La ventana cedió al fin
y uno de ellos se abalanzó sobre mi hermana. Armada únicamente con un cuchillo
de cocina, lo clavó dos veces en su frente como ya nos habían dicho otros
supervivientes. Sólo podíamos acabar con ellos si atravesábamos de lleno la
cabeza. Quedamos en silencio unos segundos, observando al putrefacto ser en el
que se había convertido Tony, nuestro vecino, el dueño de la granja en la que nos habíamos asentado.
Tirado en el suelo, el
cadáver andante se volvió a despertar y con sus podridos brazos intentaba
atraparla de nuevo en venganza. Ella dio un traspiés y cayó de bruces. Tony
estuvo a punto de morderla. Me armé de valor, agarré más fuerte que nunca mi
machete y atravesé con él su cráneo por el globo ocular y lo saqué limpiamente.
La misma sensación que cuando se corta mantequilla con un cuchillo sin filo.
Tony ya no respiraba, pero se podía escuchar cómo la calle se abarrotaba de esas
criaturas en nuestra dirección.
Tomé del brazo a mi
hermana y corriendo conseguimos llegar a la habitación del fondo, la que se habían agenciado nuestros padres. Cogí las vigas de madera que se escondían debajo de la cama mientras
que ella se volvía loca con la pistola de
clavos, lanzándolos de aquí para allá. Al final, conseguimos poner más
resistencia a nuestro escondrijo mal ideado por el momento de tensión. Quería
sobrevivir y ante todo protegerla de cualquier peligro, dando mi vida por ella
si fuese necesario.
El mal estaría detrás
de esa puerta para siempre.
Gritos y gruñidos se
acercaban más y más a la puerta de la habitación. Puños, piernas y cabezas se
estampaban contra la madera intentando entrar. Eché un vistazo a mi reloj de muñeca, las 22:00 p.m.
Me fijé en la foto
enmarcada que reposaba en la mesilla de noche: mi hermana y yo juntas en las
vacaciones de verano en la playa. Abracé a mi temblorosa hermanita sin
dejar de mirar a la puerta y a ella simultáneamente. Le coloqué un auricular en cada oído para que dejara de escuchar esos sonidos grotescos de afuera y puse a todo volumen La Grange de ZZ Top. Grandes lágrimas brotaban
de mis ojos porque sabía lo que pasaría esa noche. Mis padres habían
salido a por provisiones, pero al parecer ya no volverían a casa.
En esos momentos los “Z” se hicieron con la puerta de la habitación.
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