Zaira,
de catorce años, despertó aquella tarde.
Hiperventilando
y abriendo los ojos hasta más no poder, se dio cuenta de que tenía puesta una mascarilla
de oxígeno en su cara y en sus manos se clavaban un par de vías con tiritas que
las sujetaban…estaba en un hospital. Intentó tranquilizarse y sintió que estaba
conectada a un holter, entonces se detuvo a escuchar: silencio.
¿Pero,
porqué en un hospital, había silencio absoluto?, eso no podía ser posible, o
eso creía ella. Se quitó la mascarilla y se desenchufó de todos aquellos
aparatos arrancándose tubos y cables de la piel. Únicamente llevaba puesta la
bata de hospital, lo cual le hizo sentir pudor y reparó que en el baño de su
habitación habría algo de ropa:
-
Esto me servirá.- dijo Zaira mientras
cogía unos pantalones vaqueros cortos y una camiseta morada del armario del
baño.
Después
se calzó unas zapatillas y salió decidida a encontrarse con alguien, pero antes
reparó en el espejo, su aspecto, su peinado y su cara eran totalmente
diferentes a como los recordaba. Ella tenía seis años la última vez que se miró
en un espejo, ahora era más mayor, con el pelo negro y ondulado largo y
frondoso. Sus ojos seguían siendo de color pardo, algo que le encantaba.
Cuando
salió de la habitación todo estaba en calma. Anduvo en silencio y con paso
ligero por el pasillo hasta llegar al mostrador de enfermería de aquella
planta. Se escondió detrás del mostrador e intentó a toda prisa mirar los
papeles que allí estaban desparramados, y otros tantos revoloteando a causa de
corrientes de aire por las ventanas abiertas de par en par. Algunos eran
informes de alta de pacientes, otros, recibos sobre los medicamentos, sueros…y
de pronto, periódicos cuyos titulares eran asoladores: “Bombardean el centro de la ciudad”, “dos millones de víctimas después
de dos semanas”, “atentado contra hospitales”…
-
¡No puede ser! – Zaira estaba entrando
en un estado de nerviosismo que no podía contener. Sentía que le iba a estallar
la cabeza, y de pronto escuchó un gemido procedente de la sala de espera de la
planta.
Miró
a su alrededor, y allí encontró algunos utensilios para utilizarlos como arma:
unas tijeras, un cúter y numerosas jeringuillas con un líquido dentro, morfina.
Cogió todo lo que pudo y se lo guardó en los bolsillos del pantalón, salvo el
cúter, que lo llevaba en posición defensiva, amenazante, mientras se acercaba a
la sala de espera.
Los
gemidos eran cada vez más intensos. Zaira reparó que se trataba de una mujer,
debido a la sonoridad de los sollozos. Y sin más espera, entró decidida. Allí
estaba, sentada de espaldas a la puerta y mirando por la ventana, una mujer joven
de unos veintitantos años:
-
¿Quién es usted? – preguntó Zaira
mientras se iba acercando a la silla, pero no hubo respuesta. Los sollozos
seguían por parte de aquella mujer: - He dicho, ¿quién es usted?, y por favor
respóndame de una vez antes de que le clave esto en la espalda…- Zaira estaba
aterrorizada. Los gemidos cesaron, y Zaira tenía el cúter en alto, preparada
para atacar.
La
mujer se fue girando poco a poco. Era mayor, y no parecía que quisiera hablar:
-
¿Dónde está todo el mundo? – preguntó
Zaira.
-
Mmmm…- se limitó a decir la mujer.
Parecía estar en shock, pero eso no importaba ahora.
Zaira
se percató que la mujer estaba señalando a un punto en concreto de la estancia:
el sillón del rincón:
-
¿Qué quiere que haga, señora? – Zaira le
preguntó con miedo.
-
¡Mmmm!...- la mujer señaló con más
fuerza a ese lugar.
La
chica caminó hacia el sillón, de piel rasgada y con el espumillón esparcido por
el suelo. Lo observó durante unos segundos y pronto se dio cuenta de que la
mujer estaba señalando debajo del sillón.
Allí
había un periódico enrollado. Zaira lo cogió y lo desenrolló mientras se
sentaba sobre sus rodillas en el suelo. El titular decía: “Año 2084, se desata el caos”. Continuó
una imagen de una gran ciudad sumida en escombros y grandes torres de humo salían
del centro. Se fijó todavía más en la ciudad, era Madrid, pero con edificios
futuristas, algo que sólo había visto en películas:
-
¡Oh Dios mío! – exclamó.
Acto
seguido la mujer comenzó a chillar y Zaira se asustó, la miró y entonces supo
que alguien más estaba allí, detrás de ella. Zaira se giró y vio una silueta
corpulenta y con ropajes azul marino. Un soldado equipado con máscara anti-gas
portaba un arma que emitía luz propia y de color azul en su recámara, estaba
apuntando directamente a Zaira a la cabeza:
-
¡No sé qué está pasando! – gritaba Zaira
mientras levantaba las manos:- ¡He estado en coma y me acabo de despertar!
El
soldado bajó el arma y con la voz distorsionada dijo:
-
El antídoto… - acto seguido cogió a
Zaira por un brazo, y puso tanta fuerza que la levantó de un salto y la empujó
hacia la puerta.
-
¡Me haces daño!, ¡Suéltame! – le gritó
Zaira al soldado.
-
¡Calla y obedece, niña! – le contestó la
voz distorsionada del soldado.
-
¡Pero no es justo, no entiendo nada! –
Zaira le golpeaba el brazo del soldado con tan poca fuerza que era frustrante
verla.
-
¿Quieres entender algo?, ¡mira ahora! –
el soldado disparó a la señora mayor con tal precisión que dio en el centro de
su cabeza, desintegrándose al segundo.
-
¡Salvaje, inhumano! – Zaira no cesaba de
golpear al soldado mientras las lágrimas corrían por sus mejillas, puñetazos y
patadas que retumbaban en su coraza. De repente, el soldado propinó un puñetazo
en la cara de Zaira y esta se desmayó en el acto.
Al
despertar, sintió una profunda luz cegadora en sus pupilas, y sus manos,
maniatadas a una silla:
-
¿Dónde estoy? – preguntó al aire.
-
En el cuartel general. – le respondió de
nuevo la voz distorsionada.
Unas
manos frías desataron a Zaira, quien miró sus muñecas nada más sentir libertad,
y comprobó que tenía heridas por las rozaduras de las cuerdas:
-
Si me habéis secuestrado, decídmelo y
así podré soportar esta carga. – dijo Zaira, aparentando ser más mayor de lo
que era.
-
No estamos autorizados a hablar con
civiles. – se limitó a decir el soldado que la desató: - Ahora vendrás con
nosotros a tus “aposentos”. – después de terminar esta frase todos los soldados
en la sala rieron fuerte. Zaira contó hasta cinco, con máscaras y uniforme, con
sus armas preparadas para cualquier altercado.
Dos
de ellos cogieron a Zaira por ambos brazos, y la encaminaron hacia la puerta.
El sol la cegó por unos instantes hasta que su visión fue recomponiendo los
objetos de su alrededor: caminaban por un largo pasillo y a ambos lados había
únicamente chicas, de la misma edad que ella o incluso más jóvenes y todas llevaban
puesto un uniforme rojo oscuro, con números blancos en su espalda, al igual que
ella.
La
soltaron al llegar a un gran patio, donde las chicas se disponían en pequeños
grupos selectos. Zaira no sabía muy bien cómo actuar y se acercó a una chica
pelirroja, con pecas en las mejillas, que parecía ser la líder de su grupo.
-
Hola, me llamo Zaira. No sé muy bien qué
hago aquí, ¿me podéis ayudar? – la chica estaba desesperada.
-
Hola, soy Lorena. – dijo la chica
pelirroja: - Estamos todas igual que tú, no sé si te habrá pasado lo mismo que
a nosotras. Nos despertamos en un hospital, y acto seguido nos cogieron esos
soldados. – decía mientras los señalaba, puesto que estaban vigilándonos.
-
Entonces, ¿puedo proponeros una fuga de
aquí? – dijo Zaira.:- He ideado un plan en unos pocos segundos.
-
Cuéntanos. – dijo Lorena, mientras se
reía, y al hacerlo, las demás la imitaron.
Zaira
explicó el resto del plan a sus nuevas compañeras, las cuales estuvieron de
acuerdo.
Los
días pasaban y el plan fue viento en popa. Cada vez que Zaira entraba en el
comedor, todo quedaba en silencio con miradas de apoyo; también cada día en el
patio, cuando contaban con una hora de descanso. La mayoría de las reclusas
estarían dispuestas a dar su vida por escapar de aquel lugar y de buscar una
explicación, así que nada podría salir mal.
Pasadas
tres semanas y sin saber nada del exterior, Zaira jugaba al póker en su celda
compartida con María, una chica bajita, rubia y de doce años. La jugadora que
perdiera, ésa sería la que iniciaría el plan:
-
Escalera real.- dijo María triunfante
mostrando sus cartas.
-
¿Pero qué…? – Zaira no podía creerlo. Le
había ganado una chica más pequeña y ahora tendría que hacerlo tal y como ella
misma había planeado.
-
Sí, tú misma pensante en el plan y ahora
vas a tener que iniciarlo. – María se burlaba de ella.
-
Eso haré, lo juro, os sacaré a todas de
aquí. – dijo Zaira con rabia. Se levantó y volvió a mirar su uniforme de
reclusa rojo. Era el color de la sangre, y sangre se iba a derramar pensó
mientras apretaba sus puños contra los barrotes de su celda.
A
la mañana siguiente, y como estaba previsto, los diferentes grupos de chicas se
disponían en el patio, atentas a la acción de Zaira. Ésta sabía que si
provocaba a la líder del grupo más radical de toda la prisión, comenzaría el
desarrollo del plan:
-
¡Oye, morena! – gritó Zaira a una chica
afroamericana, a lo que ésta contestó con una mirada asesina.: - Sí, tú. ¿Dónde
te has dejado el champú?
-
¡Vaya!, la niña se ha levantado con
ganas de pelear… me llamo Ana, y te daré un consejo: nunca empieces una guerra
que no vas a poder ganar. – dijo la chica. : - ¿Tienes ganas de que te parta
esa bonita cara que tienes o qué?
Zaira
no esperó a responder y actuó. Comenzó aquella pelea enzarzándose con Ana,
puesto que se había negado a participar y ahora estaba haciéndolo sin que ella
misma lo supiera. Poco a poco todas fueron entrando en la batalla y sintieron
que los guardas no acudían a separarlas. Zaira recibió tantos golpes como Ana:
estirones de pelo, arañazos, patadas…pero ninguna se rendía. En unos pocos
minutos todo el patio de aquella cárcel parecía un hervidero de chicas rozando
la locura…hasta que se escuchó un disparo atronador de un cañón. La munición
fue a parar al costado de Ana, derribándola y destruyendo su torso. Murió en el
acto, ante la mirada atónita de Zaira y las demás chicas.
Un
soldado con una rodilla apoyada en el suelo había disparado ese cañonazo desde
un lanzagranadas. Se levantaba poco a poco hasta que se quitó la máscara: era
una mujer. Tenía aproximadamente unos cincuenta años, pero su piel estaba tan
estirada que aparentaba menos edad:
-
¡Tú! – gritó señalando a Zaira : - Debes
venir conmigo, ¡ahora! – Zaira se aproximaba a la mujer soldado, y cuando
estuvo demasiado cerca, cambió de parecer y le arrebató el arma.
Enseguida
María y Lorena acudieron en su ayuda y pronto se acercaron todas desarmando a
la mujer soldado, sustrajeron sus armas y acabaron amordazándola en una celda
cercana, para que nadie más pudiera saber dónde estaban:
-
¡Nos vas a decir qué pasa aquí! – dijo
Lorena apuntando directamente a la mujer con una pistola, de espaldas parecía
que su pelo se mimetizaba con el uniforme de reclusa.
-
¡Está bien!, os lo diré. – comenzó a
explicar la mujer soldado : - Hace ochenta años hubo un experimento. Una
vacuna que se os implantó a las niñas de dos a ocho años de edad. Para la
sociedad, era una vacuna más en una revisión cotidiana, pero en realidad,
llevaba consigo un virus que atrofiaba genéticamente a la portadora, haciendo
así que sus ovarios no generaran óvulos, y si lo hacía, serían óvulos
estériles.
-
¡Malditos seáis!, ¡Quieren acabar con la
raza humana! – gritó Zaira, y mientras terminaba de gritar al viento le propinó
una patada en la cabeza a la mujer maniatada.
-
¡Zaira, para! – le dijo María, y ella
quedó inmóvil, mirando a aquella mujer y a la vez sintió lástima. : - Continúa,
por favor.
-
Está bien…- la mujer tomó aire y
prosiguió: - Estalló la guerra química. Mucha gente se dio cuenta de lo que
estaban haciendo los grandes médicos, y comenzó a asesinarlos.
-
¿Somos las cobayas? – preguntó Zaira.
-
Sí, si así lo percibes mejor. - contestó
la mujer: - Además, todas y cada una de vosotras quedó en coma extrañamente ¿no?
– preguntó a las chicas, intentando crear intriga, mirando como cada una de
ellas se miraba entre sí, conociendo la respuesta enseguida : - Todo esto fue
porque sois las portadoras del antídoto al virus desatado en el planeta ahora
mismo. Las grandes multinacionales, al ver que asesinaban a sus médicos,
desarrollaron una gran tecnología bélica y arrasaron ciudades importantes,
empezando por los hospitales y centros de salud.
Ahora
todo encajaba. Los padres de cada una de esas chicas habían pagado a alguna
empresa para mantenerlas con vida, criogenizadas, hasta que fuera necesario.
Lorena cogió el machete de la mujer soldado y comenzó a degollarla, hasta que ésta dejó de jadear. La sangre se derramaba
por toda la celda y no hubo más palabras.
Ese
día hubo un motín, donde las chicas rompieron las cámaras, sorprendieron a los
guardas (quienes, sospechosamente eran mujeres) y asesinaban a diestro y
siniestro, con esas armas de una tecnología punta hasta entonces no conocida
por las muchachas. Toda la cárcel iba quedando vacía de guardas y de
carceleras, y poco a poco, una marabunta roja fue acercándose a la salida.
Algunas de ellas no tuvieron paciencia y comenzaban a escalar las verjas, pero
al llegar casi al final, se electrocutaron y sus cuerpos cayeron inertes al
suelo con un gran golpe. Estaba claro: la única salida sería reventar la puerta
con dinamita, y así lo hicieron.
Lorena ahora estaba al mando de todas las
chicas y Zaira estaba frustrada por no haber sido capaz de liderarlas, ya que
había ideado todo, pero de momento sólo pensaba en la libertad y en matar a
quien se opusiese. La dinamita fue efectiva y todas corrieron hacia la
libertad. Atravesaron un frondoso bosque, pero pronto se dieron cuenta de que
estaban andando en círculos y disminuyeron el paso, intentando controlar cada
arbusto, cada árbol…:
-
¡Estamos perdidas! – le reprochó Zaira a
Lorena, quien estaba al borde de un ataque de nervios. : - Y todo por tu culpa,
por hacerte cargo de algo tan brutal como un motín de cárcel sin previamente
haberlo planeado.
-
¿De verdad?, no me lo creo. – le dijo
Lorena histérica.
Estaban
a punto de pelearse de nuevo cuando escucharon unos gritos salvajes que venían
hacia ellas:
-
¡Rápido, preparad las armas! – gritó
Zaira. : - ¡Las que tengáis armas láser poneros en dos filas!, ¡Lanzagranadas,
al centro!, ¡Metralleta, a mi lado! – comenzó a ordenar y así obedecieron.
-
Se te da de lujo, ¿eh? – le espetó
Lorena.
-
No es momento para bromas. – le dijo
Zaira.
Los
gritos se aproximaban hacia su posición:
-
¡Preparadas! – gritó Zaira. : - A mi
señal, disparad. – se prepararon para abrir fuego. : - ¡Uno!, ¡dos!...
De
pronto, aparecieron de la nada, con el mismo uniforme pero esta vez de color
gris, un gran número de chicos, y ninguno superaba los veinte años, como ellas.
Ambos grupos quedaron petrificados al ver al otro, entonces Zaira tomó la
iniciativa:
-
Somos portadoras del antídoto. – dijo al
grupo masculino.
-
Nosotros no lo padecemos… portamos el
virus. Rendíos y no moriréis. – dijo el líder.
Ambos
grupos no supieron muy bien cómo reaccionar, pero pasados unos segundos de
tensión en silencio, una flecha impactó en la cabeza de un muchacho de apenas
unos once años de edad. Portadores del virus y portadoras del antídoto
comenzaron una sangrienta batalla por la supervivencia. La sangre corría campo
a través, algunos huyendo, pero otros enfrentándose a sus oponentes sin miedo.
Las
horas pasaron y al final sólo quedaban tres supervivientes femeninas: Zaira,
María y Lorena, unidas como nunca, planeando una emboscada. Los supervivientes
masculinos las superaban en número, así que tendrían que apañárselas como
pudieran para que el bien triunfara sobre el mal, por lo que idearon el plan
perfecto.
Zaira
fue por el bando derecho hacia el grupo de chicos y Lorena por el bando
izquierdo, ambas armadas con arco y flechas cuya punta estallaba al
introducirse en el cuerpo, para ser silenciosas a la vez que letales. Lorena
disparó primero, hirió a un chico en el corazón. Cuando todos quedaron
alarmados e intentaron averiguar de dónde venía esa flecha, Zaira disparó a
otro chico más mayor en el cuello. Esto hizo que los chicos se agruparan en
círculo, ahora sólo quedaban cuatro. De nuevo Lorena disparó y acertó en un
chico de unos dieciséis años y Zaira también lo hizo al muchacho de su derecha.
Ya sólo quedaban dos:
-
¡Sólo intentamos sobrevivir! – gritaba
el líder a los árboles. Entonces una nueva flecha se estrelló en su compañero.
En
medio de sollozos, el líder de los chicos se vio acorralado por Zaira, Lorena y
María, quien portaba una pistola apuntándole directamente a la cabeza:
-
Habéis caído en la trampa. – anunció el
chico. De pronto, varias flechas salieron de la nada y en todas direcciones e
impactaron en los cuerpos de las chicas.
La
sangre de las chicas se derramaba por la hierba, impregnándola y obligando a
los chicos a acercarse para ver su acción. Decenas de muchachos se aproximaban
a la escena de entre los matorrales, detrás de los árboles y levantándose de
entre las raíces de éstos. Dejaron sus cuerpos abandonados y huyeron, pero no
repararon en que el antídoto que contenía su sangre, penetró en la tierra. Las
plantas que crecieron en ese lugar, se fueron alimentando de los minerales y de
esa propia sangre, los animales herbívoros se alimentaron de esas plantas, y
los carnívoros de los anteriores.
Con
el paso del tiempo, los hombres se dieron cuenta de que eran los únicos que
podían portar el virus sin padecerlo, por consiguiente, las mujeres enfermaban
y morían aun teniendo corta edad, otros tantos hombres fallecían a manos de los
soldados o fueron víctimas de atentados, mientras que los animales se hacían
más y más fuertes.
Durante
miles de años, fuimos el primer eslabón de la cadena, y ahora nuestros
edificios, nuestros coches, nuestras carreteras y todo lo manipulado por el ser
humano quedaban en ruinas. Las plantas trepaban por las paredes, los animales
correteaban libres por las ciudades llenas de una frondosa vegetación, todos
inmunes al cáncer que asoló a la especie dominante.
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