Se levanta cada día cuando el sol alcanza su punto
más alto. Se dirige al baño y mira con desgana a la ducha plagada de moho…
mañana mejor, hoy no tiene ganas.
Se pone la misma ropa de ayer o de anteayer,
no lo recuerda muy bien, pero se la suda. Va a la cocina y abre la nevera. Sólo
hay zumo de piña del que bebe directamente del cartón, sin reparos, pues nadie
más iba a beber de ahí. Como de costumbre, llama para pedir comida a domicilio.
Había engordado 20 kilos desde el día fatídico, pero
no le importó porque nadie más se fijaría en él, así que lo asumió y continuó
con su repugnante vida de mierda.
Todavía acumula basura en la habitación de
matrimonio: envoltorios, restos de comida… incluso la ropa sucia estaba
revuelta con las pesadas bolsas negras. El caos reina en aquella casa. Insectos
y roedores corren de acá para allá a sus anchas, porque también le da pereza
cerrar esa puta ventana. Mira a esa gran montaña de desechos y recuerda el día
del incidente.
Su esposa no dejaba de gritarle, insultarle,
menospreciarle delante de sus colegas; e incluso llegó a golpearle en la cara
un día en casa de sus padres porque no le apetecía comerse el brócoli.
¡Puto
brócoli que huele a mierda!
¡Puta ella!, que lo trataba como basura…
Mató a su esposa
al llegar a casa y la descuartizó con un serrucho, metiendo sus miembros
inertes en diferentes bolsas oscuras, opacas. Y ahora, después de dos meses,
todavía le da pereza quitar sus pedazos podridos de la habitación.
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