde
iluminó el cielo como si se tratara de la aurora boreal que tantas veces había
visto en la televisión. La criatura también quedó iluminada, pero sólo se podía
distinguir su silueta, muy parecida a la mía.
-
Continúa,
por favor – pedí entre la penumbra.
Acabadas estas palabras
el resplandor en el cielo se apagó, dejándolos de nuevo casi a oscuras. Ese ser
comenzó a hablar de nuevo.
-
Eres
un humano adulto, por lo que entenderás todo – tocó mi mano con la suya, fría,
pringosa y más grande que la mía; las imágenes se iban intercambiando de uno a
otro.
Una sensación de vértigo
invadió mi mente de humano, mientras que la criatura seguía impasible ante tal
acción.
Decenas de aviones de
combate volaban de un lado para otro, lanzando bombas allá por donde les habían
dicho los altos mandos. La vista se acercó todavía más a la ciudad que bien conocía
como la palma de mi mano, Fuenlabrada. La gente corría despavorida en todas
direcciones, entre humo y llanto, ahí estaba una niña de tan solo diez años de
edad. Me vi a mí mismo tomando a esa niña entre brazos.
-
¿Dónde
cayó la bomba? – pregunté a la criatura, absorto en los ojos de aquella niña.
Tenía miedo y quería protegerla.
-
En
otra región – me contestó sin apartar la vista de mí. Sentía sus ojos clavados
en mi rostro, como si en verdad quisiera ver mis reacciones ante tales
imágenes.
Continué mirando la
escena dantesca. Edificios estallaron en llamas al mismo tiempo que mi “yo” del
pasado corría a toda prisa por las calles con esa niña. Me fijé todavía más en
ella… tenía mis ojos, consecuentemente, era mi hija, << ¿pero qué hay de
su madre? Todavía no he conocido a ninguna mujer con la que salir, y mucho
menos con la que tener un hijo tan pronto>>. El Miguel del pasado se
aventuró en un callejón sin salida y dejó a la niña en el suelo, llorando.
<<Tranquila, todo
va a salir bien>>, consiguió balbucear. <<Papi, no me dejes sola
aquí…>>, dijo la niña entre sollozos aferrándose a la pierna de su padre,
yo en el pasado, como si la vida fuera en ello. <<Tengo que buscar a tu
madre, escóndete detrás de ese contenedor y no hables con nadie. Cuando
anochezca, cúbrete con esto y no hagas ruido>>. Le ordené a mi hija
mientras le tendía una manta y así la niña obedeció en silencio.
-
¿Qué
va a pasar? – pregunté a la criatura.
Mis palabras resonaban en
eco, como si estuviese en una sala vacía. Tampoco sentía mi cuerpo, como si
fuese un fantasma cuya única función sería la de observar sin más. Ahora mismo
era un ser inerte, una masa de aire que podía ver y escuchar. Intentaría
ayudar, seguro estaba de eso.
-
La
noche macabra… - la criatura habló.
-
Mi
hija… ¿va a sobrevivir?
-
Fue
la elegida por Shub-Niggurath en la ciudad de Fuenlabrada – contestó la criatura.
Pocos segundos después,
apareció un niño de la misma edad que mi hija, corriendo con la cara llena de
lágrimas y sudor << ¡Corred! ¡Ya vienen los pulpos! >>. Fue directamente
hacia ella y ambos se quedaron mirándose en silencio. Mi pequeña estaba sentada
en el suelo agarrándose las rodillas con los brazos y él todavía de pie,
mirándola con los ojos a punto de salir de sus órbitas. << ¿Puedo
quedarme aquí, contigo? >>, preguntó el chico. <<Sí, pero no grites>>
le dijo la niña entre susurros. Ambos se acurrucaron en un rincón y se taparon
con la manta.
La imagen se estaba
volviendo borrosa y en pocos segundos se hizo de noche. Gritos y disparos se
escuchaban en las calles y de pronto, centenas de seres tan altos como un
humano aparecieron persiguiendo a los habitantes de Fuenlabrada. Eran de color
oscuro y su piel se caía a cada paso que daban. Me recordó a un paciente de
lepra que intentaba escapar del centro psicológico en el que mi madre me mandó
cuando apenas era un niño.
Su cabeza estaba dividida
en dos partes: una mitad con aspecto humano y la otra de color verdoso, cabeza
y tenáculos de un cefalópodo. Iban totalmente desnudos, pero su piel, escamosa
y putrefacta, hacía que no se distinguiera ninguna parte de su cuerpo salvo las
extremidades. Buscaban a las personas, no cabía duda, y cuando se encontraban
con una, lanzaban un chorro de tinta con su boca en los rostros de esos pobres
humanos. La tinta era negra, como la de un calamar, y actuaba como ácido
corrosivo en la gente, matándolos en segundos.
-
¿Qué
son esos… seres? – me interesé. No quise decir “bichos” por si molestaba a la
criatura.
-
Son
esbirros de Cthulhu, nuestro Dios, despertados de las profundidades del océano
por la radioactividad de las bombas que lanzaron los humanos en aquella época
remota – la criatura empleó un tono heroico en sus palabras al describir la
situación - . Mataron a todos con los que se cruzaron, excepto a una pequeña
pareja…
La imagen volvió a su
hija y al pequeño niño abrazados en silencio y con los ojos cerrados,
apretándolos como si así todo fuese a pasar más rápido.
-
¿Por
qué? – las lágrimas se apoderaron de mí, pero no las notaba en mi cara.
-
Porque
eran necesarios para salvar la especie. Después de todo, Cthulhu admiraba a los
humanos. Pero sobre todo, admiraba la forma en la que luchabais unos contra
otros, y en ocasiones, matar a los de vuestra propia especie sin motivo.
La crudeza con la que
hablaba me recordó a mi compañero, muerto. Lo maté, sí, por codicia. No me
arrepentía de nada. La idea de construir la máquina fue mía. Las visiones se me
aparecieron a mí, y él era un mero trabajador para que todo esto fuera posible
algún día. Así lo querían las voces de mi cabeza y así lo cumplí.
-
¿Quién
los salvó de la devastación? – no podía dejar de mirar a los seres híbridos.
-
Mira
ahora, humano.
El impacto de una bomba
retumbó en todas las calles de Fuenlabrada. Moví mis manos buscando de nuevo la
imagen de mi hija y el chico con el que se había escondido detrás de aquel
contenedor. Una neblina verdosa se interponía entre mi parte racional y mis
instintos más básicos. Mi corazón latía a toda prisa y mi paciencia se estaba
agotando, << ¿qué pasará ahora? >>. << ¿Enserio tendría que
ver cómo la humanidad desaparece de la faz de la Tierra? >>
La respuesta vino a mí
como una ola rompiendo en un acantilado. Desde una vista de pájaro, pude ver a
mi ciudad cubierta de escombros, humo y cuerpos tendidos en el suelo con la
cara cubierta de una capa mucosa oscura. Los esbirros de Cthulhu se sumergían
en las alcantarillas de la ciudad, en silencio y con los ojos tan vacíos como
su propia alma. Mi vista se agudizó todavía más. Mi hija y el niño que había
pedido su auxilio se destapaban. Miraban atónitos los cadáveres de la gente que
alguna vez se habían cruzado en la calle mientras paseaban, en el colegio o en
el parque en el que jugaban normalmente.
De pronto, una luz
cegadora me impidió seguir mirando por unos instantes, hasta que se desvaneció.
Los cadáveres ya no estaban en las calles. Sólo se veía a la pareja de niños dándose
la mano mientras caminaban hacia el ayuntamiento. El humo seguía presente en el
ambiente, y ahora el sol se había cubierto por una espesa capa de polvo en la
atmósfera.
Una figura, una silueta
espantosa, bajó de los cielos a donde estaban los niños. Una masa sin contorno
cubierta por miles de patas de cabra y bocas con afilados dientes sin parar de
salivar se acercaba con un sonido chirriante de fondo, como si mil demonios
estuviesen gritando al unísono.
-
Shub-Niggurath
-
Maldita
sea… - se me ocurrió decir. La criatura no se lo tomó demasiado bien, por lo
que la imagen se volvió a desvanecer - . ¡Eh!, ¿qué ha pasado?
-
No
maldigas a la Diosa que nos concedió la vida…
-
¿Cómo?
– no podía estar hablando en serio, << ¿esa masa demoníaca era la
salvadora de la especie? >>.
-
Verás…
La imagen volvió a cambiar ante mí
después de una marabunta de motas de polvo que volaban salvajemente en todas
direcciones.
Ya eran una pareja
adolescente. Mi hija gozaba de una gran belleza, mientras que el
muchacho…bueno, los años de pubertad no le sentaban muy bien. Según la criatura
que me hablaba, una pareja de cada ciudad sobrevivió supuestamente para
perpetuar la especie… El sol era apenas visible, algo que me hizo añorar el
planeta que había dejado hacía apenas unas horas. La radioactividad tenía un
elevadísimo nivel sobre el planeta, además, todo el mundo sabe que sin el sol,
las plantas no crecerían, los animales se morirían y por consiguiente, la raza
humana se extinguiría para siempre de la faz de la Tierra.
-
Shub-Niggurath
les concedió el don de la fertilidad, humano.
-
¿En
qué acabará todo esto?
-
En
lo que viste cuando llegaste a nuestra era – sinceramente, la criatura no sabía
que yo no podía ver en la oscuridad, tal vez ella sí, pero yo no.
Comenzaba a preocuparme
por mi regreso con la máquina del tiempo a la Tierra que yo conocía.
Mi hija se tocó el
vientre que le sobresalía. Estaba embarazada. La ilusión por el mero hecho de
que mi hija fuese la única hembra humana que sobreviviría en Fuenlabrada, me
llenó de alegría pero… esto ya era otro nivel. El chico también posó su mano
sobre el vientre hinchado y se quedó inmóvil, como si quisiera sentir algo en
la palma de su mano.
Ambos estaban ataviados
con pieles de animales encurtidas, asemejándose a los cavernícolas que siempre
habían aparecido en televisión. Mi campo de visión se fue abriendo y comprobé
que efectivamente, vivían en una cueva, resguardados del frío y del ambiente.
La imagen se tornó de
nuevo borrosa y volvieron a aparecer las dos figuras humanas en el interior de
la cueva, al calor del fuego de la hoguera que habían conseguido encender muy
rudimentaria. Mi hija amamantaba a su pequeño retoño, tan humano como ellos
mismos y con los cabellos claros como su madre. De pronto, pasaron ante mis
ojos varias instantáneas a modo de diapositivas en movimiento, inmortalizando
el momento que la criatura quería destacar.
-
¿Van
a vivir ahí para el resto de sus vidas? – le pregunté a la criatura.
-
Atiende
ahora a las imágenes que van a sucederse una después de otra, asimila la
información y después deducirás tú mismo lo que va a ocurrir.
-
Está
bien, pero no me gusta la idea de que la raza humana va a desaparecer de esa
forma… es algo cruel para todos.
-
Miguel,
tú mismo has asesinado a ese hombre. Nosotros te lo dijimos y actuaste sin
piedad alguna, clavándole aquel hierro al rojo vivo.
-
¿Fuisteis
vosotros?, ¿las voces en mi cabeza eran de un futuro?, así que no estoy tan
loco como creía.
-
Así
es.
La
criatura no soltaba mi mano de la suya. Tenía el mismo tacto que un anfibio,
una rana o un sapo viscoso y gigante. Volví sobre mis pensamientos a observar
con recelo a mi hija y su estirpe.
El niño había crecido un
par de años y ya caminaba sólo a duras penas por las rocas del suelo de la
cueva, ataviado con pieles de los animales que su padre cazaba. Mi hija, por el
contrario, curtía esas pieles a la luz del fuego, de nuevo con el vientre
hinchado. Traería un segundo hijo a la Tierra, a ese mundo tan lleno de
contaminación y radioactividad en el que se encontraba.
-
¡Vaya!
-
El
ser humano es tan primitivo… - continuó la criatura sin apartar sus ojos de mí.
Un rastro de baba cayó sobre mi mano y quise apartarla para limpiarla, pero esa
criatura no me soltó, al contrario, la apretó todavía más con la suya.
De nuevo, otra imagen
apareció entre la bruma de mi mente. El segundo hijo, también varón correteaba
junto con el primero en un huerto, pero había una diferencia clarísima entre
ambos: el segundo hijo tenía la mitad de su rostro humano, pero la otra mitad la
invadían numerosos tentáculos verdosos, como los esbirros de Cthulhu en “la
noche macabra”.
-
¿Por
qué está deforme? – le pregunté mientras lo observaba con lástima.
-
Porque
Shub-Niggurath así lo quiso. Crearía una nueva especie a partir de una ya
existente, mucho más fuerte y consolidada inteligentemente.
-
¿Les
pasó lo mismo a los supervivientes de las otras ciudades del planeta?
-
Sí.
El segundo hijo sería el comienzo. El primer progenitor de nuestra especie.
Seguía inquietándome la
forma que tenía la criatura de pronunciar la letra “r” en sus palabras, algo
muy espeluznante. La imagen cambió a otra muy diferente.
Mi hija estaba dando a
luz de nuevo y su pareja le ayudaba en el parto, que parecía complicarse por
momentos. Los dos hijos mayores miraban con hastío desde la puerta de la cueva,
observando cómo su madre estaba de parto y perdía mucha sangre.
De su interior salió una
criatura atroz, deforme y maquiavélica, de color verde con motas oscuras en su
piel. Sus dientes eran largos y afilados y no dejaba de salivar por la boca.
Realmente tenía un aspecto espantoso, nauseabundo y putrefacto, con tentáculos
en la cabeza, como si fueran sus cabellos. El único resquicio humano que
mostraba eran sus ojos, pardos y redondos. Sus brazos y piernas se semejaban a
los de un sapo, pequeños y mullidos.
El padre apartó ese
engendro y lo dejó en el suelo, graznando. Mi hija continuaba de parto y se le
veía sufriendo. Quise hacer algo por ella, pero mi mano libre pasó por su
rostro, atravesándola de lleno. Lo único que podría hacer ahora era esperar.
Una segunda criatura similar a la primera salió de su interior, pero sin vida.
Mi hija perdía mucha
sangre y poco a poco, fue desfalleciendo. El padre miró con rabia a aquella
criatura, el odio y la angustia por perder a mi hija le hicieron tomar un hacha
y dirigirse a toda prisa a su supuesta estirpe.
-
¿Qué
hace? – pregunté retóricamente - . ¡No!
El segundo hijo se me
adelantó. Con el aspecto de un niño de cinco años, aquel pequeño muchacho paró
los pies de su padre usando sus propios brazos. Hubo un rápido giro de los
acontecimientos cuando su propio hijo tomó el hacha que sujetaba el hombre y se
la incrustó en el cráneo.
-
¡Oh
Dios mío! – exclamé ante tal atrocidad cometida.
Noté la mano de la
criatura que me mostraba las imágenes apretándome más y más, como si quisiera
que permaneciera con los ojos bien abiertos, sin perder detalle de los hechos.
Me comenzaba a impacientar. Desde que tengo uso de razón, nunca me han gustado
los saludos estrechando las manos o tan siquiera los besos de mi abuela. Quería
acabar cuanto antes.
La imagen continuó en
movimiento. El segundo hijo tomó en brazos al nuevo retoño de la pareja y miró
bruscamente al tan humano primogénito. Le lanzó el bebé deforme y éste no supo
cómo cogerlo, pero aquella diminuta criatura monstruosa empezó a devorarlo
vivo. Estaba atónito. Nunca había visto algo igual o parecido en mi vida.
-
Miguel,
mantente alerta ante lo que va a suceder en la siguiente visión que te muestro
a continuación - . Me dijo la criatura, empleando menos fuerza en mi mano.
La criatura era una
hembra. No había acción tal atroz que parir a un ser extraño llegué a pensar
por unos instantes, pero todo cambió cuando descubrí otro suceso aún más
repulsivo: ambos hermanos tuvieron descendencia. Una docena de híbridos entre
humano y monstruo correteaban de allá para acá, peleándose constantemente e
incluso arrancándose la piel unos a otros en las disputas más acaloradas por el
territorio.
De nuevo, la estampa se
deshizo en las tinieblas y volvió a aparecer una nueva ante mis ojos. Pasaron
como mil años de aquellas imágenes espantosas y repugnantes que había
presenciado en mis propias carnes. Se trataba de la Tierra, pero mucho más
ennegrecida y radioactiva que como yo la recordaba.
-
¿Qué
va a pasar conmigo? – le pregunté, cerrando los ojos.
-
Simplemente
quiero que veas lo que pasará gracias a tu especie.
-
Pero,
no me creerá nadie… no después de haber sido despedido por “loco”.
-
Miguel,
admite que lo estás. De no haber sido por esa faceta tuya, no habrías recibido
nuestras visiones para construir la máquina del tiempo.
-
Pero
el ser humano es mucho más ambicioso… si les cuento lo de la máquina, querrán
viajar al pasado o al futuro como les viniese en gana…
-
Cthulhu
lo ve todo – se limitó a decir la criatura.
-
¿Por
eso envió a sus esbirros, verdad? Les conté lo de la máquina y mis visiones y
querían encerrarme y usarla a su antojo.
Volví a abrir los ojos.
El planeta entero estaba plagado de criaturas híbridas saltando de un lugar a
otro. Otras corrían en las praderas tóxicas de algún lugar remoto. Se
alimentaban de los insectos que revoloteaban a su alrededor sacando una enorme
y lánguida lengua rosada. Carecían de labios en la boca y no podían cerrarla,
enseñando al resto sus afilados dientes, consecuentemente, no cesaba de caer
saliva al suelo.
La imagen se apagó al fin
y sentí un gran alivio en mi interior. De nuevo un resplandor en el cielo de
color verde inundó el paisaje de luz, dejando ver el aspecto de aquella
criatura.
Tenía la misma estatura
que una persona adulta normal de mi tiempo. Su piel estaba cubierta de escamas,
los brazos y piernas fuertes, musculados. Su aspecto se asemejaba mucho al
humano salvo por su boca, la cual mostraba grandes dientes puntiagudos y
afilados, y no dejaba de salivar, cayendo de cuando en cuando algunas gotas al
suelo.
Sentí verdadero pánico
pero intenté disimularlo mirando para otro lado. La criatura respondió ante
este gesto sentándose de la misma forma que lo había hecho yo, entrecruzando
mis piernas en el suelo, dejando sus ojos a la altura de los míos. Eran tan
humanos…
-
Tengo
que volver….
De repente, escuché
gemidos y gruñidos a mi alrededor. Decenas de criaturas me rodeaban, dejando
caer su saliva ante mi presencia, así que tenía que darme prisa y subirme a la
máquina. Tenía que salir de allí cuanto antes.
De nuevo, respiré hondo
al aterrizar en la Tierra que yo conocía muy bien, justo en el centro de la
Universidad donde habíamos construido la máquina del tiempo. Decidí tapar
aquella sala muy bien con cemento armado y dejarlo estar para siempre, tanto la
máquina como el cadáver de mi antiguo compañero.
Ahora ya sabía lo que le
sucedería a la raza humana y no quería que ninguna otra forma de vida
descubriera mi secreto. Ese era nuestro destino, y Cthulhu lo veía todo. Llevaría
una vida cotidiana muy ordinaria en la ciudad que me vio nacer y crecer,
Fuenlabrada, y allí también crecería mi hija.
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