Translate

viernes, 27 de febrero de 2015

Despertar



Zaira, de catorce años, despertó aquella tarde.

Hiperventilando y abriendo los ojos hasta más no poder, se dio cuenta de que tenía puesta una mascarilla de oxígeno en su cara y en sus manos se clavaban un par de vías con tiritas que las sujetaban…estaba en un hospital. Intentó tranquilizarse y sintió que estaba conectada a un holter, entonces se detuvo a escuchar: silencio.

¿Pero, porqué en un hospital, había silencio absoluto?, eso no podía ser posible, o eso creía ella. Se quitó la mascarilla y se desenchufó de todos aquellos aparatos arrancándose tubos y cables de la piel. Únicamente llevaba puesta la bata de hospital, lo cual le hizo sentir pudor y reparó que en el baño de su habitación habría algo de ropa:

-          Esto me servirá.- dijo Zaira mientras cogía unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta morada del armario del baño.

Después se calzó unas zapatillas y salió decidida a encontrarse con alguien, pero antes reparó en el espejo, su aspecto, su peinado y su cara eran totalmente diferentes a como los recordaba. Ella tenía seis años la última vez que se miró en un espejo, ahora era más mayor, con el pelo negro y ondulado largo y frondoso. Sus ojos seguían siendo de color pardo, algo que le encantaba.

Cuando salió de la habitación todo estaba en calma. Anduvo en silencio y con paso ligero por el pasillo hasta llegar al mostrador de enfermería de aquella planta. Se escondió detrás del mostrador e intentó a toda prisa mirar los papeles que allí estaban desparramados, y otros tantos revoloteando a causa de corrientes de aire por las ventanas abiertas de par en par. Algunos eran informes de alta de pacientes, otros, recibos sobre los medicamentos, sueros…y de pronto, periódicos cuyos titulares eran asoladores: “Bombardean el centro de la ciudad”, “dos millones de víctimas después de dos semanas”, “atentado contra hospitales”

-          ¡No puede ser! – Zaira estaba entrando en un estado de nerviosismo que no podía contener. Sentía que le iba a estallar la cabeza, y de pronto escuchó un gemido procedente de la sala de espera de la planta.    

Miró a su alrededor, y allí encontró algunos utensilios para utilizarlos como arma: unas tijeras, un cúter y numerosas jeringuillas con un líquido dentro, morfina. Cogió todo lo que pudo y se lo guardó en los bolsillos del pantalón, salvo el cúter, que lo llevaba en posición defensiva, amenazante, mientras se acercaba a la sala de espera.

Los gemidos eran cada vez más intensos. Zaira reparó que se trataba de una mujer, debido a la sonoridad de los sollozos. Y sin más espera, entró decidida. Allí estaba, sentada de espaldas a la puerta y mirando por la ventana, una mujer joven de unos veintitantos años:

-          ¿Quién es usted? – preguntó Zaira mientras se iba acercando a la silla, pero no hubo respuesta. Los sollozos seguían por parte de aquella mujer: - He dicho, ¿quién es usted?, y por favor respóndame de una vez antes de que le clave esto en la espalda…- Zaira estaba aterrorizada. Los gemidos cesaron, y Zaira tenía el cúter en alto, preparada para atacar.

La mujer se fue girando poco a poco. Era mayor, y no parecía que quisiera hablar:

-          ¿Dónde está todo el mundo? – preguntó Zaira.

-          Mmmm…- se limitó a decir la mujer. Parecía estar en shock, pero eso no importaba ahora.

Zaira se percató que la mujer estaba señalando a un punto en concreto de la estancia: el sillón del rincón:

-          ¿Qué quiere que haga, señora? – Zaira le preguntó con miedo.

-          ¡Mmmm!...- la mujer señaló con más fuerza a ese lugar.

La chica caminó hacia el sillón, de piel rasgada y con el espumillón esparcido por el suelo. Lo observó durante unos segundos y pronto se dio cuenta de que la mujer estaba señalando debajo del sillón.

Allí había un periódico enrollado. Zaira lo cogió y lo desenrolló mientras se sentaba sobre sus rodillas en el suelo. El titular decía: “Año 2084,  se desata el caos”. Continuó una imagen de una gran ciudad sumida en escombros y grandes torres de humo salían del centro. Se fijó todavía más en la ciudad, era Madrid, pero con edificios futuristas, algo que sólo había visto en películas:

-          ¡Oh Dios mío! – exclamó.

Acto seguido la mujer comenzó a chillar y Zaira se asustó, la miró y entonces supo que alguien más estaba allí, detrás de ella. Zaira se giró y vio una silueta corpulenta y con ropajes azul marino. Un soldado equipado con máscara anti-gas portaba un arma que emitía luz propia y de color azul en su recámara, estaba apuntando directamente a Zaira a la cabeza:

-          ¡No sé qué está pasando! – gritaba Zaira mientras levantaba las manos:- ¡He estado en coma y me acabo de despertar!

El soldado bajó el arma y con la voz distorsionada dijo:

-          El antídoto… - acto seguido cogió a Zaira por un brazo, y puso tanta fuerza que la levantó de un salto y la empujó hacia la puerta.  

-          ¡Me haces daño!, ¡Suéltame! – le gritó Zaira al soldado.

-          ¡Calla y obedece, niña! – le contestó la voz distorsionada del soldado.

-          ¡Pero no es justo, no entiendo nada! – Zaira le golpeaba el brazo del soldado con tan poca fuerza que era frustrante verla.

-          ¿Quieres entender algo?, ¡mira ahora! – el soldado disparó a la señora mayor con tal precisión que dio en el centro de su cabeza, desintegrándose al segundo.

-          ¡Salvaje, inhumano! – Zaira no cesaba de golpear al soldado mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, puñetazos y patadas que retumbaban en su coraza. De repente, el soldado propinó un puñetazo en la cara de Zaira y esta se desmayó en el acto.

   Al despertar, sintió una profunda luz cegadora en sus pupilas, y sus manos, maniatadas a una silla:

-          ¿Dónde estoy? – preguntó al aire.

-          En el cuartel general. – le respondió de nuevo la voz distorsionada.

Unas manos frías desataron a Zaira, quien miró sus muñecas nada más sentir libertad, y comprobó que tenía heridas por las rozaduras de las cuerdas:

-          Si me habéis secuestrado, decídmelo y así podré soportar esta carga. – dijo Zaira, aparentando ser más mayor de lo que era.

-          No estamos autorizados a hablar con civiles. – se limitó a decir el soldado que la desató: - Ahora vendrás con nosotros a tus “aposentos”. – después de terminar esta frase todos los soldados en la sala rieron fuerte. Zaira contó hasta cinco, con máscaras y uniforme, con sus armas preparadas para cualquier altercado.

Dos de ellos cogieron a Zaira por ambos brazos, y la encaminaron hacia la puerta. El sol la cegó por unos instantes hasta que su visión fue recomponiendo los objetos de su alrededor: caminaban por un largo pasillo y a ambos lados había únicamente chicas, de la misma edad que ella o incluso más jóvenes y todas llevaban puesto un uniforme rojo oscuro, con números blancos en su espalda, al igual que ella.

La soltaron al llegar a un gran patio, donde las chicas se disponían en pequeños grupos selectos. Zaira no sabía muy bien cómo actuar y se acercó a una chica pelirroja, con pecas en las mejillas, que parecía ser la líder de su grupo.

-          Hola, me llamo Zaira. No sé muy bien qué hago aquí, ¿me podéis ayudar? – la chica estaba desesperada.

-          Hola, soy Lorena. – dijo la chica pelirroja: - Estamos todas igual que tú, no sé si te habrá pasado lo mismo que a nosotras. Nos despertamos en un hospital, y acto seguido nos cogieron esos soldados. – decía mientras los señalaba, puesto que estaban vigilándonos.

-          Entonces, ¿puedo proponeros una fuga de aquí? – dijo Zaira.:- He ideado un plan en unos pocos segundos.

-          Cuéntanos. – dijo Lorena, mientras se reía, y al hacerlo, las demás la imitaron.

Zaira explicó el resto del plan a sus nuevas compañeras, las cuales estuvieron de acuerdo.

Los días pasaban y el plan fue viento en popa. Cada vez que Zaira entraba en el comedor, todo quedaba en silencio con miradas de apoyo; también cada día en el patio, cuando contaban con una hora de descanso. La mayoría de las reclusas estarían dispuestas a dar su vida por escapar de aquel lugar y de buscar una explicación, así que nada podría salir mal.

Pasadas tres semanas y sin saber nada del exterior, Zaira jugaba al póker en su celda compartida con María, una chica bajita, rubia y de doce años. La jugadora que perdiera, ésa sería la que iniciaría el plan:

-          Escalera real.- dijo María triunfante mostrando sus cartas.

-          ¿Pero qué…? – Zaira no podía creerlo. Le había ganado una chica más pequeña y ahora tendría que hacerlo tal y como ella misma había planeado.

-          Sí, tú misma pensante en el plan y ahora vas a tener que iniciarlo. – María se burlaba de ella.

-          Eso haré, lo juro, os sacaré a todas de aquí. – dijo Zaira con rabia. Se levantó y volvió a mirar su uniforme de reclusa rojo. Era el color de la sangre, y sangre se iba a derramar pensó mientras apretaba sus puños contra los barrotes de su celda.

A la mañana siguiente, y como estaba previsto, los diferentes grupos de chicas se disponían en el patio, atentas a la acción de Zaira. Ésta sabía que si provocaba a la líder del grupo más radical de toda la prisión, comenzaría el desarrollo del plan:

-          ¡Oye, morena! – gritó Zaira a una chica afroamericana, a lo que ésta contestó con una mirada asesina.: - Sí, tú. ¿Dónde te has dejado el champú?

-          ¡Vaya!, la niña se ha levantado con ganas de pelear… me llamo Ana, y te daré un consejo: nunca empieces una guerra que no vas a poder ganar. – dijo la chica. : - ¿Tienes ganas de que te parta esa bonita cara que tienes o qué?

Zaira no esperó a responder y actuó. Comenzó aquella pelea enzarzándose con Ana, puesto que se había negado a participar y ahora estaba haciéndolo sin que ella misma lo supiera. Poco a poco todas fueron entrando en la batalla y sintieron que los guardas no acudían a separarlas. Zaira recibió tantos golpes como Ana: estirones de pelo, arañazos, patadas…pero ninguna se rendía. En unos pocos minutos todo el patio de aquella cárcel parecía un hervidero de chicas rozando la locura…hasta que se escuchó un disparo atronador de un cañón. La munición fue a parar al costado de Ana, derribándola y destruyendo su torso. Murió en el acto, ante la mirada atónita de Zaira y las demás chicas.

Un soldado con una rodilla apoyada en el suelo había disparado ese cañonazo desde un lanzagranadas. Se levantaba poco a poco hasta que se quitó la máscara: era una mujer. Tenía aproximadamente unos cincuenta años, pero su piel estaba tan estirada que aparentaba menos edad:

-          ¡Tú! – gritó señalando a Zaira : - Debes venir conmigo, ¡ahora! – Zaira se aproximaba a la mujer soldado, y cuando estuvo demasiado cerca, cambió de parecer y le arrebató el arma.

Enseguida María y Lorena acudieron en su ayuda y pronto se acercaron todas desarmando a la mujer soldado, sustrajeron sus armas y acabaron amordazándola en una celda cercana, para que nadie más pudiera saber dónde estaban:

-          ¡Nos vas a decir qué pasa aquí! – dijo Lorena apuntando directamente a la mujer con una pistola, de espaldas parecía que su pelo se mimetizaba con el uniforme de reclusa.

-          ¡Está bien!, os lo diré. – comenzó a explicar la mujer soldado : - Hace ochenta años hubo un experimento. Una vacuna que se os implantó a las niñas de dos a ocho años de edad. Para la sociedad, era una vacuna más en una revisión cotidiana, pero en realidad, llevaba consigo un virus que atrofiaba genéticamente a la portadora, haciendo así que sus ovarios no generaran óvulos, y si lo hacía, serían óvulos estériles.

-          ¡Malditos seáis!, ¡Quieren acabar con la raza humana! – gritó Zaira, y mientras terminaba de gritar al viento le propinó una patada en la cabeza a la mujer maniatada.

-          ¡Zaira, para! – le dijo María, y ella quedó inmóvil, mirando a aquella mujer y a la vez sintió lástima. : - Continúa, por favor.

-          Está bien…- la mujer tomó aire y prosiguió: - Estalló la guerra química. Mucha gente se dio cuenta de lo que estaban haciendo los grandes médicos, y comenzó a asesinarlos.

-          ¿Somos las cobayas? – preguntó Zaira.

-          Sí, si así lo percibes mejor. - contestó la mujer: - Además, todas y cada una de vosotras quedó en coma extrañamente ¿no? – preguntó a las chicas, intentando crear intriga, mirando como cada una de ellas se miraba entre sí, conociendo la respuesta enseguida : - Todo esto fue porque sois las portadoras del antídoto al virus desatado en el planeta ahora mismo. Las grandes multinacionales, al ver que asesinaban a sus médicos, desarrollaron una gran tecnología bélica y arrasaron ciudades importantes, empezando por los hospitales y centros de salud.

Ahora todo encajaba. Los padres de cada una de esas chicas habían pagado a alguna empresa para mantenerlas con vida, criogenizadas, hasta que fuera necesario. Lorena cogió el machete de la mujer soldado y comenzó a degollarla, hasta que  ésta dejó de jadear. La sangre se derramaba por toda la celda y no hubo más palabras.

Ese día hubo un motín, donde las chicas rompieron las cámaras, sorprendieron a los guardas (quienes, sospechosamente eran mujeres) y asesinaban a diestro y siniestro, con esas armas de una tecnología punta hasta entonces no conocida por las muchachas. Toda la cárcel iba quedando vacía de guardas y de carceleras, y poco a poco, una marabunta roja fue acercándose a la salida. Algunas de ellas no tuvieron paciencia y comenzaban a escalar las verjas, pero al llegar casi al final, se electrocutaron y sus cuerpos cayeron inertes al suelo con un gran golpe. Estaba claro: la única salida sería reventar la puerta con dinamita, y así lo hicieron.

 Lorena ahora estaba al mando de todas las chicas y Zaira estaba frustrada por no haber sido capaz de liderarlas, ya que había ideado todo, pero de momento sólo pensaba en la libertad y en matar a quien se opusiese. La dinamita fue efectiva y todas corrieron hacia la libertad. Atravesaron un frondoso bosque, pero pronto se dieron cuenta de que estaban andando en círculos y disminuyeron el paso, intentando controlar cada arbusto, cada árbol…:

-          ¡Estamos perdidas! – le reprochó Zaira a Lorena, quien estaba al borde de un ataque de nervios. : - Y todo por tu culpa, por hacerte cargo de algo tan brutal como un motín de cárcel sin previamente haberlo planeado.

-          ¿De verdad?, no me lo creo. – le dijo Lorena histérica.

Estaban a punto de pelearse de nuevo cuando escucharon unos gritos salvajes que venían hacia ellas:

-          ¡Rápido, preparad las armas! – gritó Zaira. : - ¡Las que tengáis armas láser poneros en dos filas!, ¡Lanzagranadas, al centro!, ¡Metralleta, a mi lado! – comenzó a ordenar y así obedecieron.

-          Se te da de lujo, ¿eh? – le espetó Lorena.

-          No es momento para bromas. – le dijo Zaira.

Los gritos se aproximaban hacia su posición:

-          ¡Preparadas! – gritó Zaira. : - A mi señal, disparad. – se prepararon para abrir fuego. : - ¡Uno!, ¡dos!...

De pronto, aparecieron de la nada, con el mismo uniforme pero esta vez de color gris, un gran número de chicos, y ninguno superaba los veinte años, como ellas. Ambos grupos quedaron petrificados al ver al otro, entonces Zaira tomó la iniciativa:

-          Somos portadoras del antídoto. – dijo al grupo masculino.

-          Nosotros no lo padecemos… portamos el virus. Rendíos y no moriréis. – dijo el líder.

Ambos grupos no supieron muy bien cómo reaccionar, pero pasados unos segundos de tensión en silencio, una flecha impactó en la cabeza de un muchacho de apenas unos once años de edad. Portadores del virus y portadoras del antídoto comenzaron una sangrienta batalla por la supervivencia. La sangre corría campo a través, algunos huyendo, pero otros enfrentándose a sus oponentes sin miedo.

Las horas pasaron y al final sólo quedaban tres supervivientes femeninas: Zaira, María y Lorena, unidas como nunca, planeando una emboscada. Los supervivientes masculinos las superaban en número, así que tendrían que apañárselas como pudieran para que el bien triunfara sobre el mal, por lo que idearon el plan perfecto.

Zaira fue por el bando derecho hacia el grupo de chicos y Lorena por el bando izquierdo, ambas armadas con arco y flechas cuya punta estallaba al introducirse en el cuerpo, para ser silenciosas a la vez que letales. Lorena disparó primero, hirió a un chico en el corazón. Cuando todos quedaron alarmados e intentaron averiguar de dónde venía esa flecha, Zaira disparó a otro chico más mayor en el cuello. Esto hizo que los chicos se agruparan en círculo, ahora sólo quedaban cuatro. De nuevo Lorena disparó y acertó en un chico de unos dieciséis años y Zaira también lo hizo al muchacho de su derecha. Ya sólo quedaban dos:

-          ¡Sólo intentamos sobrevivir! – gritaba el líder a los árboles. Entonces una nueva flecha se estrelló en su compañero.

En medio de sollozos, el líder de los chicos se vio acorralado por Zaira, Lorena y María, quien portaba una pistola apuntándole directamente a la cabeza:

-          Habéis caído en la trampa. – anunció el chico. De pronto, varias flechas salieron de la nada y en todas direcciones e impactaron en los cuerpos de las chicas.

La sangre de las chicas se derramaba por la hierba, impregnándola y obligando a los chicos a acercarse para ver su acción. Decenas de muchachos se aproximaban a la escena de entre los matorrales, detrás de los árboles y levantándose de entre las raíces de éstos. Dejaron sus cuerpos abandonados y huyeron, pero no repararon en que el antídoto que contenía su sangre, penetró en la tierra. Las plantas que crecieron en ese lugar, se fueron alimentando de los minerales y de esa propia sangre, los animales herbívoros se alimentaron de esas plantas, y los carnívoros de los anteriores.  

Con el paso del tiempo, los hombres se dieron cuenta de que eran los únicos que podían portar el virus sin padecerlo, por consiguiente, las mujeres enfermaban y morían aun teniendo corta edad, otros tantos hombres fallecían a manos de los soldados o fueron víctimas de atentados, mientras que los animales se hacían más y más fuertes.


Durante miles de años, fuimos el primer eslabón de la cadena, y ahora nuestros edificios, nuestros coches, nuestras carreteras y todo lo manipulado por el ser humano quedaban en ruinas. Las plantas trepaban por las paredes, los animales correteaban libres por las ciudades llenas de una frondosa vegetación, todos inmunes al cáncer que asoló a la especie dominante.

No hay comentarios:

Publicar un comentario