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lunes, 16 de marzo de 2015

Ojos rojos



A sus diez años, Zack, un niño de pelo oscuro y de piel morena causado por la constante exposición al sol, trabajaba con varios de sus amigos. Al alba, se encaminaban a la pequeña barca que los llevaba a mar abierto, donde estarían todo el día pescando, para cuando se hiciera la hora de cenar, traer a casa pescado fresco.

Vivía con su madre y sus dos hermanas en una choza cercana a la playa, humilde y sin muchos privilegios. Su madre trabajaba durante todo el día en la lonja del pueblo, acompañada de sus dos hijas, por lo que Zack se consideraba el hombre de la casa. Tampoco quería alardear de aquello, pues respetaba a su padre como si fuera el mismísimo Dios. Zack había heredado la faceta de pescador de su padre, las ganas y el empeño que depositaba en conseguir sus propósitos. Un día, el hombre partió a mar abierto con diez compañeros en su barco pesquero, pero no regresó jamás. Pasaron los días y al fin consiguieron encontrar el barco, naufragado en un islote no muy lejano a donde ellos solían lanzar las redes, pero ningún cuerpo humano apareció.

Un día de pesca, Zack se quedó ensimismado en un punto fijo: una cueva en el acantilado, sus oídos se ensordecieron como lo hacían de costumbre:

-        Zack, ¿qué miras? – le preguntó Aníbal, su mejor amigo.
-        Allí… - dijo señalando el interior de la cueva - . Creo que he visto algo… - contestó, y después de una breve pausa finalizó - . Una sombra.
-        A veces me das miedo…




Sí, Zack normalmente veía sombras, siluetas oscuras que se presentaban delante de él y le amenazaban o le decían qué y cómo hacer algo, siempre con malas intenciones. << El mal>> no dejaba de pensar cuando se cruzaba con una de esas criaturas…con los ojos tan rojos como la sangre que corría por sus venas. El chico era mucho más fuerte que las sombras y nunca obedecía sus órdenes.









Consecuentemente, nadie le creía, ni siquiera su propia madre, la que le insultaba y en múltiples ocasiones le había dicho que se avergonzaba de él. A veces le había deseado la muerte, pero luego se arrepentía y creía que aquellos pensamientos se los causaban las sombras. Sus hermanas tampoco eran de gran ayuda, pues lo alegaban todo a que Zack intentaba llamar la atención de una forma un poco siniestra, e incluso demoníaca. El único que realmente lo escuchaba era Aníbal, su amigo de la misma edad. Ambos habían crecido dentro de una familia un poco desestructurada y se habían asignado responsabilidades adultas cuando no tenían por qué, simplemente para intentar salvar a sus familias de una pobreza extrema, pues el señor feudal era cruel e inestable, y siempre que tenía ocasión, abusaba de su poder. El caballero implantó su feudo de miedo y silencio, mientras que los aldeanos de la costa obedecían sus órdenes sin queja alguna.

Zack, a pesar de su corta edad, ya había mostrado ciertas reacciones desobedientes al señor feudal y su labor, poniendo de manifiesto su gran capacidad para liderar, pero ese comportamiento se debía a que las sombras le susurraban… Él no se consideraba un niño, sino un adulto hecho y derecho, y protegería con su propia vida la de su madre, sus hermanas o la del propio Aníbal.

-          Zack, llevas un buen rato callado, ¿esas sombras son muy persistentes? – le preguntó Anibal, recogiendo las redes en la cubierta del bote.

-          No puedes hacerte la idea… - Zack suspiró y bajó la vista. Una sombra estaba acosando desde hacía tres días, y parecía que no quería irse.

Al principio no entendía por qué sólo los podía ver él, nadie más, pero con los años, se fue dando cuenta que unos pocos privilegiados o desgraciados, según se mirase, tenían ojos para otro mundo, uno paralelo al suyo, y donde la oscuridad reinaba en absoluto. Esa sombra que no le dejaba en paz, ni siquiera a la hora de dormir, le miraba con esos ojos rojos penetrantes y llenos de maldad:

<< Mátalo. Es insignificante. Mátalo. Puedes tirarlo por la borda, nadie se dará cuenta de lo que ha pasado. Mátalo. Lo estás deseando, pequeño…>>, le susurraba una y otra vez. Zack miró de repente a su amigo. Aníbal se quedó petrificado, pues los ojos de Zack se tornaron de rojo sangre. La sombra había poseído su pequeño cuerpo. Lanzó a Aníbal hacia el mar y el cuerpo de Zack remó hasta la orilla, dejando a su amigo en medio de las aguas, pidiendo ayuda. Cuando llegó a tierra, echó un último vistazo: tres tiburones rodeaban a Aníbal, quien parecía agotado del esfuerzo. Después de largos minutos, el agua azul cristalina se tornó granate.


Aquella noche, Zack estaba tumbado en su cama, sin poder conciliar el sueño, Aníbal ya no vendría a saludarlo nunca más, no podrá decirle a su madre lo que pasó realmente, sino pondrá una excusa banal… y de pronto sintió sed. Se levantó y caminó por el pasillo hacia la cocina.
Al fondo del pasillo y con la puerta entreabierta, estaba la habitación de su madre. Aún aturdido por la oscuridad, notó algo extraño, miró a su madre por el rabillo del ojo y vio una silueta negra a los pies de la mujer.

-          ¿Una sombra? – preguntó en voz alta.

Una estela grisácea unía a su madre con la sombra, dando aspecto de estar absorbiendo a la mujer. Zack tosió repentinamente, y la sombra se giró, clavando sus rojos ojos en él. Sintió pánico, no quería que volviese a poseer su cuerpo, no quería matar a nadie más. Zack pestañeó de nuevo, alegando haber visto un espejismo, pues estaba sugestionado por lo que había sucedido aquella tarde de pesca. La sombra había desaparecido. Pensó que habían sido, efectivamente, imaginaciones suyas. Tomó el cántaro de agua fría y bebió unos tragos, luego, volvió a acostarse, pensando que la locura se apoderaba poco a poco de su mente.

Al día siguiente, lo despertó su hermana mayor con un grito desgarrador. Zack analizó de dónde provenía el grito, la habitación de su madre. Se levantó con un resorte y corrió por el pasillo. La puerta esta vez estaba abierta de par en par y en la habitación estaban sus dos hermanas horrorizadas.

- ¿Qué ha pasa…? - la imagen quebró sus palabras.

El cuerpo de su madre estaba tendido sobre la cama, como si alguien o algo hubieran absorbido todos sus líquidos internos y ahora sólo quedaba piel y huesos. Ambas hermanas lloraron y golpearon a su hermano, gritándole y culpándole de su muerte. La pelea tuvo tal repercusión, que la mayor de las hermanas fue hacia la cocina y cogió un cuchillo, y cuando volvió, Zack miró sus ojos: rojos. La sombra también se había apoderado del cuerpo de su hermana. Ella, propinó una decena de puñaladas en el pecho del pequeño Zack hasta causarle la muerte. La familia estaba maldita: su hogar, sus miembros y su embarcación. Después del incidente, nadie quiso acercarse a las dos hermanas, que emigraron hacia un bosque y allí se perdieron entre la maleza, recordando lo que las sombras hicieron. 

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